DANIEL DE PABLO MAROTO – Carmelita Descalzo. “La Santa” – ÁVILA
El mes de mayo nos trae muchos recuerdos de nuestra infancia ya lejana: es el “mes de las flores” que llevábamos a los altares de la Virgen María y de la que hacíamos una memoria especial. Se añadió después el “día de la madre”, que coincide este año, 2023, con el domingo, 7 de mayo. Sin olvidar esa “intención” de fondo, viviendo en la “casa natal” de Santa Teresa en Ávila, me viene a la memoria hacer en este día una mención especial de su “Maternidad” espiritual sobre sus “hijas e hijos” y de todos sus devotos y admiradores.
Santa Teresa de Jesús es un manantial inagotable de doctrina, de sugerencias y hechos de vida; cuanto más ahondamos en su personalidad, en sus obras escritas y en sus “hazañas” más nos asombra lo realizado en tan pocos años de vida “activa” (1562-1582). En vida, le molestaba que le llamasen “Fundadora” de la Reforma del Carmelo, no solo porque no lo veía bien el comisario y visitador apostólico de turno y se lo advirtió a Teresa; le contestó que se lo prohibía, pero que no le hacían caso. Sin duda, ella prefería el más cordial y cariñoso de “Madre”, y no solo porque le correspondía por su oficio de “priora” de alguna de sus fundaciones.
Tan “Madre” de sus hijas se sentía que, cuando se hospedaba en sus casas ya fundadas, se le partía el alma al despedirse sabiendo o intuyendo que no las volvería a ver. Y “Madre” también de los frailes descalzos fundados para ser algunos “maestros” en las universidades y místicos por gracia para la dirección espiritual de sus hermanas; y, sobre todo, necesarios para apoyarse mutuamente en el servicio de la Iglesia, y poder cumplir su “sueño” de misionar en tierras de infieles que ella lo tenía prohibido. Es cierto que sufrió un desencanto pasajero por haberlos fundado, aunque parezca mentira: “Algunas veces me pesara -escribe- de que se había comenzado” (¡!). Fundaciones, 23, 12).
En un breve escrito como éste, no puedo documentar el rico panorama en el que la fundadora Teresa ejerció de verdadera “Madre” no solo con su familia natural y espiritual, las hijas e hijos de su Reforma, sino también con sus amigos del alma. Escojo algunos ejemplos para ayudar a los lectores de estas hojas volanderas a descubrir a la “Madre” Teresa en acción.
Por ejemplo, Teresa fue una buena y santa “Madre” preocupándose de las personas “enfermas” a las que manda cuidar “con todo amor y regalo y piedad”, y que no les falte nada de lo necesario (Constituciones, nº 23). De manera “maternal” especial trató a las monjas aquejadas de enfermedades mentales, las neuróticas, que encontró en las comunidades de Salamanca, Medina del Campo y Sevilla, comprometiendo en esta ciudad el buen nombre de las monjas y de la misma madre Teresa con la intervención de la Inquisición con final feliz.
Se preocupó con “maternal solicitad” de su familia natural, de manera especial de su hermano Pedro, gravemente enfermo que ella lo tuvo por “loco”, y aconsejó a su hermano Lorenzo que le ayudase en lo posible y con prudente reserva. Y ella misma se preocupó de que no pasase frío en la iglesia mandándole una “bolilla! (¡!) o brasero. Pero lo más espectacular fue el cuidado de una hija extramatrimonial que tuvo su sobrino Lorenzo. El padre marchó a América y su santa tía se quedó un tiempo al cuidado de la criatura en el convento de San José pidiendo al sobrino que enviase dineros para alimentarla. La niña quedó pronto al cuidado de su tía Juana, en Alba de Tormes. Aunque la “Madre” Teresa dijo a Lorenzo que había comenzado pronto a ser un joven “travieso” y que siente el hecho por ser “ofensa de Dios”, no le sermoneó con principios morales ni se escandalizó de lo sucedido (Cf. Carta, 15-XII-1581, 4-8). En fin, un bello cuadro de una santa, conmoviéndose como una buena madre o, más bien, como una abuela, “vieja” o “vejezuela”, como ella se reconocía en esos momentos.
La preocupación de la “Madre” Teresa por sus “amigos” y por su Reforma del Carmelo, estando ella necesitada de cuidados, es frecuente en su biografía y los ejemplos no caben en unas breves páginas. Por citar algunos ejemplos, recuerdo los consejos que daba a su querido Padre Gracián para que no se cayese de las caballerías en los viajes; le dice que cambie de cabalgadura si es necesario; y que tenga cuidado con sus “frieras”, o sea, los sabañones “que se hacen en los calcañales en tiempo de mucho frío”.
Otro de sus buenos amigos, es el gran teólogo Domingo Báñez, que le ayudó a discernir su espíritu y aprobó el libro de la Vida como juez inquisitorial, y ella le trató con mucha familiaridad; como una buena “Madre” se preocupaba en alguna ocasión de “el mal de mi padre”, y, como ella no puede atenderle, pide ayuda a la priora de Valladolid que le mande “poner ropa a los pies”, y que “mire si trae harta ropa”. ¿Una madre haría algo más apropiado por sus hijos? (Cta. a María Bautista, en Valladolid, 19-II-76, 8).
Y, finalmente, el recuerdo de los Indios le conmueve el alma al sospechar que son conculcados sus derechos naturales y no son evangelizados como ella quisiera, como se deduce de su expresión: “Esos indios no me cuestan poco […] que somos peores que bestias, pues no entendemos la gran dignidad de nuestra alma y cómo la apocamos con cosas tan apocadas como son las de la tierra” (Cta. a Lorenzo de Toledo, 17-I-1570, 20). ¿Sentimiento de “Maternidad” o defensa de los derechos humanos?
Y, para concluir este relato sobre Teresa como “Madre” de su “Reforma”, especialmente entre los frailes que estuvo en peligro de perecer, recuerdo su recurso al mismísimo rey Felipe II y, gracias a su intervención, se salvó la institución de una extinción segura. Pertenece al mismo sentimiento de “maternidad” espiritual su actitud ante la muerte de sus amigos del alma, personas que necesitaba la Orden o la madre Iglesia. Por ejemplo, el sentimiento de pena que le embargó al conocer la muerte del general de la orden, Juan Bautista Rubeo. “Ternísima estoy –escribe- y el primer día llorar que llorarás sin poder hacer otra cosa” (Cta. a Gracián, 15-X-1578, 1). Lo mismo sucedió cuando murió el Maestro Juan de Ávila, a quien tanto debía ella por la aprobación del libro de la Vida poco antes de morir. Y así, el sentimiento al conocer las enfermedades o la muerte de otros buenos amigos y amigas.
Quiero concluir este breve relato recordando a las “madres” de familia en su día, pero admiro de manera especial a las “madres” que en tiempos de las grandes guerras cumplieron con su sagrado de deber de traer “hijos” a este mundo llenando el cupo necesario para sobrevivir una sociedad y que dejaban desierto las muertes por la barbarie de las bombas. Mi madre fue una de ellas, entre tantos millones. Además, y concluyo esta ya larga y rica historia, mi madre gozó del “carisma de curaciones”, uno de los mencionados por san Pablo (Cr. 12, 9). Fui testigo de que curaba las úlceras de la boca en los niños. El método era sencillo: escribía en un papel algo que ignoré durante años, lo reducía de tamaño y le pedía a las madres que lo envolviesen en un pedazo de tela y, cosida, se lo colocaran al niño en la ropa interior. Matemáticamente, a los tres días las úlceras habían desaparecido, algo imposible para la medicina de la postguerra civil. Nunca cobró nada por aquella acción, solo la voluntad, como lo entregaban las madres agradecidas en especie o en metálico.
Años después, siendo ya sacerdote, le pregunté, qué es lo que escribía en aquel misterioso papel y, al fin, me lo comunicó: con mi asombro, descubrí que se trataba de un “triduo” al Niño Jesús, repitiendo una oración durante tres días la curandera “carismática”, mi Madre. La gracia carismática concedida a la familia murió con ella porque, al parecer, la gracia se transmitía, creo, a una de las hijas, pero no estoy del todo seguro y ninguna ha seguido la tradición. ¡Dios sea bendito en sus dones!