Daniel de Pablo Maroto, OCD.
Releer los carismas fundacionales de las instituciones religiosas (órdenes, congregaciones, institutos seculares, etc.) es una tarea no sólo del historiador sino del teólogo. Pertenecen al ser de la Iglesia, institución social en su dimensión histórica; pero, al mismo tiempo, los suscita el Espíritu Santo que inspira a los fundadores para dar respuesta a los retos y necesidades de su tiempo. Todo esto viene a cuento porque acaba de salir al mercado un libro sobre la historia del carisma de la Reforma del Carmelo de la que santa Teresa es madre y fundadora. Por tratarse de una obra mía no puedo hacer ni una apología ni una crítica desapasionada de la misma, sino una mera «presentación» de sus contenidos. Espero hacer un servicio a algún lector de estas páginas impresas o en pantallas electrónicas y que, al leer el libro, pueda sacar sus propias conclusiones valorativas.
Aunque el carisma del Carmelo teresiano ha sido ya estudiado anteriormente, a veces en sentido polémico, he pretendido hacer, a ser posible, sólo historia, no ideología, contar lo que sucedió con toda verdad fundado en los documentos, evitando dos escollos peligrosos. Primero, no hacer de la historia un tribunal de justicia para condenar a unos o absolver a otros. Y segundo, no moralizar la historia, cuando el oficio del historiador es hacer juicios racionales para que el lector entienda la urdimbre de los hechos narrados. He pretendido definir el carisma en su mismo nacimiento, en el tiempo de la fundadora Teresa y sus primeros herederos y algunos de los intérpretes del siglo XVII.
En primer lugar, trato de la fundadora Teresa de Jesús, las «fuentes» que alimentaron su proyecto fundacional: el Cristo de los Evangelios, la tradición y las tradiciones de la orden del Carmen, la historia de la Iglesia y la sociedad de su tiempo, la de su convento de La Encarnación de Ávila y la realidad del Nuevo Mundo recién descubierto. Y también sus propias experiencias místicas que ella proyectó sobre la nueva institución y los vocacionados a ella. Y después intento diseñar la «vida reformada», la organización de sus comunidades de monjas y de frailes. En un capítulo especial presento a san Juan de la Cruz como discípulo de la Fundadora, pero también como co-autor del carisma fundacional.
Un bloque de seis capítulos describen la historia del carisma después de los fundadores. En primer lugar, los que considero principales «herederos» directos: el P. Jerónimo Gracián de la Madre de Dios, y tres mujeres, «herederas» privilegiadas porque convivieron con la
Fundadora: María de San José, Ana de Jesús, y Ana de San Bartolomé. Y, finalmente, los que pretendieron «refundar el carisma», tema polémico en la historiografía de la orden y del que se han dado variadas interpretaciones: el P. Nicolás de Jesús María (Doria), y el P. Alonso de Jesús María. El proyecto de vida de estos últimos ha perdurado, para bien o para mal, casi hasta el concilio Vaticano II (1962-1965).
A continuación, analizo los principales documentos jurídicos de la orden, desde las primeras «actas» del general de la orden, P. Rubeo, hasta las Constituciones de 1604, para descubrir la evolución histórica y la andadura del proyecto teresiano. Y, finalmente, el balance de todo el proceso, «repensando el carisma», su vivencia en el presente, con sus luces y sus sombras, mostrando la diferencia entre la realidad histórica de las comunidades teresianas y las leyes, y su proyección sobre el futuro próximo o lejano. Es de esperar -al menos así lo creo después del análisis del carisma del Carmelo teresiano- que la inmensa riqueza de experiencia y doctrina de santa Teresa y san Juan de la Cruz y toda la Escuela carmelitana de espiritualidad acumulada durante siglos, siga teniendo vigencia actual y en el futuro próximo y lejano.
En mi opinión, lo escrito en el libro no agota toda la riqueza del carisma que Teresa introyectó en su Reforma como fundadora, pero sí -al menos así lo creo y espero- lo más específico del mismo en sus orígenes y en su ya larga trayectoria histórica. Quedan sin desarrollar, por ejemplo, todas las aportaciones de los grandes espirituales y místicos carmelitas descalzos de los siglos XVII y algunas figuras estelares de los siglos XIX y XX. Pero sería la materia de otro libro de historia.
Falta también la aportación de los superiores generales y provinciales que siguen presentando relecturas acomodadas a los tiempos presentes en la legislación renovada después del concilio Vaticano II, en asambleas plenarias, en los capítulos generales y otras ágoras culturales como los congresos, semanas de estudio, etc. Esto significa que el carisma del Carmelo teresiano sigue en expansión, en constante reinterpretación en la esperanza de que las adaptaciones respondan a los retos modernos, a las preguntas que hacen los hombres de nuestro tiempo. Todo ello no es un trabajo inútil mientras no se olvide la historia, no se desconecten de las raíces del pasado.
Que el lector encuentre en estas páginas no sólo materiales para pensar, sino para vivir.
Artículo publicado en el Web: Carmelitas Descalzos. Provincia de Castilla