Fantasmas y miedos

Cuentan que el obispo brasileño Helder Cámara, cuando fue a ver a Juan XXIII, antes de empezar el Concilio, le dijo que extrañaba las ausencias de teólogos como Congar, Chenu, Schillebeeckx, De Lubac, Guardini, etc. en un Concilio que pretendía renovar la Iglesia. Juan XXIII le pidió que repitiese la queja ante la Curia. Dom Helder, con la sencillez y claridad que le caracterizaba, repitió su pregunta y su sorpresa. Nadie de los presentes replicó. Al día siguiente todos aquellos teólogos fueron nombrados peritos conciliares.

A veces basta levantar el dedo y preguntar, sin veneno, sin ira… sólo preguntar. Y algo cambia, algo se remueve.

Cuenta en su libro Ichiro Okumura, que un abuelo japonés (Ikuno Matsumoto) paseaba con su nieta de cuatro años de vuelta a casa, y que al pasar delante de un templo, dedicado a Bodisatta Jizo, el protector de los niños, la nieta le dijo al abuelo: – «Vamos a rezarle.» El abuelo veía que la puerta estaba cerrada, pero la niña insistía tirando con su manita de la de su abuelo, y la sorpresa de éste fue que la puerta se abrió. Parecía estar cerrada. Pero pudo más la ingenuidad y fe de la pequeña. La niña juntó las manos, guardó silencio y luego salieron.

Lo más difícil de vencer en esta vida son nuestros propios prejuicios, fantasmas y miedos. Todo lo demás es fútil, pasajero, frágil, de barro, perecedero. Toda fortuna, toda gloria humana, toda belleza externa se acaba… los grandes también mueren desnudos y pobres.

¿Cuántas puertas permanecen cerradas a nuestro alrededor, custodiadas por nuestros propios fantasmas? ¿Cuántas cadenas amenazan asfixiarte y no son más que tus propias negaciones, tu falta de fe en ti, en Él?

Si David venció a Goliat con una honda… ¿por qué me paso la vida agazapado en mi escondrijo, para que Goliat no me vea… ni se ría de mi ridiculez?

La más dura batalla que librar no es con seres de carne y hueso, ni con terribles demonios, la más urgente es la de la confianza en ti mismo, que es confianza en Dios y nace de la confianza que Él tiene en ti.

Siempre había una habitación oscura en mis sueños, una habitación prohibida, habitada por un ser desconocido y feroz… Pero un día me decidí a ser devorado, harto de vivir en el pánico. Entonces, temblando, encendí la luz, y me di cuenta de que aquella habitación estaba vacía y siempre lo había estado. Entonces apagué la luz, me senté en un rincón y me reí de todos mis fantasmas… era, como diría el niño de «La Vida es Bella»: para morirse, pero de risa.

¿Qué tal si intentamos descender a los sótanos del miedo y encendemos la luz?

Os dejo con una frase que me ha regalado esta semana un hermano: «Porque no sabían que era imposible, lo hicieron, lo lograron»

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