Hoy quiero hablar de una enfermedad, al menos a mí me lo parece, y peor que una enfermedad no claramente diagnosticada, común entre burócratas, oficinistas, funcionarios, guardianes de museos, guardaespaldas de la ortodoxia, gorilas de pubs… también común muchas veces entre gentes de iglesia…
Llaman la atención esos personajes a los que es tan difícil imaginar sonriendo, o tropezándose, o bromeando… como si el músculo de la gracia ha tiempo se les hubiera fosilizado dentro, y solo les quedara ganas para la desgana y la no participación. No quiero negar los dolores y amarguras que encierran esas caras gélidas, esas reacciones violentas ante preguntas normales, esos cuellos estirados, como asomados a una tapia, ante la falta de seriedad de los demás.
Y esto me preocupa sobre todo si los que tal cara muestran son también por vocación encargados de ser buena noticia para otros. Me llama mucho la atención esa amargura que no solo se adivina, sino que se palpa y que se traduce en falta de educación.
Me inquieta que con el paso del tiempo los agobios, las preocupaciones y los fracasos o las decepciones me impidan reír a carcajadas, o hacer el pino, o detenerme por la calle feliz observando las marionetas, sin prisa, porque tengo todo el tiempo del mundo, aunque no sea verdad. Que ninguna clase de poder o afán de responsabilidad me impida saborear: como diría tan bien Pedro Guerra: contra el poder que no descansa ni se detiene a beber junto a las fuentes del sabor y el deseo… que debilita y nada da, que solo quita… Cuánta falta nos hace rebelarnos contra la prisa y los ritmos vertiginosos. Propongo una marcha silenciosa en rebeldía contra la imposición de ritmos que no dejan mirar, saborear y descubrir más de lo que se palpa.
Propongo que haya congresos y cursillos para recuperar la sonrisa, para aprender a decir con gracia «buenos días», para tender la mano en la iglesia con garbo mirando a los ojos del vecino o vecina, unas charlas para aprender a levantar la mirada de nuestro propio ombligo, sobre cómo hacer bien la digestión de las heridas que nos hicieron hace siglos, un curso para aprender a reírnos de nosotros mismos y relativizar, para aprender a expresar más los sentimientos, aunque nos salgan los colores… para aprender a aplaudir los éxitos de los otros como propios, para aprender a ponernos en pie cuando una función nos ha encantado aunque todos permanezcan sentados…
Antes de seguir buscando grandes palabras y poniendo a la vida nombres y frases de pensadores ilustres, filósofos alemanes, teólogos de la línea que sea… antes de toda mística… por qué no recuperar un poco de caballerosidad y amabilidad.
Os invito a imaginar:
¿Te imaginas? ¿Al obispo de Lugarperdido bailando con sus feligreses en las fiestas del santo patrón?
¿Te imaginas a la superiora de las hermanas del divino Niño yendo en bicicleta a dar la catequesis?
¿Imaginas al alcalde de aquella ciudad jugando a las chapas con los niños de tu barrio?
¿Imaginas al coronel del ejército tomándose un chupachups junto al soldado de la puerta?
¿Imaginas a ese célebre jugador de fútbol yendo todas las tardes a tomar café en el barrio pobre? ¿Te lo imaginas? A mí me encanta imaginar…