La Biblia está llena de bendiciones, y, por qué no decirlo, también de maldiciones, algunas en boca de Dios… Nos importa mucho rescatar, desempolvar el sentido de la bendición en este tiempo, es que se nos obsequia una bendición, o la bendición por excelencia… Dios comprometido con nuestra propia historia, hace que todo ser humano sea bendito, asumiendo nuestra condición de fragilidad. Por eso, porque él se hace hombre, es hermoso ser hombre-mujer. No es ninguna maldición haber nacido.
Partiendo de este sentido navideño de la bendición: hecho uno de los nuestros, nos invita a no avergonzarnos de nuestro barro, a modelar con nuestra precariedad relaciones de vida, creativas de novedad…
Recordamos que el sentido original de la bendición «significa revelar la última identidad de las cosas, su profunda interioridad, que consiste en hacer entrar en relación con el Creador». Los objetos, la actividad, el trabajo, las relaciones, el espesor de la vida… pueden volverse opacos y ser ocasión de desencuentro, pero la bendición consigue que la realidad se vuelva traslúcida: ilumina nuestra mirada y la hace llegar hasta Dios, que es su origen. [1]
Dos ideas resalta el texto: la bendición saca a luz la identidad, la verdad escondida de las cosas y las personas… y cura el desencuentro, nos pone en conexión… nos hace entrar en comunión.
De manera que bendiciéndonos Dios… despierta en nosotros lo que ya es verdad, nuestra belleza, con la que él nos ha creado. Nos reconcilia con la vida, nos devuelve a esa sencillez, en la que no son las heridas, los recelos, las desconfianzas, las que nos mueven, sino la limpieza de los encuentros, la comunión en la verdad.
Siendo nosotros bendecidos, tenemos ocasión de ser bendición, no sólo con las palabras, con el pensamiento, con la mirada, con la sonrisa, con la actitud, con los gestos…
Queremos ser portadores de bendición gratuita… Cuando nos disponemos a ultimar un año y comenzar otro, cuando nos reunimos en torno a la mesa en familia el día de Navidad, o en la soledad gris de estos días no felices para algunos, ¿cómo ser mensajeros de bendición, ayudar a que de la dureza de tantas situaciones se arranque una pequeña flor de vida, un tallo…? Bendecir es regar con esperanza aquello en lo que otros solo perciben decrepitud y muerte. Bendecir significa creer que hay vida, que hay futuro, que brotará un renuevo.
Termino con una bendición, pero sobre todo, invitando a que cada uno inventéis vuestra propia bendición… con aquello que os brote de dentro, que sean palabras sinceras, no repetidas. Ésta por si alguien no la conoce, es irlandesa, y reza así:
Que el camino suba a tu encuentro.
Que el viento te de siempre en la espalda.
Que el sol brille cálido sobre tu cara.
Que la lluvia caiga suave sobre tus campos.
Hasta que nos encontremos de nuevo, mañana u otro día, donde estés…
Que Dios te guarde en el hueco de su mano.
[1] Traigo ideas del Rabino Baruk Garzón… citado en D. Aleixandre, Bautizados con fuego, Santander, Sal Terrae, 1997, pp. 80-81.