Las huellas del demonio hoy

Ha sido escuchando unas clases sobre Las Moradas de Santa Teresa que he vuelto a oír la palabra demonio, que tan presente está en el siglo XVI y en la experiencia teresiana como explicación del mal.

Ha habido tiempos en que el demonio se identificaba claramente a través de visiones, revelaciones, y se le atribuían fácilmente todas las cosas negativas, y todas las tentaciones.

Dice el cardenal Joseph Ratzinger, nada sospechoso de herejía, que el demonio es la no-persona. La destrucción del ser. El demonio es lo que impide que habitemos nuestra casa, que encontremos nuestro lugar en el centro de nosotros mismos, que entremos en el castillo interior donde nos aguarda Dios, donde siempre está.

Esta explicación me gusta mucho: lo que destruye la persona, la divide, la aleja de su hogar, de su centro.

Tal vez, el problema hoy de muchos cristianos, creyentes o ciudadanos es que no tenemos suficientemente presente el Mal, un Mal con mayúsculas, que no se hace presente en visiones, pero cuyo olor se percibe a poco que alces la mirada.

Esta semana he visto al demonio, al menos su huella y el rastro de sus garras:

  • En el rostro de algunas mujeres maltratadas
  • En los cadáveres de náufragos marroquíes
  • En la injustificada guerra en tantos lugares y en los atentados de todos los países
  • En la destrucción imparable de palestinos y judíos
  • En la desunión y división de tantas personas, familias y pueblos

Pero esa huella del demonio, o como queráis llamarlo, que tan fácilmente nos resulta distinguir en esos rostros mencionados, también la percibo aquí muy cerca, en mi propio corazón que se endurece, que se repliega sobre sí, que se relaciona con los demás a base de violencia, de juicio, de olvido…

Jesús dijo: «Sed sencillos como palomas y astutos como serpientes». Yo me pregunto si no estamos desatendiendo exageradamente la segunda parte de la advertencia de Jesús («astutos como serpientes»), si somos conscientes del Mal sumergido en nuestro tiempo, tan justificado cuando va vestido de decisiones políticas, de partido, o refrendado por quienes tienen poder, del tipo que sea.

Teresa visita el infierno, y esta espantable visión la deja de tal forma impresionada, que el corazón se le enciende más aún de compasión, de solidaridad hacia los pecadores, hacia el mundo. Ella misma dice que la mejor medicina contra el Mal es no tenerle miedo, no apocarse.

Nos lo dice el evangelio de forma tan explícita y bella: «Levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación». Es verdad que hay muchos demonios sueltos por ahí, entonces, ¿por qué no convertirnos en ángeles, ángeles de luz, de paz, de solidaridad compasiva?

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