EQUIPAJE PARA EL CAMINO…
Imprescindible para emprender este viaje…
Si te preparas para hacer la excursión de los que buscan redescubrirle por sí mismos, no debes olvidar algunas herramientas y pistas imprescindibles en tu mochila… Seguramente no te son ajenas la mayoría de ellas, pero no conviene fiarse de la propia maña o destreza, dado que Dios es imprevisible novedad. En esta aventura de la experiencia de Dios nunca se tienen, ni todas las claves, ni las más importantes al principio; no exijas más de las que ahora te hacen falta. No adelantes acontecimientos, ni, por miedo a lo que no ha llegado, cargues en exceso tu mochila, sin dejar hueco a lo fundamental: la confianza.
Tan sólo se ofrecen aquí algunas claves. Con el tiempo has ido encontrando otras por ti mismo. Nadie camina por este territorio de la búsqueda de Dios, de su experiencia, en seguridad, en claridad, en certeza del desenlace, tan sólo se camina bien y ágil liviano de sí y en abandono, abierto al Don con que en cada momento Él te quiera aparejar. Por todo esto, conviene
No tener nada.
No llevar nada.
No poder nada.
No pedir nada.
Y, de pasada,
no matar nada;
no callar nada.[1]
Silencio
Nuestras relaciones están heridas de superficialidad, de apresuramiento, de miradas al reloj, de parpadeos nerviosos, de tics que impiden el sereno ejercicio de la escucha, la mirada, la palabra pausada, el silencio cómplice.
Al igual que en las relaciones humanas la falta de salud tiene mucho que ver con la falta de silencio, en nuestra relación con Dios, el silencio es el humus, el suelo fecundo donde se cosecha el encuentro, el diálogo, la palabra auténtica.El silencio alumbra las palabras verdaderas, sinceras. Mentira es todo aquello que no nace del silencio, que nace del apresuramiento superficial, que surge de la división del corazón.
El silencio interior es uno de los mayores retos por conquistar en nuestros días, un silencio que abre a la exploración de relaciones verdaderamente profundas y fecundas.Un silencio que posibilita otra manera de acoger, de darse, de comunicarse y de escuchar el latir de las personas, de la vida.
Ese silencio del que habla Gustavo Gutiérrez, [2] condición de posibilidad de que no manipulemos a Dios. Respeto de su libertad. Un silencio creyente que no sospecha la imprevisible dirección, el tono y mensaje de Su voz.
Dejarse caer a un silencio donde las palabras que sabíamos no contienen la respuesta de hoy. El silencio invita a levantar las antenas y auscultar y escuchar hacia lo nuevo. «Las palabras de los profetas están escritas en las paredes del metro (…) y susurradas en los sonidos del silencio» [3]
Los cristianos adolecemos de exceso de respuestas; nos faltan más preguntas apasionantes.
Nos da miedo ese silencio, nos da vértigo, nos asoma al riesgo del no saber, del no poder, del no ver, incluso del no creer. Podemos hacer silencio de verdad sólo si nos fiamos de Otro.
Bellamente lo expresó Isabel Allende en aquel cuento, en el que Belisa Crepusculario «se enteró de que las palabras andan por ahí sin dueño. Decidió vender palabras. Cuando supo que las palabras se podían escribir, le pagó veinte pesos a un cura para que le enseñara a leer y escribir y con los tres que le sobraron se compró un diccionario. Lo revisó desde la A hasta la Z y luego lo lanzó al mar, porque no era su intención estafar a los clientes con palabras envasadas» [4]
Por eso, si quieres hacer una experiencia verdadera, sincera, cada día has de desvestirte de palabras aprendidas y acudir de nuevo a la fuente dondeDios te regala la Palabra que hoy es verdad para ti. No estafes a los demás con palabras aprendidas de memoria en la universidad de tu inseguridad. Desnúdate del afán de controlar toda situación y descálzate del miedo a explorar con ojos maravillados la novedad de tu relación con Dios; su deseo de ser nuevo en ti.
Lamentablemente, la palabra Dios viene asociada, en la mente de muchos, a dogmatismos excluyentes, a violencias dialécticas, y más que dialécticas, a guerras de poder, o ritualismos partidistas… Nuevamente, nos hace falta volver al desierto, al lugar del silencio, de la no-palabra para que Dios nos hable al corazón, nos enamore y nos regale un comienzo nuevo.
Si los hombres creyentes de todas las religiones se atrevieran a hacer más silencio juntos se descubrirían más próximos, menos divididos, más hermanos. ¿No crees?
Dios acontece en lo real: el éxtasis en y desde este barro aquí y ahora
Cuando voy a visitar a la abuelita Gene, me recibe en su cuarto piso sin ascensor con esa apacible mirada y su tranquila amabilidad. Le doy la comunión, y charlamos. Se emociona diciendo que se quedó viuda siendo joven, embarazada del octavo hijo y le tocó criarlos a todos lo mejor que supo. Me cuenta que cuando murió el marido dijo con fuerte voz en la calle delante de todos que lo aceptaba, que si el Señor se lo había llevado, Él sabría… y que perdonaba al camionero que causó la muerte. Me dice que a pesar de las dificultades y contratiempos, nunca le ha faltado la fe. Y que cada vez que comulga siente un sabor en la boca y una paz que es un regalo. A sus noventa años atesora una fe recia, de las de antes, una fe que la ha sostenido en momentos difíciles. Desde que se abandonó en sus manos no le dice muchas cosas en la Comunión, solo «Jesús, Jesús…», con lágrimas en los ojos.Voy a estar con ella, a escucharla, me da las gracias, pero salgo de allí confortado en mi propia fe, con la viva impresión de ser yo el agraciado. Y me marcho con el sabor de aquellas palabrasen mi propia alma: «Jesús, Jesús…»
Una historia real, escondida, la de la abuelita Gene, para comenzar este punto haciendo honor a la vida sencilla, real, de tanta gente que vive su fe sin grandes consuelos, ni teologías, pero sostenida por esa misma fe para tirar del carro diario de la compra, el carro en el que atesoran tanta vida para otros, sostenidos ellos por la Presencia cercana que los anima y los conforta.
Tal vez en otras épocas la espiritualidad fuera asociada con categorías que privilegiaban lo extraordinario, lo milagroso. Aún para muchos hoy la mística y la experiencia va unida a evasión, a esoterismo, a conexión alucinógena, a visión incluso material de lo divino, a milagro, a fenómenos paranormales. Hay tiendas especializadas en todo tipo de literatura esotérica, donde se pueden encontrar objetos, libros y recursos propios de distintas tradiciones religiosas.
La palabra éxtasis no es ajena a los jóvenes, la conocen bien y está identificada, no con la vida de Santa Teresa o de otros místicos cristianos, sino con pastillas que traen bienestar, aparte de otras consecuencias no tan buenas.
Si hay un éxtasis que se persigue para alejarse de la realidad, para evadirse, para huir de la crudeza de lo real. Si hay una promesa cuasi mística que te invita a conocer otros mundos, otros estados de conciencia, para sobrellevar la insoportable levedad (o pesadez) del ser, del cuerpo, desconectando por un rato de la tragedia de tener que elegir en libertad, sin embargo nada tiene de familiar este éxtasis con la experiencia religiosa auténtica, por más que una experiencia sana lleve mucho de bienestar y armonía, pero con medios, fines y objetivos totalmente diversos.
El verdadero éxtasis, la verdadera experiencia religiosa no nos extraña de lo real. No nos disuelve y anula, no te priva de libertad de decisión. Éxtasis sería, en esta concepción, dejar que la entraña de la realidad te hable en su propio lenguaje. Captar la música de cada cosa desde dentro, vivir una comunión en Dios con la realidad y las personas.
La experiencia de Dios se dará en este mundo, en esta carne y enfrentando los demonios que nos circundan. Vivimos en esta tierra, en este mundo, somos de carne y hueso, y el mal y la división están ahí omnipresentes. No negamos ninguna de estas tres realidades, si lo hiciéramos la experiencia ya no sería real.
La santidad ha sido nombrada en la vida de algunos santos modernos, ya no como perfección moral, sino como integración, como plenitud de lo humano. Los modelos de perfección ya no se presentan como inalcanzables, rodeados de fenómenos milagrosos. Los místicos nos recuerdan que lo más extraordinario de la experiencia es lo ordinario, lo cotidiano, la luz de lo que no tiene brillo vivida en el desprendimiento del fruto de las propias obras, amor incondicional, la tarea crucial. Al final no seremos examinados de nuestras certezas, sino de nuestros amores. No seremos examinados de nuestros aciertos, sino de nuestra humildad.
El «otro», sagrario de su Presencia
Hace algún tiempo una amiga me escribió una carta renegando de Dios, «odiando» a Dios. La carta, en manos de algún purista, habría sido juzgada de blasfema, sin embargo es una carta de enfado frente a Dios muy bien expresado, una carta que refleja, de forma incluso respetuosa, mucha rabia escondida.
Su carta me aviva en la necesidad de escuchar al Dios que vive y habla a través de los que no están «dentro» de «nuestros» recintos de fe, los amargados, los resentidos, los heridos. Saber escuchar sus lamentos y escuchar a Dios ahí mismo. Descalzarnos ante ellos. En el Nuevo Testamento no es posible desvelar el Rostro de Dios sin la mediación del otro: Lo expresaba bellamente el musical basado en la obra «Los Miserables» de Víctor Hugo: «Amar al semejante es mirar de frente a Dios.»
Nos resulta fácil percibir a Dios en los niños, en los enamorados, en la puesta de sol, en la música que serena y da paz… pero su presencia más cierta se encarna en el «otro», sea quien sea ese otro, porque todo otro encierra un secreto de Dios, una dignidad irrenunciable, imborrable, por más que esa dignidad sea pisoteada.
La verdadera evangelización que nace de una experiencia creyente no consiste en la propaganda, o el anuncio proselitista, la verdadera evangelización consiste en escuchar los adentros de este mundo, de cualquier otro y no renunciar a la belleza que todo ser humano lleva dentro, por muy sepultada que parezca. Hay que discernir, entre tanta basura, los guiños de Dios, sin asustarnos del mal olor, ni de la rabia que brota insultante, y ver más adentro de las lágrimas un nacimiento que llama a ser alentado. Pero no se encuentran fácilmente personas que sean capaces de escuchar así, desprendidas de sí mismas, con fe en que todo otro encierra un misterio de Dios, de amor. Y esta experiencia de Dios en el otro es irrenunciable cristianamente.
Hay muchos expertos en identificar lo malo, la muerte, muchos catedráticos de la crítica aguzada, abundan los profetas de la negatividad y la división, pero nos hacen falta cantores, poetas y mártires, que nos digan dónde está naciendo la vida hoy, en el corazón de los hombres y las mujeres de hoy. La experiencia verdadera de Dios y su presencia, si son verdaderas, no se dan fuera de los hombres de nuestro tiempo, en su mismo corazón dolido, roto y lleno de posibilidades.
Libro Vivo
He leído varios libros que hablan de la experiencia de Dios, de autores reconocidos. Me ha iluminado en algunos aspectos, algo de ellos me ha resultado muy bueno y clarificador. Los puedes encontrar en las librerías religiosas, no te será difícil. Pero te recomiendo que, en tu búsqueda de tus fuentes de verdad y de amor, no sean los libros tus primeros maestros. Es decir, no te líes, no te dejes engatusar con palabras contentadizas, bien labradas y aderezadas acerca de Dios. Aunque los buenos libros siempre sean recomendables, por supuesto.
Si hablamos de experiencia nos adentramos en ese territorio al que las palabras se remiten y del que ellas nacen, a ese ámbito del que ellas hablan, pero que sólo se traspasa en la desnudez de palabras, en la inseguridad abierta del que se arriesga a pisar descalzo ese terreno desconocido que llamamos experiencia, y que si es experiencia de Dios, siempre acontece como un regalo inesperado.
Quiero decirte que los maestros de la experiencia, los buenos maestros nunca dejan al discípulo amarrado en sus propias palabras, y encuentran su alegría en que vayamos más allá de sus palabras. Nunca es tanto lo que dicen, como lo que sugieren, lo que invitan a descubrir, a aventurar. El verdadero maestro te anima a explorar por ti mismo los caminos aún no sondeados del conocimiento de Dios. Existe algo que tú has de descubrir y que nadie encontrará por ti.
La experiencia está siempre más allá y más acá de las palabras, en los huecos que ellas dejan, en los vacíos que atisban, en los paisajes que vislumbran, en los amores que balbucean.
Hay, por tanto, libros muy recomendables que te ayudarán, iluminarán, orientarán… pero no consumas espiritualidad escrita, sino vivida. Lee desde las preguntas verdaderas del corazón que busca aquello que ama (implicando en cada pregunta la vida).
Acoge, sobre todo, a Aquel que es Libro Vivo, y lee también otros libros, por supuesto, pero especialmente aquellos en los que Dios ha dejado escritas a fuego algunas de sus palabras más hermosas: la historia y la vida de las personas reales, cada una de ellas es un nombre con el que Dios quiere ser reconocido. Lee sus guiños y susurros en lo ordinario de esas vidas. Lo más extraordinario de Dios es lo cotidiano de su rostro en cada ser humano, su terca y sigilosa presencia disfrazada de humanidad.
Busca tu propio camino, déjate encontrar, desnuda tu seguridad, haz tú el camino que lleva a la verdad que crepita dentro, aunque parezca que sólo hay cenizas. Ábrete y déjate en su presencia. Ahora sólo un momento de silencio, respira la invisible presencia sin condicionar sus modos y maneras, sus tiempos y destiempos.
[1] Pedro CASALDÁLIGA, Clamor Elemental, Salamanca, Sígueme 1971: Pobreza evangélica.
[2] Hay un primer momento experiencial, contemplativo, acogedor… «… a Dios, en primer lugar, se le contempla al mismo tiempo que se pone en práctica su voluntad, su Reino, solamente después se le piensa (…) el momento inicial es el silencio; la etapa siguiente es el hablar». Se trata de una acogida no meramente pasiva, pues no se acoge sin libertad, sino poniendo en juego todas las propias facultades. Acogida actuada en la práctica. «Hacer teología sin la mediación de la contemplación y de la práctica sería estar fuera de las exigencias del Dios de la Biblia. El misterio de Dios vive en la contemplación y vive en la práctica de su designio sobre la historia humana, únicamente en segunda instancia esa vida podrá animar un razonamiento apropiado, un hablar pertinente (…)».Gustavo GUTIÉRREZ, Hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente, Madrid, Movimiento Cultural Cristiano 1989, p. 5.
[3]De la canción Sonidos del Silencio, de Simon y Garfunkel.
[4] Isabel Allende, Dos Palabras, en Cuentos de Eva Luna. (Lamentaciones 3, 22-26)
Miguel Márquez
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