Reflexión crítica en el 502 aniversario del nacimiento de Teresa: 28 de marzo de 1515.
Los textos de Santa Teresa, aunque son un monumento de la lengua castellana, tienen algunos problemas de comprensión, como han advertido los filólogos. Ella escribía muy deprisa, según dicen los testigos de vista; no solía corregir lo escrito ni se preocupaba de releerlo para no perder tiempo, de manera que hay párrafos muy confusos y, a veces, tenemos que intuir lo que quiso decir. Pero no me refiero ahora a esos detalles lingüísticos, sino a lo que reflejan o encubren sus escritos de la verdad objetiva de su vida, de su familia y del ambiente del siglo XVI y lo que intuye un lector atento a lo que dice y calla la cronista.
Vengamos al relato de la infancia en su Autobiografía. Podemos leer lo escrito como hechos o sucesos históricos, tal como sucedió; pero lo podemos leer en profundidad y descubrir en él unas experiencias paralelas a lo que aconteció en los cuatro primeros siglos de la Iglesia. Es sabido que en esos siglos los cristianos vivieron su fe entre persecuciones y periodos de libertad y en estructuras religiosas muy variadas.
Por ejemplo, en sus comienzos, los primeros seguidores de Jesús fueron perseguidos por las autoridades judías, sobre todo en Palestina, y de manera especial y más cruelmente por los emperadores romanos durante los tres primeros siglos. Es la Iglesia de los mártires. Pasada la tempestad con la declaración de la libertad de cultos por el emperador Constantino a comienzos del siglo IV, muchos vieron frustrados sus deseos y esperanzas de martirio y se refugiaron en los desiertos de Palestina, Siria, Egipto y Asia Menor, y aun en el occidente ya cristianizado como en España y Francia para vivir una vida eremítica, en una huida del mundo, en plena soledad y silencio. Y, finalmente, en algunos lugares, el movimiento eremítico se fue transformando en la vida cenobítica, fundando abadías en las ciudades o en el campo. Nació el monacato, uno de los pilares y manantiales sociales y espirituales de Europa.
Pues bien, este triple ciclo o proceso histórico de la Iglesia es lo que, curiosamente, describe santa Teresa en su Autobiografía como vivido en su niñez, suponemos que ignorando los arquetipos analizados. Recordemos la crónica de Teresa llena de encantopor su ingenuidad y, al mismo tiempo, de hondura religiosa, impropia de su edad, los seis o siete años. Aunque Teresa dice que le acompañaban en estas aventuras un hermano, Rodrigo, «casi de mi edad», y algunas niñas, suponemos que los distintos proyectos o escenificaciones eran urdidos por Teresa y su desbordada fantasía, embarcando en las aventuras devotas o locuras infantiles a Rodrigo y a sus amiguitas de infancia.
El protagonismo de la niña Teresa no es una mera sospecha, sino que tiene apoyo documental en su relato de infancia. Por ejemplo, me admira el uso frecuente de los verbos en la primera persona: teníauno [hermano] de mi edad, veíalos martirios, parecíamecompraban muy barato el ir a gozar de Dios, deseabayo mucho morir,no por amor que yo entendiese, leíahaber en el cielo, juntábamecon este mi hermano, parécemeque nos daba el Señor ánimo, me quedase en esta niñez imprimido el camino de la verdad, me daba Dios tan presto lo que yo perdí por mi culpa, hacía limosna, procuraba soledad, gustaba mucho cuando jugaba hacer monasterios, y yo me parecedeseaba serlo (monja).
Es verdad que alguna vez usa también el plural pero sospecho que ella llevaba la voz cantante y que era el alma de todas las iniciativas y travesuras, como demuestra el uso abundando de la primera persona, como hemos visto: juntábamonosentrambos, concertábamos irnos, viéramos, nos parecía, espantábanos mucho, acaecíanos, gustábanos, ordenábamosser ermitaños, procurábamos como podíamos, no hallábamosremedio en nada para nuestro deseo.
Pues bien, veo reflejados en estos relatos de infancia los tres estadiosde la vida de la Iglesia primitiva a los que me he referido antes y en idéntica sucesión cronológica. En primer lugar, quiso ser «mártir»: imitación de la «Iglesia martirial». «Como veía los martirios que por Dios las santas pasaban […] deseaba yo mucho morir así […]».
Ante el fracaso de ese primer proyecto, ideó un segundo ensayo para comprar barato el cielo y gozar de Dios para siempre: imitación de la «Iglesia eremítica». «De que vi que era imposible ir adonde me matasen por Dios, ordenábamos ser ermitaños«; y en una huerta que había en casa procurábamos, como podíamos, hacer ermitas, poniendo unas piedrecillas, que luego se nos caían, y así no hallábamos remedio en nada para nuestro deseo […]».
Y, por fin, el último proyecto también frustrado por su temprana edad, pero que pudo realizar en su mayoría de edad y para siempre: la «Iglesia cenobítica». «Gustaba mucho, cuando jugaba con otras niñas, hacer monasterios, como que éramos monjas; y yo me parece deseaba serlo, aunque no tanto como las cosas que he dicho». (Conviene leer despacio el cap. 1, nn. 5-6 de Vida).
Y quedan todavía algunas sorpresas o sospechas que provoca todo el relato de infancia que hace Teresa en los primeros compases de su Autobiografía. La primera es si todo ese despliegue de piedad, devociones católicas practicadas, de pacífico bienestar de su hogar paterno, pero que deja entrever las diferencias de carácter y costumbres de sus padres, en una palabra, de ambiente «cristianísimo», no es una inteligente y encubierta defensa de una familia con raíces judaizantes y judeoconversas. Aunque es verdad que su Autobiografía es un relato de sus intimidades y experiencias espirituales y místicas, velan, y a veces explicitan en un perseverante anonimato, muchas circunstancias históricas de la España de su monasterio, de su ciudad de Ávila, de España y de Europa.
Y la segunda, es que -¡cosa curiosa!- esos relatos de infancia tienen un punto de referencia en las historias reales y fantaseadas descritas en las Vidas de los santos que ciertamente ella leyó en esa temprana edad, se supone que en las veladas nocturnas de la familia al amor de la lumbre en las noches de invierno, y, seguramente, en los momentos de soledad junto con su hermano Rodrigo. Sin decir que sea una mera copia, pueden tener en aquellos infolios de letra gótica y dibujos animados un punto de referencia y de inspiración. Quede la cosa como mera hipótesis.
Y nosotros, lectores del siglo XXI, gocemos de esta fecha, el 28 de marzo, recordando aquellas hermosas aventuras que hicieron soñar, lo mismo que los Libros de Caballerías, a aquel geniecillo precoz que fue Teresa de Cepeda y Ahumada.
Daniel de Pablo Maroto
Carmelita Descalzo de «La Santa»