DANIEL DE PABLO MAROTO. Carmelita descalzo. «La Santa»
Cada año, en el retorno de su fiesta, el 15 de octubre, recibimos de Teresa una hermosa lección de su vasto y universal magisterio. Este año recuerdo una nueva lección: la defensa que hace de la mujer de su tiempo. Teresa, ya desde su adolescencia y primera juventud, tuvo conciencia de «ser mujer», se gozó de su femineidad porque estaba acompañada de «gracias de naturaleza», que eran muchas, como reconoce ella en su Autobiografía. ¿Qué gracias poseía Teresa desde su adolescencia y juventud?
Sin duda, la belleza física, el desparpajo verbal, aprendido en su hogar abulense y en los Libros de Caballerías, adobado con su portentosa capacidad fabuladora; la amabilidad y dulzura de carácter, herencia innegable de su madre, su innata maestría para seducir a las gentes atraídas como atrae el imán al hierro, como reconoció Fray Luis de León, sabiéndolo sólo de oídas. Llegó un día, en plena adolescencia, en que Teresa despertó mujer y comenzó «a traer galas y a desear contentar en parecer bien, con mucho cuidado de manos y cabello, y olores y todas las vanidades que en esto podía tener, que eran hartas, por ser muy curiosa» (Vida, 2, 2). Nacida a la primavera de su vida, todo le invitaba a amar y ser amada, como ella misma reconoce tantas veces en su Autobiografia.
Por esa condición nativa, marca de origen, creció en ella la autoestima de ser mujer que exhibía ante los hombres amigos o la ocultaba para exaltar la bravura varonil, generalmente con una pizca de maliciosa ironía. Alma seductora de mujer, se dejó seducir por Cristo y aprovechó todas las cualidades de su condición femenina para convertirse en fundadora de una reforma en su propia orden del Carmelo. Para derribar las barreras que le imponían los jerarcas de la Iglesia por ser mujer, tuvo que exhibir todos sus dones de naturaleza y los de la gracia divina, su santidad.
Sigue el texto en el Doc PDF
SANTA TERESA DE JESÚS, FÉMINA INQUIETA, DEFENSORA DE LA MUJER