Rabí Akiva se fue de viaje. Llegó a un poblado pero no encontró albergue. Entonces decidió dormir al aire libre junto con la luna y las estrellas, un gallo, un asno y una lámpara. Antes de cerrar los ojos dijo:
«Todo lo que la Providencia hace está bien».
Pocos minutos después se quedó dormido. Un viento violento apagó la luz. Un gato estranguló al gallo y un león devoró al asno.
Rabí Akiva soñaba y entre dientes volvía a repetir: «Todo lo que la Providencia hace está bien».
Aquella misma noche el ejército ocupó el poblado y apresó a todos los habitantes judíos, menos a Rabí Akiva que dormía plácidamente al aire libre en un lugar que había quedado a oscuras por el viento y que ni el grito del gallo ni el rebuzno del asno lo delataron.
-Cuento judío por Beatriz Borovich-
Dios Padre cuida de sus hijos y les proporciona lo que necesitan. «A todos da el alimento a su tiempo» (Sal 145,15). Dios cuida del mundo, da la fecundidad a la tierra (Hch 14, 17), da el sol y la lluvia a todos, buenos y malos (Mt.5.45); guarda a su pueblo siempre y en todo (Sal 121), y atiende a cada uno según sus necesidades (Ex 16,15).
Jesús enseña a los discípulos a confiar en el Padre: «Padre nuestro, danos hoy nuestro pan cotidiano» (Mt 6,11), sin preocuparse por el mañana, sin temer los problemas, porque el Padre sabe todo lo que nos sucede, y lo que necesitamos (Mt 6.15). Todas las pruebas: desgracias, enfermedades, contrariedades, hasta la misma muerte, serán incapaces de apartar al creyente de confiar en Él, de amarlo, ya que la fe profunda sacará bienes de cualquier acontecimiento.
«Somos el objeto del amor de Dios que nunca falla. Sabemos que siempre tiene sus ojos abiertos hacia nosotros, aunque parezca de noche. Es un papá, mejor aún; es una mamá. Nunca trata de hacernos daño; sólo quiere hacer el bien a todos». Así se expresaba el Papa Juan Pablo I al hablar de Dios como el mejor padre y la mejor madre que podamos tener. «Aunque una madre pudiera olvidar a sus hijos, Dios jamás lo hará» (Is. 49.15).
Dios enseña a vivir el presente como la única realidad de que podemos disfrutar, a curar las heridas del pasado y a no angustiarse y vivir afanados por el futuro. Pasarcada día sólo preocupados de cumplir la voluntad de Dios, libera de deseos y proyectos inútiles, causantes de zozobra y perturbadores de la paz. Dios concede su gracia a aquellos que desean vivir el don de cada día, confiando en Él abandonándose en sus manos, estrenando cada amanecer como un regalo del Padre amoroso que cuida de sus criaturas.
«Padre, me pongo en tus manos. Haz de mi lo que quieras. Sea lo que sea, te doy las gracias. Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo, con tal que tu voluntad se cumpla en mí» (Carlos de Foucalud).