EL POR QUÉ DEL SUFRIMIENTO Y EL SILENCIO DE DIOS
Un individuo desaliñado y sucio se puso en pie, en medio de un bullicioso grupo de personas que escuchaban a un predicador en Hyde Park. Se dirigió al orador y, con potente voz, le planteó una pregunta que era más bien un grito de indignación: «Usted dice que Dios vino al mundo hace ya dos mil años… ¿Cómo es posible entonces que el mundo continúe lleno de ladrones, adúlteros y asesinos?».
Se hizo un silencio muy grande. A todos los presentes les pareció que era una objeción incontestable. Sin embargo, el predicador le miró serenamente y contestó: «Tiene usted toda la razón. Pero también existe el agua desde hace millones de años…; y, sin embargo…, ¡fíjese cómo va usted de sucio!».
El sufrimiento del ser humano, especialmente del inocente, es un gran escándalo para el no creyente. El escándalo de nuestra historia de sufrimientos, en sus justas dimensiones, aunque de una manera complicada pero realista, se lo planteaba ya el griego Epicuro:
«O Dios quiere quitar el mal del mundo, mas no puede, o ciertamente puede, mas no quiere. O Él no quiere y no puede evitarlo, o bien puede y quiere quitarlo. Si quiere, pero no puede, es impotente. Si puede, mas no quiere, no ama (la duda humana: si Dios es amor o si Dios existe, es el mismo problema). Si no quiere ni puede, entonces no es el Dios bueno y además es impotente. Si Él quiere y puede (ésta es la sola posibilidad que se le debe como a Dios), entonces ¿de dónde viene el mal actual y por qué no lo quita?».
El problema de fondo, en todo sufrimiento, es la incompatibilidad de dos atributos de Dios: el de la bondad y el de la omnipotencia. ¿Por qué Dios permite el mal? Veamos este proceso a través de la Literatura. Recojo algunos textos.
En la última novela de Mauriac, una mujer se pregunta: «¿Por qué el mal, añade ella (la madre) llorando, sin darse cuenta que de esta manera ponía la única pregunta que podía sacudir la fe?». No es una simple cuestión teórica; está en juego el significado de la existencia.
En la obra El pájaro espino, C. Mc Cullough desarrolla este diálogo entre Ralph y Meggie: «¿Por qué el sufrimiento Meggie?», «pregúntaselo a Dios, Ralph»… «es él el experto en asuntos de dolor, ¿no? Ha sido él quien ha hecho de nosotros lo que somos. Ha creado el universo. Por consiguiente, ha creado también el dolor».
En el escrito La noche, Wiesel evoca el ahorcamiento de un niño, «El ángel de los ojos tristes». Wiesel lee explícitamente una cifra de la verdadera imagen de Dios, de su bondad inocente y absoluta, pero al mismo tiempo de su absoluta impotencia frente al sufrimiento del hombre. Más de media hora permaneció el niño luchando entre la vida y la muerte, agonizando ante los ojos de los condenados. Los detenidos se preguntan: «¿Dónde está el buen Dios? ¿Dónde está?». Y Wiesel responde: «¿Dónde está? Míralo: está colgado ahí, en esa horca».
En El ángel de los ojos tristes y también W. Borchert, quien en el drama Fuera, a la puerta, de regreso de la guerra acusa a Dios de complicidad en los horrores del hombre: «Pero dime, ¿cuándo has sido bueno, buen Dios? ¿Fuiste bueno cuando dejaste que mi hijo de apenas un año quedara hecho jirones por la explosión de una bomba? (…) ¿No lo escuchaste cuando chillaba, y cuando estallaban las bombas? ¿O fuiste bueno cuando cayeron once hombres de mi patrulla? (…) ¿Fuiste bueno en Estalingrado, buen Dios, fuiste bueno allí? ¿Cómo?«.
El doctor Rieux es el personaje principal de la novela La peste, de Camus. Este doctor lucha y combate la peste por el bien de los otros más allá de toda esperanza y recompensa celeste. El padre Paneloux trata de explicar que el amor de Dios se manifiesta a través de la peste, ya que es una llamada de Dios al ser humano a encomendarse totalmente a Él. «Es posible que podamos amar lo que no podemos comprender», dice Paneloux. Esta concepción del dolor expuesta por el P. Paneloux es la que le impide al doctor Rieux creer en Dios como amor, y como autor de una creación en la que sufren los niños inocentes. La idea que tiene Reux es diferente de la de Paneloux y así dice: «estoy dispuesto a negarme hasta la muerte a amar esta creación donde los niños son torturados». Dios sería, según Camus, «el padre de la muerte y el autor del escándalo».
En Los hermanos Karamazov, de Dostoyeevski, Iván –después de contar a su hermano Alíoscha la espeluznante escena de cómo un niño de ocho años fue devorado en presencia de su madre por una jauría de perros, como castigo por haber lesionado, jugando, al lebrel favorito de un general, dice: «Si el sufrimiento de los inocentes es necesario para alcanzar la eterna armonía, demasiado cara han tasado esa armonía; no tenemos dinero bastante en el bolsillo para pagar la entrada. Así que me apresuro a devolver mi billete. Y cualquier hombre honrado tendría que hacer eso mismo cuanto antes. No es que no acepte a Dios, Alíoscha, pero le devuelvo con el mayor respeto mi billete». Iván no acepta explicación alguna ante una sola lágrima de un niño inocente; ninguna armonía futura, por más elevada que sea, puede justificarla.
El complejo de Kafka trata de convencer a los demás de su inocencia, con la esperanza de que cuando esos otros crean en su inocencia él se habrá convencido a sí mismo de que no es culpable. Pero todo esto es en vano. La persona que posee el complejo de Kafka es aquel que se lamenta lo mismo que el personaje de Shakespeare: «Como las moscas para los muchachos traviesos así somos nosotros para los dioses; Ellos nos matan para su diversión y pasatiempo». El complejo de Kafka es la ruina de aquellos que niegan la realidad de Dios y del alma humana.
¿Cuál es el origen de los males y por qué Dios no los elimina?
Voltaire se preguntó lo mismo tras el terremoto que destruyó Lisboa en 1755. ¿Dónde está Dios cuando el hombre sufre? La pregunta está en boca de todos y en todos los tiempos. Jesús mismo gritó: «Señor, Señor, por qué me has abandonado».
El poeta peruano César Vallejo, pensando en todos los atropellados del mundo dijo: «Yo nací un día que Dios estaba enfermo y grave».
¿Qué significado tienen el mal y el sufrimiento en el mundo? ¿Y la muerte?
Frente al holocausto, escribe Wisel, Dios ha callado: «Silencio, Total, Absoluto (…). Los asesinos matan. Los asesinos ríen. Y Dios sigue callado«. Es importante recordar que para el pensamiento hebreo, en el grito de Job y en el abandono de Cristo, como en Auschwitz, hay que ver cuestionada la omnipotencia misma de Dios, en el sentido de que Dios mismo está presente en el grito del abandonado y en la sangre del inocente, y sólo en esta perspectiva resultaría comprensible su «silencio». Y lo preguntó de otra manera el filósofo alemán Teodoro Adorno: «¿Es posible hacer poesía después de Auschwitz?». Lo hizo incluso Benedicto XVI durante su visita al campo de concentración de Auschwitz: «¿Por qué, Señor, has tolerado esto?».
H. Jonas, en «El concepto de Dios después de Auschwitz« nos dice que Dios sufre con el mismo sufrimiento del ser humano. Dios revela su amor manifestado en su impotencia frente al sufrimiento y el mal que ha entrado en la historia. El Dios amor es un Dios que sufre.
Todo lo dicho se podría resumir en una frase de Marx Horkheimer:
«Frente al dolor del mundo o la injusticia, es imposible creer en el dogma de la existencia de un Dios omnipotente y sumamente bueno». Frente a esta conclusión, nosotrosproponemos ahondar incesantemente en el hecho de que Dios se haya hecho hombre, algo que para los que creen saberlo todo supone una necedad y para muchos escogidos, una locura. Quizás ahí esté la clave de muchas cosas.
EUSEBIO GÓMEZ NAVARRO, O.C.D
¿POR QUÉ A MÍ?¿POR QUÉ AHORA? Y ¿POR QUÉ NO? SENTIDO DEL SUFRIMIENTO