RECORDADO EN EL DÍA DEL NACIMIENTO DE LA GRAN MAESTRA Y SANTA ABULENSE
Daniel de Pablo Maroto
Carmelita Descalzo. «La Santa»
Pasados los grandes fastos del Vº Centenario de su nacimiento, todo parece haber vuelto a la normalidad de lo cotidiano; pero siguen todavía los últimos destellos de las fiestas, no de la figura de la Santa abulense cuya estrella ha aumentado en esplendor en este año. Es difícil explicar y entender racionalmente el «caso» teresiano, el movimiento de masas que ha suscitado en todo el mundo, ella una monja de clausura del siglo XVI, tenida por muchos por histérica, epiléptica, sufridora de tantas enfermedades.
Y el movimiento teresiano no sólo ha afectado a las masas populares, que se han movido al compás de un sentimiento emocional y pasajero, sino a los mismos intelectuales, más allá de su propia ideología creyente, agnóstica o atea. Todos han querido colaborar y exaltar a la mujer, a su apasionado amor a la verdad, a la bondad y a la libertad. Y por encima de todo, el genio creativo en constante ebullición, sostenido por la «determinada determinación» que se enriquece en el «ensimismamiento», en el acceso al fondo del ser. La imagen del volcán siempre en acción, es la más adecuada: en constante vómito de magna incandescente de ideas y sentimientos, de creencias en un Ser Transcendente que da sentido a su vida, que la provoca a la acción, al cumplimiento de un destino previsto sólo en la niebla de un futuro que siempre se cumple.
Todo esto sirve para introducirnos en el hogar abulense de don Alonso y doña Beatriz, sus padres, de su numerosa prole, pasando su infancia, su adolescencia y primera juventud en el viejo caserón de las Casas de la Moneda, no lejos de la muralla sur en cuyo arco se divisa la inmensa llanura del valle Amblés y en la lejanía las estribaciones de Gredos.
Aquí aprendió a leer y escribir, cosa rara en aquel cuadrante histórico en una ciudad castellana siendo ella mujer. La salvó el hecho de pertenecer a una familia judeoconversa. En la lectura de los fantásticos novelones de los Libros de Caballerías su imaginaria se llenaba de imágenes, de ideas, de amoríos, de modos populares del habla castellana que después ella manejaría con tanta maestría, sin que se diese cuenta de que estaba creando un «estilo» de buen decir único en el mundo hispánico, de un comportamiento caballeresco, de nobles ideales como decir siempre la verdad, de vivir de ella, la fidelidad a la palabra dada, la defensa de los débiles, la compasión y el fácil enamoramiento. Y en los novelones cristianos, los Flos Sanctorum, se encendía su deseo de ser mártir, de ser ermitaña, de ser monja. Cuando redacte su Vida, verá en estos hechos un signo de predestinación, de llamada a la acción.
En el hogar abulense aprendió también a ser cristiana, a rezar a María junto al regazo de su madre. Sabemos que fue bautizada en la parroquia de San Juan, a un tiro de piedra de su casa paterna. No sabemos nada de su primera comunión, de su confirmación, de su primera confesión. Pero la religión cristiana arraigó pronto en su corazón, a la edad de 6-7 años, cuando soñaba con ir al cielo a gozar de Dios «para siempre» junto con su hermano Rodrigo.
Los biógrafos antiguos se empeñaron en defender el origen noble de Teresa por parte de padre y de madre. La historia ha demostrado que por parte de su abuelo paterno procedía de una familia judía convertida al cristianismo desde no sabemos cuándo. Lo que sí conocemos hoy es que su abuelo paterno, el hacendoso mercader toledano, Don Juan Sánchez de Toledo, judaizó en 1481 y fue castigado levemente por la Inquisición toledana. El hecho provocó la emigración a la ciudad de Ávila donde siguió ejerciendo su oficio de mercader y cobrador de impuestos reales y eclesiásticos, oficios que transmitió a su hijo Don Alonso.
En cuando a la composición del hogar, está en litigio la afirmación de la cronista Teresa cuando escribe: «Éramos tres hermanas y nueve hermanos» (Vida, 1, 4), doce en total. Se refiere a los hijos de los dos matrimonios de Don Alonso. De la primera mujer, Catalina del Peso, nacieron María y Juan. Algunos, para llenar el cupo de los «doce» propusieron tres hijos del primer matrimonio, algo imposible porque se casaron el día 5 de mayo de 1505 y su esposa murió el 8 de septiembre de 1507. Sólo cabría que un posible tercer hijo fuese engendrado antes del matrimonio, noticia que no consta en ninguna fuente histórica.
Más problemático resulta el completar el número de nueve en el segundo matrimonio con Doña Beatriz. María de San José, que tuvo en sus manos el papel en el que Don Alonso anotaba el nacimiento de sus hijos, escribe en 1585 que en total fueron «ocho hijos y tres hijas», y da el nombre de todos ellos.
Más probativo es el testamento de Doña Beatriz, que murió en 1528, y deja como herederos de sus bienes a sus hijos y no menciona nominalmente más que «nueve». Ese hijo «fantasma», como dice el P. Efrén, ¿había muerto cuando la madre hace el testamento? No pudo ser el último porque sabemos que fue Juana, la benjamina, nacida poco antes de la muerte de su madre y se educó en la celda conventual de su hermana Teresa en el convento de La Encarnación.
Son trazos culturales de la familia Cepeda Ahumada que he recordado en el día del nacimiento de la gran maestra y santa abulense.