NO QUEJARSE
Al amo de Epicteto le gustaba jugar con su esclavo de una manera un poco recia, y un día le estaba torciendo la pierna con fuerza cuando Epicteto le dijo tranquilamente: «Si me dobláis así la pierna, me la romperéis». Siguió el juego, el esclavo repitió por segunda vez la advertencia. El amo no hizo caso y, de hecho, al cabo de un rato le rompió la pierna. Epicteto le dijo sin inmutarse: «¿Lo veis? Ya os dije que si seguíais así la romperíais». Cojo se quedó todo la vida. Epicteto era esclavo. Entonces el esclavo no tenía ningún derecho, era un objeto en manos del amo que podía hacer con él lo que quisiera. No podía quejarse ni protestar ni oponerse… Epicteto escoge el mejor camino: la aceptación del hecho y sigue sin inmutarse, tranquilo con su cojera de por vida.
¿Podemos recomendar esta actitud a las personas que sufren injustamente, a los que son maltratados, injuriados, a los inmigrantes, a la mujer golpeada y violada…? Creo que hay que exigir justicia y no nos podemos callar ante cualquier clase de atropello. Pero sí nos vendrá bien el tomarnos las cosas con calma ante acontecimientos que no podemos controlar tales como enfermedades, desastres naturales; o ante la suegra que es la misma de siempre, o ante el director de la empresa que tiene esos modales…No somos los dueños de los vientos, del mar y la tierra, ni de las voluntades de los otros.
No está en nuestro poder cambiar a los otros y, a veces éste es el mayor empeño de muchos. Sólo podremos cambiar al otro cuando hayamos cambiado nuestra conducta. Y esto es difícil, porque, sin duda, es menos costoso el pretender que el otro se acomode a nuestras ideas e intereses.
Un hombre se presentó a Epicteto y le preguntó: «¿Cómo conseguir que mi hermano no se enfade conmigo y me regañe?».
Epicteto le contestó: Tráeme a tu hermano y hablaré con él. El cliente insistió: El no vendrá en manera alguna, y aunque viniera no serviría de nada, pues él no ha de cambiar.
Epicteto: «Ahora has aclarado tu caso. Con quien hay que tratar es contigo, no con tu hermano. Si tu hermano cambia o no, eso le toca él; ojalá cambie, pero eso no está en tu mano. Lo que sí está en tu mano es no perturbarte por la conducta de tu hermano. El origen de toda perturbación es el desear que algo cambie y el no lograr que sea así. Nos dan ganas de sacarle los ojos a quien se nos opone y, ya que no podemos hacerlo, nos ponemos a lamentarnos, gemir e insultar a quien podemos, incluso a Zeus y los demás dioses.Educarse es aprender a distinguir las cosas que están en nuestro poder y las que no lo están. Y luego saber cultivar la ecuanimidad respecto a las cosas que están en nuestro poder. La pena es que nos amargamos la vida tratando de cambiar lo que no podemos cambiar, y eso nos distrae y nos hace débiles cuando se trata de cambiar lo que sí podríamos cambiar».
Debe quedar claro que para educar y gobernar a otros, primero hay que gobernarse a sí mismos . Quien no es capaz de frenar la lengua, vencer los apetitos y pasiones, no puede pedir moderación a los demás y no tiene calidad moral para exigir cambios en los otros.
Es cierto que no podemos ser indiferentes ante el dolor, bien sea el nuestro o el ajeno; pero en muchas ocasiones ¿qué se logra con lamentarse, con quejarse? Nada, pues ante enfermedades, desgracias, muertes, se ha de hacer todo lo que se pueda para evitarlas o está a nuestro alcance, pero si a pesar de lo hecho no se logra nada, sobran todas las lamentaciones.
No son los acontecimientos lo que nos quitan la paz, si no cómo enfocamos esos hechos.
En la vida todo depende de la actitud con que tomamos los acontecimientos. «Lo que afecta a los hombres no son los hechos, sino sus opiniones acerca de los hechos» (Epicteto). Que-ve-do tradujo a Epicteto y aquí tenemos estos versos más importantes del Enquiridion:
«No son las cosas mismas
las que al hombre alborotan y le espantan,
sino las opciones engañosas
que tiene el hombre de las mismas cosas:
como se ve en la muerte,
que, si con luz de la verdad se advierte,
no es molesta por sí, que, si lo fuera,
a Sócrates molesta pareciera:
son en la muerte duras, cuando, necios,
tememos padecella, las opiniones que tenemos della;
y siendo esto en la muerte verdad clara,
que es la más formidable y espantosa,
lo propio has de juzgar de cualquier cosa.
Por eso, cuantas veces a
tu seso le turben ilusiones,
culparás a tus propias opiniones
Y no a las cosas mismas,
ya propias o ajenas,
pues ellas en su ser todas son buenas.
Por eso debes advertir en todo
que quien por su maldad o su desprecio
al otro culpa, es necio:
que quien se culpa a sí, y a nadie culpa,
ya que no es ignorante,
es solamente honesto principiante;
mas el varón que ni a sí ni a otro acusa,
en cualquier trabajo o accidente,
es el sabio y el bueno juntamente».