DANIEL DE PABLO MAROTO – Convento de “La Santa” – Ávila
Estamos en tiempos gloriosos y gozosos en los que la defensa de las mujeres es un derecho de ellas, un deber para para los dirigentes de la sociedad y un gozo para los que lo contemplamos desde nuestras barreras humanas o intelectuales superando las injusticias cometidas durante siglos. Y creo que no hay que buscar el origen del antifeminismo histórico en la pecadora Eva bíblica porque no siempre la mujer ha sido la perjudicada en la historia de la humanidad ni todas las sociedades conocieron ese relato. Dejando en el olvido las viejas historias, recuerdo a los lectores que, en una época pro machista y antifeminista, se desarrolló paralelamente un movimiento cultural en defensa de las mujeres que podemos llamar movimiento feminista y antimachista.
Haciendo historia, y suponiendo un panorama cultural que defiende la superioridad del hombre sobre la mujer socialmente marginada, recuerdo que hubo al mismo tiempo un movimiento en defensa de la mujer propuesta por algunas mujeres apoyadas por algunos varones. Entre ellas, quizá la más eminente que defendió su quehacer social y eclesial en el siglo XVI fue santa Teresa de Jesús quien, abierta o subliminalmente, exigió paridad con los hombres; pero es caso muy explorado por los teresianistas de la época moderna y comúnmente aceptado y a él remito a los lectores que todavía lo ignoran.
Me refiero ahora a otros testigos -hombres y mujeres- que defendieron a las mujeres no solo con idénticos valores a los hombres, sino aun superiores. Tuvieron que superar el pensamiento negativo desde los tiempos de los romanos (Aristóteles, por ejemplo) y los teólogos medievales hasta llegar al devoto franciscano Francisco de Osuna que recoge esa tradición y cuya opinión contra las mujeres ha sido muy citada: “Desque tú vieres a tu mujer andar muchas estaciones y darse a devoterías […] quiébrale la pierna si es moza […]. Bástele a la mujer oír un sermón y hacer, si más quiere, que le lean un libro mientras hila, y asentarse so la mano de su marido”. Testimonios como éste se encuentran en nuestra literatura del siglo XVI como en el mismo Don Quijote de la Mancha (I, 33). Otra curiosa perla histórica nos la ofrece el cronista de la Reforma teresiana, Francisco de Santa María (Pulgar), defendiendo que fue necesaria la existencia de frailes descalzos porque “la flaqueza de las mujeres, no sustentada de la fortaleza de los varones, es cuerpo sin costillas”. (¡!).
Siguiendo el ritmo de la cultura occidental, podemos decir que, desde la edad media, las mujeres místicas defendieron no solo su status religioso, sino que, por la “iluminación” especial que tenían de Dios pedían a la Iglesia y a la sociedad libertad en una especie de rebelde sumisión. Es este un capítulo a explorar bien en la historia de las mujeres. Santa Juana de Arco sería una mujer mística a recuperar en esta historia.
Pero no son solamente ellas, sino un movimiento feminista conocido en la historia de la cultura occidental al final de la edad media como “La querella de las mujeres” cuyas representantes más insignes lucharon contra la misoginia ambiental y la supuesta inferioridad de las mujeres en relación con los hombres fundándose en la Sda. Escritura, en la filosofía griega y escolástica y en nociones biológicas trasnochadas. Y, pasando por alto algunas defensoras de las mujeres al comienzo del mundo moderno, me es grato recordar que al franciscano cardenal Cisneros lo considero un eminente defensor de las mujeres en pleno siglo XVI, sobre todo a las mujeres mística. Para aumentar su cultura religiosa dio a la estampa obras de mujeres escritoras medievales, como Ángela de Foligno, santa Catalina de Sena, santa Clara, etc.
Y, por fin, un recuerdo especial como feminista al eminente pensador Erasmo de Rotterdam, apasionado defensor de la mujer sin más adjetivos, su ser, sus valores y servicios que debe prestar a la sociedad; lo propone en el Coloquio de Antronio y Magdalia. Antronio es el representante de los monjes cerriles e ignorantes, contrario a que los monjes y las mujeres adquieran una cultura académica. Y Magdalia, una figura de las mujeres letreras y sabias que aspiran a la formación cultural, que escucha a varones sabios, que leen libros en la lengua del pueblo y hasta que saben latín. Antronio le critica esa costumbre diciendo:
“Los libros quitan mucho seso a las mujeres, y ellas tienen poco de suyo, de manera que ligeramente lo pierden todo”. “Muchas veces he oído que la mujer letrada es dos veces necia”. “No sé cómo se es que no parece asentársele más las letras a la mujer que la albarda al buey”.
Y Magdalia se defiende:
“Lo que eso dicen, lo son tres [veces necios]. Bien es verdad que hay algunas mujeres tan resabiadas que presumen de bachilleras, y de esas tales no sería muy fuera de propósito el refrán; mas, la mujer que verdaderamente es sabia lo primero en que lo muestra es no hacer plaza de lo que sabe, sino en tener una muy templada modestia…”. “E si los hombres no tornáis por las letras, tiempo ha de venir que las mujeres leamos en las escuelas e prediquemos en los templos…”. “Mas no pienses que soy yo sola [la que lee y habla con letrados], que tantas somos ya que un día de estos nos hemos de levantar contra vosotros e quitaros las abadías e dignidades por inhábiles”.
Textos magníficos, de una envidiable modernidad. Lo podían suscribir cualquiera de las feministas de nuestro tiempo. Me parece un buen colofón para este escrito en defensa de las sabias mujeres de otros tiempos que pueden ser modelos para las mujeres y los hombres de nuestro tiempo. Saber de un sabio cuya doctrina no pasa.
(Para una abundante información del tema desde el punto de vista histórico, remito a mi escrito: DANIEL DE PABLO MAROTO, Teresa en oración. Historia. Experiencia. Doctrina, Madrid, Editorial de Espiritualidad, 2004, cap. 8, pp. 277-318.)