(Desde la Resurrección hasta las apariciones en Galilea)
La Resurrección del Señor
(domingo de resurrección por la mañana)
Un ángel del Señor bajó del cielo, se acercó, hizo rodar la losa del sepulcro y se sentó en ella
(Mt 28,1-4 – Mc 16,1-4 – Lc 24, 1-3 – Jn 20,1)
Pasado el sábado, María Magdalena, María la madre de Santiago y Salomé compraron perfumes para ir a embalsamarlo. El primer día de la semana, muy de madrugada, al rayar el alba, antes de salir el sol, volvieron al sepulcro llevando los aromas preparados. Iban diciéndose: “¿Quién nos rodará la losa de la puerta del sepulcro?”. De pronto hubo un gran terremoto, pues un ángel del Señor bajó del cielo, se acercó, hizo rodar la losa del sepulcro y se sentó en ella. Su aspecto era como un rayo, y su vestido blanco como la nieve. Los guardias temblaron de miedo y se quedaron como muertos. [Las mujeres] levantaron los ojos, y se encontraron con que la piedra había sido rodada del sepulcro; era muy grande. Entraron en el sepulcro y no encontraron el cuerpo de Jesús, el Señor.
Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto
(Lc 24,12 – Jn 20,2-10)
Entonces [María Magdalena] fue corriendo a decírselo a Simón Pedro y al otro discípulo preferido de Jesús; les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Pedro y el otro discípulo, se levantaron y salieron corriendo hacia el sepulcro los dos juntos. El otro discípulo corrió más que Pedro, y llegó antes al sepulcro; se asomó y vio los lienzos por el suelo, pero no entró. En seguida llegó Simón Pedro, se asomó, entró en el sepulcro y sólo vio los lienzos por el suelo; el sudario con que le habían envuelto la cabeza no estaba en el suelo con los lienzos, sino doblado en un lugar aparte. Entonces entró el otro discípulo que había llegado antes al sepulcro, vio y creyó; pues no había entendido aún la Escritura según la cual Jesús tenía que resucitar de entre los muertos. Los discípulos se volvieron a su casa, maravillados de lo ocurrido.
“No está aquí. Ha resucitado. Va delante de vosotros a Galilea”
(Mt 28,5-7 – Mc 16,5-7 – Lc 24,4-8)
Entraron en el sepulcro y, al ver a un joven sentado a la derecha, vestido con una túnica blanca, se asustaron y bajaron los ojos. Mientras estaban desconcertadas por esto, se presentaron dos varones con vestidos deslumbrantes. Pero el ángel, dirigiéndose a las mujeres, les dijo: “No os asustéis; sé que buscáis a Jesús nazareno, el crucificado. ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado, como dijo. Venid, ved el sitio donde lo pusieron. Recordad lo que os dijo estando aún en Galilea, que el hijo del hombre debía ser entregado en manos de pecadores, ser crucificado y resucitar al tercer día”. Ellas se acordaron de estas palabras. [Y continuó:] “Id en seguida a decir a sus discípulos y a Pedro: Ha resucitado de entre los muertos y va delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis, como él os dijo”.
“¡María!”. “¡Rabbuní!”
(Jn 20,11-17)
María se quedó fuera, junto al sepulcro, llorando. Sin dejar de llorar, se asomó al sepulcro y vio a dos ángeles con vestiduras blancas, sentados uno a la cabecera y otro a los pies, donde había sido puesto el cuerpo de Jesús. Ellos le dijeron: “Mujer, ¿por qué lloras?”. Contestó: “Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto”. Al decir esto, se volvió hacia atrás y vio a Jesús allí de pie, pero no sabía que era Jesús. Jesús le dijo: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?”. Ella, creyendo que era el hortelano, le dijo: “Señor, si te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto, y yo iré a recogerlo”. Jesús le dijo: “¡María!”. Ella se volvió y exclamó en hebreo: “¡Rabbuní!” (es decir, “¡Maestro!”). Jesús le dijo: “Suéltame, que aún no he subido al Padre; anda y di a mis hermanos que me voy con mi Padre y vuestro Padre, con mi Dios y vuestro Dios”.
Aquellas palabras les parecieron un delirio, y no las creían
(Mt 28,8 – Mc 16,8-11 – Lc 24,9-11 – Jn 20,18)
Ellas salieron huyendo y se alejaron a toda prisa del sepulcro, porque se había apoderado de ellas el temor y el espanto, y no dijeron nada a nadie porque tenían miedo. Regresaron del sepulcro; con miedo y gran alegría corrieron a llevar la noticia a los discípulos y contaron todo a los once y a todos los demás. Jesús resucitó al amanecer del primer día de la semana, y se apareció primero a María Magdalena, de la que había lanzado siete demonios. María Magdalena fue a decir a los discípulos, a los que habían andado con él, que estaban llenos de tristeza y llorando, que había visto al Señor y a anunciarles lo que él le había dicho. Ellos, al oír que vivía y que ella lo había visto, no lo creyeron. Eran María Magdalena, Juana y María la de Santiago y las demás que estaban con ellas las que decían estas cosas a los apóstoles. Aquellas palabras les parecieron un delirio, y no las creían.
Jesús salió a su encuentro
(Mt 28,9-10)
De pronto Jesús salió a su encuentro y les dijo: “Dios os guarde”. Ellas se acercaron, se agarraron a sus pies y lo adoraron. Jesús les dijo: “No tengáis miedo; id y decid a mis hermanos que vayan a Galilea, que allí me verán”.
“Decid que sus discípulos fueron de noche y lo robaron”
(Mt 28,11-15)
Mientras ellas se iban, algunos de los guardias fueron a la ciudad y contaron a los sumos sacerdotes todo lo que había ocurrido. Éstos se reunieron con los ancianos y acordaron en consejo dar bastante dinero a los soldados, advirtiéndoles: “Decid que sus discípulos fueron de noche y lo robaron mientras dormíais. Y si eso llega por casualidad a oídos del gobernador, nosotros le convenceremos y conseguiremos que no os castigue”. Ellos tomaron el dinero e hicieron como les habían dicho. Y este rumor se divulgó entre los judíos hasta el día de hoy.
Dos de ellos se dirigían a Emaús
(Lc 24,13-35)
Aquel mismo día, dos de ellos se dirigían a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos trece kilómetros. Iban hablando de todos estos sucesos; mientras ellos hablaban y discutían, Jesús mismo se les acercó y se puso a caminar con ellos. Pero estaban tan ciegos que no lo reconocían. Y les dijo: “¿De qué veníais hablando en el camino?”. Se detuvieron entristecidos. Uno de ellos, llamado Cleofás, respondió: “¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha sucedido en ella estos días?”. Él les dijo: “¿Qué?”. Ellos le contestaron: “Lo de Jesús de Nazaret, que fue un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo, cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestras autoridades lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él sería el libertador de Israel, pero a todo esto ya es el tercer día desde que sucedieron estas cosas. Por cierto que algunas mujeres de nuestro grupo nos han dejado asombrados: fueron muy temprano al sepulcro, no encontraron su cuerpo y volvieron hablando de una aparición de ángeles que dicen que vive. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y lo encontraron todo como las mujeres han dicho, pero a él no lo vieron”. Entonces les dijo: “¡Qué torpes sois y qué tardos para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que Cristo sufriera todo eso para entrar en su gloria?”. Y empezando por Moisés y todos los profetas, les interpretó lo que sobre él hay en todas las Escrituras. Llegaron a la aldea donde iban, y él aparentó ir más lejos; pero ellos le insistieron, diciendo: “Quédate con nosotros, porque es tarde y ya ha declinado el día”. Y entró para quedarse con ellos. Se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Entonces sus ojos se abrieron y lo reconocieron; pero él desapareció de su lado. Y se dijeron uno a otro: “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?”. Se levantaron inmediatamente, volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los once y a sus compañeros, que decían: “Verdaderamente el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón”. Ellos contaron lo del camino y cómo lo reconocieron al partir el pan.
“¡La paz esté con vosotros!”
(Jn 20,19-23)
En la tarde de aquel día, el primero de la semana, y estando los discípulos con las puertas cerradas por miedo a los judíos, llegó Jesús, se puso en medio y les dijo: “¡La paz esté con vosotros!”. Y les enseñó las manos y el costado. Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Él repitió: “¡La paz esté con vosotros! Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros”. Después sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retengáis, les serán retenidos”.
“Ved mis manos y mis pies. Soy yo mismo”
(Lc 24,36-49)
Estaban hablando de todo esto, cuando Jesús mismo se presentó en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con vosotros”. Aterrados y llenos de miedo, creían ver un espíritu. Él les dijo: “¿Por qué os asustáis y dudáis dentro de vosotros? Ved mis manos y mis pies. Soy yo mismo. Tocadme y ved que un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo”. Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como ellos no creían aún de pura alegría y asombro, les dijo: “¿Tenéis algo de comer?”. Le dieron un trozo de pez asado. Lo tomó y comió delante de ellos. Luego les dijo: “De esto os hablaba cuando estaba todavía con vosotros: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito acerca de mí en la ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos”. Entonces les abrió la inteligencia para que entendieran las Escrituras. Y les dijo: “Estaba escrito que el mesías tenía que sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y que hay que predicar en su nombre el arrepentimiento y el perdón de los pecados a todas las naciones, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas. Sabed que voy a enviar lo que os ha prometido mi Padre. Por vuestra parte quedaos en la ciudad hasta que seáis revestidos de la fuerza de lo alto”.
Tomás no estaba con ellos cuando llegó Jesús
(Jn 20,24-29)
Tomás, uno de los doce, a quien llamaban “el Mellizo”, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: “Hemos visto al Señor”. Él les dijo: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creo”. Ocho días después, estaban nuevamente allí dentro los discípulos, y Tomás con ellos. Jesús llegó, estando cerradas las puertas, se puso en medio y les dijo: “¡La paz esté con vosotros!”. Luego dijo a Tomás: “Trae tu dedo aquí y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente”. Tomás contestó: “¡Señor mío y Dios mío!”. Jesús dijo: “Has creído porque has visto. Dichosos los que creen sin haber visto”.
Ella fue a decírselo a los que habían andado con él
(Mc 16,9-16)
Jesús resucitó al amanecer del primer día de la semana, y se apareció primero a María Magdalena, de la que había lanzado siete demonios. Después de esto se apareció con una figura distinta a dos de ellos en el camino, cuando iban al campo. Éstos volvieron a dar la noticia a los demás, pero tampoco les creyeron. Después se apareció a los once estando a la mesa, y les reprendió su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que lo habían visto resucitado de entre los muertos.
Jesús se manifestó de nuevo a los discípulos en el mar de Tiberíades
(Jn 21,1-14)
Jesús se manifestó de nuevo a los discípulos en el mar de Tiberíades. Fue de este modo: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás “el Mellizo”, Natanael el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: “Voy a pescar”. Le contestaron: “Nosotros también vamos contigo”. Salieron y subieron a la barca. Aquella noche no pescaron nada. Al amanecer, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dijo: “Muchachos, ¿tenéis algo que comer?”. Le contestaron: “No”. Él les dijo: “Echad la red al lado derecho de la barca y encontraréis”. La echaron, y no podían sacarla por la cantidad de peces. Entonces el discípulo preferido de Jesús dijo a Pedro: “Es el Señor”. Simón Pedro, al oír que era el Señor, se vistió, pues estaba desnudo, y se echó al mar. Los demás discípulos llegaron con la barca, ya que no estaban lejos de tierra, a unos cien metros, arrastrando la red con los peces. Al saltar a tierra, vieron unas brasas y un pescado sobre ellas, y pan. Jesús les dijo: “Traed los peces que acabáis de pescar”. Simón Pedro subió a la barca y sacó a tierra la red llena de ciento cincuenta y tres peces grandes. Y, a pesar de ser tantos, no se rompió la red. Jesús les dijo: “Venid y comed”. Ninguno de los discípulos se atrevió a preguntarle: “¿Tú quién eres?”, pues sabían que era el Señor. Entonces Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio; y lo mismo el pescado. Ésta fue la tercera vez que se apareció a los discípulos después de haber resucitado de entre los muertos.
“Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”
(Jn 21,15-19)
Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?”. Pedro le contestó: “Sí, Señor, tú sabes que te amo”. Jesús le dijo: “¡Apacienta mis corderos!”. Por segunda vez le preguntó: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. Él le respondió: “Sí, Señor, tú sabes que te amo”. Jesús le dijo: “¡Apacienta mis ovejas!”. Por tercera vez le preguntó: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. Pedro se entristeció porque le había preguntado por tercera vez si lo amaba, y le respondió: “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo”. Jesús le dijo: “¡Apacienta mis ovejas!”. “Te aseguro que cuando eras más joven, tú mismo te sujetabas la túnica con el cinturón e ibas adonde querías; pero cuando seas viejo, extenderás tus manos, otro te la sujetará y te llevará adonde tú no quieras”. Dijo esto para indicar con qué muerte iba a glorificar a Dios. Después añadió: “¡Sígueme!”.
Éste es el discípulo que da testimonio de estas cosas
(Jn 21,20-24)
Pedro se volvió y vio que lo seguía el discípulo preferido de Jesús, el que en la pascua se recostó en su pecho y le había preguntado: “Señor, ¿quién es el que te va a entregar?”. Pedro, al verlo, dijo a Jesús: “Señor, y éste, ¿qué?”. Jesús le dijo: “Si yo quiero que éste se quede hasta que yo venga, a ti ¿qué? Tú sígueme”. Y entre los hermanos se corrió la voz de que aquel discípulo no moriría. Y no le dijo que no moriría, sino: “Si quiero que él quede hasta que yo venga, a ti ¿qué?”. Éste es el discípulo que da testimonio de estas cosas, y el que las ha escrito; y sabemos que su testimonio es verdadero.
Fueron a Galilea. “Id y predicad el evangelio”
(Mt 28,16-18 – Mc 16,15-18)
Los once discípulos fueron a Galilea, al monte que Jesús había señalado, y, al verlo, lo adoraron. Algunos habían dudado hasta entonces. Jesús se acercó y les dijo: “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura y haced discípulos míos en todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. El que crea y sea bautizado se salvará, pero el que no crea se condenará. A los que crean les acompañarán estos prodigios: en mi nombre echarán los demonios; hablarán lenguas nuevas; agarrarán las serpientes y, aunque beban veneno, no les hará daño; pondrán sus manos sobre los enfermos y los curarán. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.
Se separó de ellos y subió al cielo
(Mt 28,19-20 – Mc 16,19-20 – Lc 24,50-53)
Jesús, el Señor, después de haber hablado con ellos, los sacó hasta cerca de Betania. Levantó las manos y los bendijo. Y mientras los bendecía, se separó de ellos y subió al cielo, y se sentó a la diestra de Dios. Ellos lo adoraron y se volvieron a Jerusalén llenos de alegría. Se fueron a predicar por todas partes. Estaban continuamente en el templo bendiciendo a Dios. El Señor cooperaba con ellos y confirmaba su doctrina con los prodigios que los acompañaban.
Estos milagros han sido escritos para que creáis. Otras muchas cosas hizo Jesús
(Jn 20,30-31; 21,25)
Otros muchos milagros hizo Jesús en presencia de sus discípulos, que no están escritos en este libro. Éstos han sido escritos para que creáis que Jesús es el mesías, el hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre. Otras muchas cosas hizo Jesús. Si se escribieran una por una, me parece que en el mundo entero no cabrían los libros que podrían escribirse.
(Ignacio Husillos Tamarit, OCD)