San Pedro Poveda, pedagogo y mártir

HAY REVOLUCIONES BLANCAS, FUNDADAS EN EL AMOR, QUE NO MATAN, SINO QUE RESCATAN

DANIEL DE PABLO MAROTO,

Carmelita Descalzo, «La Santa»

Acaba de ser estrenada la película POVEDA, un apellido a secas, sin nombres previos que buscaba el carcelero en el supuesto hombre «rico» que tenía delante, un pobre cura a la espera de ser fusilado. Se presenta sin aditamentos eclesiásticos de beato o santo porque le sobran y mantiene los que proceden de la razón y de los sentimientos: se trata de un hombre genial, bueno, creativo, pionero de muchos quehaceres e ideales, humanista, y con derecho a otros títulos cuando no los cercena el espíritu sectario.

Después de haberla visto, no quiero hacer un juicio técnico sobre la cinta porque no me creo suficientemente experto en el tema, no soy un crítico de cine. Pero sí quiero presentar a los lectores mis impresiones al margen de lo visto y oído. La película, como espectáculo visual, es de un realismo sobrecogedor en las cuevas de Guadix; fascinante la perspectiva de la ciudad de Jaén y su comarca; los fotogramas, especialmente los de las montañas de Covadonga, excelentes. Y así podía seguir con sus excelencias formales.

Dejando aparte todo eso, me ha impresionado, de manera especial, la grandeza de un hombre solo, sacerdote católico, que se enfrenta con la pobreza, la marginalidad de una zona tan deprimida de Guadix: el inicial rechazo de los habitantes de aquellos tugurios, pobres, marginados y analfabetos; la creación de la escuela, la conquista de los corazones de aquellas buenas gentes depauperadas, pero de un buen fondo natural, etc. Y, lo que es más doloroso, la falta de apoyo de la jerarquía eclesiástica. La soledad del hombre creativo y caritativo, del hombre de Dios, y el envío a una especie de destierro en Asturias.

Y después, la lejanía de su tierra, de su familia, la Santina de Convadonga, el germen de una institución pionera con un grupo de mujeres valientes que secundan una intuición del fundador Poveda: promocionar a equipos de mujeres para que pueden educar a otras mujeres en una cadena que no tenga fin hasta la total igualdad con los hombres. Y así fueron naciendo centros de estudio, academias, residencias de estudiantes. Una verdadera revolución cultural, que chocaría con la visión laicista, arreligiosa de la enseñanza, monopolio de los gobiernos de turno en aquellos momentos históricos de principios del siglo XX.

Y, al final, la gran tragedia de la guerra civil española, una de las épocas más turbulentas de la historia de España, que segó la vida de un hombre bueno, predicador de la paz, la bondad, el amor; que se posicionó en contra de la guerra y del odio. Viendo los fotogramas de la película, un espectador ajeno a todo lo que entonces sucedió podrá pensar: ¿por qué fusilaron a un hombre bueno, no metido a político, que no era rico ni poderoso, que hizo el bien a los pobres, que fundó una institución para alfabetizar a los analfabetos, que amó a todos, hasta sus mismos enemigos?

Viendo la película, me viene a la mente la pregunta: ¿por qué no abundan en nuestros tiempo personajes tan carismáticos como Pedro Poveda? Creo que existen en el ancho mundo de nuestro tiempo, pero no los suficientes ¡Cuantas veces echo (echamos) de menos en nuestro tiempo gentes de este temple, de esta valentía, de estas intuiciones, de esta capacidad reactiva ante una sociedad injusta! Ellos son los verdaderos revolucionarios de la historia. Todas las revoluciones hacen avanzar la historia, pero las que se fundan en el odio, en la lucha de clases, que generan guerras civiles, suelen estar demasiado teñidas de sangre humana, que contrarrestan y ponen en peligro el «progreso» que predican. Hay revoluciones blancas, fundadas en el amor, que no matan, sino que rescatan a los pobres, a los desclasados, a los ancianos solos, a los analfabetos, a los enfermos de lepra o esclavos de drogadicciones.

En el estrecho espacio de una columna de periódico no se puede apelar a toda la gente buena que sirve a los necesitados. Que cada gremio ensalce a sus héroes. Yo, como miembro de la Iglesia católica, recuerdo con gozo la «historia de la caridad» que perdura después de veinte siglos y que ha revivido después del concilio Vaticano II (1962-1965) presentándose ante el mundo como «la Iglesia samaritana». Es verdad que la Iglesia católica ha cometido muchos errores a través de tan larga historia, pero no existe una institución humana que haya dejado una impronta cultural, social, humanista como ella.

Y la historia sigue. Aunque este final suena a apología de una institución, no es más que la pura historia que avalan las estadísticas de cada una de la instituciones subsidiarias: Cáritas, Manos unidas, las Hermanitas de la Madre Teresa de Calcuta, los misioneros en tierras empobrecidas y un sinfín de instituciones mantenidas por voluntarios / as, gente buena y santa, como san Pedro Poveda. Que vengan legiones como ellos. Los necesitamos.

SAN PEDRO POVEDA, PEDAGOGO Y MÁRTIR.

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