Repensar a Teresa de Jesús en Avila, cuando llega el 15 de octubre, es una necesidad y un deber. Ella mueve en todo tiempo gentes de toda raza, pueblo y nación, atrae a turistas, ilumina a peregrinos que llenan las calles de Avila y la iglesia de «La Santa». Viendo los ríos de gentes que visitan su «casa natal», especialmente en torno a su fiesta, me pregunto por las razones y motivos que les conducen hasta este lugar.
Es claro que muchos son «conducidos», traídos y llevados por agencias de turismo como un lugar de relevancia cultural o religiosa. Son simples turistas. Entre ellos es probable que se encuentren practicantes de la religión, cristianos y católicos fervientes, pero también ateos, agnósticos o indiferentes, que ven en Teresa una personalidad digna de ser conocida. Otros vienen acompañados por sus pastores eclesiásticos en visita a otros santuarios y de paso también la Avila teresiana. Pueden y deben ser considerados, más bien, como peregrinos.
En cualquier caso, desearía que todos los que vienen a Avila busquen y encuentren la Teresa de Jesús de la historia real, la «santa» humana y divina; no sólo la Teresa de Avila, una figura desacralizada en la propaganda turística para consumo del laicismo imperante. Teresa de Cepeda y Ahumada es una mujer extraordinaria, la segunda más importante de Castilla, después de Isabel la Católica según una encuesta reciente, sólo por ser «santa». Sin esa connotación de santidad, Teresa hubiera vivido en un total anonimato más allá de su muerte.
No sería la reformadora de su orden del Carmen, ni fundadora de conventos de frailes y monjas, ni escritora genial. Sería nada, le acompañaría el silencio, patrimonio compartido con la inmensa mayoría de sus contemporáneos. Por ser «santa», canonizada por la Iglesia católica (1622) y presentada como modelo para los creyentes, hoy se sigue hablando de ella, de su familia, de su reforma, de sus obras escritas, de sus extraordinarias experiencias místicas «¿Quién dice la gente que soy yo»?, me parece decirle a los visitantes desde el retablo central de su iglesia y desde la imagen extasiada de su capilla natal en Avila. De Teresa las gentes han dicho de todo en estos casi cinco siglos que nos separan de su vida y de su muerte: elogios, apologías, piropos, los más. Algunos dudaron en su tiempo de la veracidad de sus experiencias místicas y de su mensaje. Y otros, los menos, han intentado denigrarla como una vulgar personalidad histérica, enferma mental y una monja engañadora.
Tarea inútil. Pero lo importante no es lo que nosotros, hombres del siglo XXI, decimos de Teresa de Jesús, sino lo que ella sigue diciendo, escribiendo y proclamando a los visitantes de su casa natal, a los lectores de sus obras. Y ¿qué es lo que comunica Teresa al hombre contemporáneo? Como todo genio religioso, repite las mismas palabras profundas y oportunas que dijo y escribió en el siglo XVI, útiles entonces y en nuestro tiempo. Y las dice en un momento oportuno, problemático y comprometido para la civilización occidental, ahora amenazada al renunciar a sus históricas raíces cristianas desde las más altas instancias políticas. Originariamente, el fundamento lo puso el humanismo de Grecia y Roma (lengua, ciencias, artes, derecho…); la cúspide, la espiritualidad del cristianismo (igualdad y dignidad del hombre, libertad y responsabilidad personal, amor universal…); y el complemento, el idealismo naturalista de los pueblos bárbaros que invadieron Europa. Al final, el cristianismo, amalgamando el magna plural originario, creó la civilización que ha configurado Europa durante más de quince siglos compaginando fe y razón, ciencia y religión, culto razonable y magia, paz y guerra…
Teresa no tenía un conocimiento, ni siquiera vago, de ese entramado de fuerzas culturales, sociales y religiosas de Occidente. Pero, educada en esa tradición, integró en su vida de modo perfecto el humanismo grecorromano, el realismo espiritual cristiano, y el idealismo utópico de los pueblos germánicos. Y eso es lo que sigue enseñando en el caos de civilizaciones y nihilismos de la era contemporánea.
Como modelo de mujer, cristiana y santa, comunica a los hombres de Occidente el mensaje de su experiencia humana y mística. A todos aquellos que, perdieron, primero, la confianza en las instituciones eclesiásticas; luego, la moral de los Evangelios de Jesús; y, finalmente, fe en Dios, en Cristo, en los ritos en los dogmas y las representaciones del más allá. Llegado a este punto, el hombre no sabe darse respuestas sólidas y definitivas a la pregunta por el sentido de la vida y de la muerte, más allá de la razón y la ciencia.
Al eliminar las respuestas de la fe y la religión, compañeras de la racionalidad, el hombre entra en la niebla o la tiniebla del sinsentido, el vacío y la nada. Es el nihilismo. Antes, las religiones tenían respues-tas a las muchas preguntas que el hombre se hace; hoy las de la razón y la ciencia, que no las suplen del todo. ¿Qué dice Teresa a estos hombres desorientados del siglo XXI? En plena crisis de las instituciones eclesiásticas y de las religiones tradicionales, queda solamente la voz de los místicos como Teresa de Jesús, que hablan, desde su experiencia y en un lenguaje trascendido, del Ser Absoluto, trascendente y realmente presente a la historia del hombre.
A los creyentes en los dogmas cristianos y católicos, les recuerda el camino de fe y de experiencias místicas recorrido por ella, expuestas en unos escritos de prosa admirable, únicos en el mundo; libros de teología, de historia y de la espiritualidad cristiana. A los indiferentes, agnósticos y ateos, les dice que no se conformen con visitarla en su capilla natal, que lean sus escritos, donde encontrarán virtudes humanas y rastros de la divinidad. Es posible que alguno concluya, como Edith Stein, asesinada en un campo de concentración nazi: «aquí está la verdad».
Después de aquel encuentro con la «Verdad», y desde un judaísmo no practicado, más bien desde un ateísmo radical, se convirtió a la fe cristiana y católica ingresando en un convento de carmelitas descalzas. Sobre las densas nieblas o tinieblas del tiempo presente, retrógrado en valores cristianos, se proyecta la luminosa verdad de la madre Teresa, dirigida a lectores de sus obras y a los visitantes de su «casa natal». Es de esperar que el hombre moderno recupere el horizonte de profundidad y de dignidad que le enseñó el cristianismo.
Que, ayudado por las directrices de esta maestra de la lengua castellana, de esta teonauta abulense, comprenda el misterio de su propio ser, de su devenir y su destino. La mística de Teresa supera el nihilismo y el ateísmo contemporáneos. Purifica el cristianismo.
DANIEL DE PABLO, Carmelita descalzo. La Santa.