DANIEL DE PABLO MAROTO – Carmelita Descalzo. “La Santa” – Ávila
El ciclo de la Navidad tiene -en su origen- un punto de referencia exclusiva al problema de Dios que interviene en la historia de los hombres y así lo ha percibido el ser humano en las sociedades cristianizadas durante siglos, especialmente en la civilización occidental y traspasada a otros continentes. En nuestro tiempo, teniendo en cuenta el espíritu desacralizador de las creencias religiosas y cristianas que se ha ido imponiendo en las mentalidades colectivas de la humanidad, la encarnación de Dios en el hombre Jesús, ha dejado de ser un referente cultural necesario en la historia de la cultura universal.
1 – Navidad y el misterio de Dios
Es lo esencial como tema de fondo a pensar y vivir en este tiempo de Navidad: la aceptación de la existencia de Dios que sigue estando operativa en la civilización contemporánea, sobre todo la occidental y dignifica a los seres humanos. Es verdad que el hecho crea un problema al ser humano tan “racional” que se resuelve de manera diferente dependiendo del lugar en que nace y vive y de las tradiciones culturales en que se educa. Y el problema se agrava porque el cristianismo propone que su Dios es el verdadero, pero en Trinidad de Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y para complicar y confundir algo más a la razón humana, propone como verdad incuestionable que sólo el Hijo se ha encarnado en el hombre Jesús de Nazaret en la “plenitud de los tiempos” o en la “culminación de la historia”. El relato del cristianismo culmina con la presencia de María, la madre de Jesús, que recoge en su seno toda la grandeza y las miserias del rey David en cuya línea descendente se encuentra Jesús. Abro un paréntesis curioso: santa Teresa de Jesús aprovechó la presencia de María madre para defender la dignidad de las mujeres tan estimadas por Cristo.
En los lugares donde se ha difundido la religión cristiana y desde niños se ha oído esta propuesta, se repite y se acepta sin grandes problemas; pero a los intelectuales y racionalistas, conocedores de la historia de las religiones, les resulta difícil conjuntar fe y razón, cristianismo y conocimientos científicos. Y, sin embargo, no se puede celebrar y vivir la Navidad en su plenitud sin aceptar la existencia de Dios. En nuestro contexto cultural actual se impone la pregunta: ¿cómo pueden celebrar los ateos la Navidad?
A propósito, muchos pensadores proponen que es tan racional el creer en Dios como no creer y que el ateísmo está justificado por la complejidad del acto de creer; y con más razón la actitud moderada de los agnósticos que mantienen una reserva mental ante la existencia de Dios como su negación. Aprovecho estas propuestas para preguntar si es procedente en la situación actual del pensamiento crítico el antiteísmo, el teórico, y con más razón el militante que sigue persiguiendo a los creyentes en Dios. Como pura anécdota recuerdo que mi biografía de la Santa de Ávila, Mi Teresa, se la he dedicado a los creyentes en Dios, a los ateos y los agnósticos. Aprovecho también la ocasión para proponer que personalmente encuentro más presente y actuante a Dios en los místicos y en los “conversos” del ateísmo e indiferentes a la creencia en Dios que en los mismos teólogos, aun admitiendo que sus reflexiones son necesarias para explicar los dogmas cristianos.
2 – Memoria emocional de los “Nacimientos” o “Belenes”
Representa el aspecto artístico y festivo del acontecimiento sacro, su elocuencia social, la popularización del misterio, aun -a veces- en las sociedades desacralizadas, lo más visible y esplendoroso. Si los “Belenes” o “Nacimientos” reproducen lo que pudo ser el acontecimiento original, sean bien venidos y cuanto más artísticos, mejor; sí pediría a los “beleneros” que tengan en cuenta el espíritu sagrado y místico que conmovió el alma sensible y poético del creador del evento hace ocho siglos, san Francisco de Asís. Hoy se ven muchos excesos en algunos “Nacimientos” colocando figuras ajenas a la historia del misterio y al escenario original: introducir acontecimientos o personajes contemporáneos, acciones hasta indecorosas, etc. Se imponen los criterios sacros y hechos históricos. Es desacralizar el misterio de la Natividad, completamente ajeno a lo que celebra la liturgia cristiana, un ejemplo más de la increencia de las naciones antiguamente cristianas y que van dejando de serlo. En el fondo de tanta fiesta desacralizadora, al menos se filtra algo del misterio de la encarnación de Dios.
3 – El folklore de las fiestas de la Navidad
Me refiero al aprovechamiento que hacen las sociedades opulentas del primer mundo para comercializar y a veces desacralizar el antiguo y sacro evento que sucedió en soledad y silencio, ajeno a los intereses sociales y menos comerciales del tiempo. Si nos atenemos a los relatos evangélicos, vino Dios al mundo en un lugar inapropiado, revestido en carne de niño, rodeado de amor de sus padres (¡!), y sus vecinos cercanos ni se enteraron. Los judíos porque no creyeron que esa era esa la manera de aparecer el Mesías tan esperado revestido de poder, con majestad regia y deseos de libertar al pueblo oprimido por las potencias extranjeras; las autoridades romanas que ocupaban Palestina no se preocupaban de las antiguas profecías que les quitaban el poder; sólo los ángeles, vigilantes del cielo y de la tierra, y los pastores, trabajadores nocturnos con sus perros guardianes, se acercaron a ver lo sucedido, dicen que en un establo de animales domésticos; y, finalmente, los reyes o sabios adivinos lejanos con sus regalos a adorar al rey envuelto en pañales.
En nuestro tiempo, al menos en las sociedades ricas y evolucionadas, allí donde existen todavía restos de la predicación evangélica, se adornan las calles cada año con mayores galas: iluminación de las calles, árboles luminosos cada vez más esbeltos y adornados; y paralelamente, la provocación interesada de los comercios de las calles iluminadas. Y las gentes, como enloquecidas, buscando en el inmenso botín comercial, algo que comprar para el propio uso o para intercambiar regalos con familiares y amigos.
Es de esperar que los escenarios lumínicos y los intereses comerciales no apaguen la luz de Belén para que siga iluminando al mundo y sus habitantes creyentes o ateos.