Se me ha pasado por la cabeza comenzar esta reflexión con aquel slogan de un famoso modisto: «La arruga es bella…» ¿será porque ya veo en el espejo algunas que pertenecen a mi cara?
Pero no voy a hablar de arrugas, ni de slogans, sí de algo que percibo muy frecuente en personas que lo están haciendo lo mejor que saben y, sin embargo, se viven como inútiles, ineficaces e infecundas. Cuánta gente de la que ahora nos escucha se sienten como a punto de apagarse o apagados.
Dos invitaciones a ser quien eres y brillar de nuevo con tu propia luz:
En su Cuaderno Amarillo, nos cuenta la madre Inés, hermana de Santa Teresita, algo que ésta le contó un día que ambas conversaban:
«Sor María de la Eucaristía quería encender las velas para una procesión. No tenía cerillas, pero al ver la lamparilla que arde ante las reliquias, se acercó; pero, ¡ay!, la encontró medio apagada, no quedaba más que un débil destello en la mecha carbonizada. Sin embargo, consiguió encender su vela, y, gracias a su vela, se fueron encendiendo todas las de la comunidad. Fue aquella lamparita medio apagada la que produjo aquellas hermosas llamas que, a su vez, hubieran podido producir infinidad de otras e incluso incendiar el universo. Sin embargo, la causa primera de ese incendio se debería siempre a aquella lamparita. ¿Podrán entonces las hermosas llamas, sabiendo esto, gloriarse de haber provocado semejante incendio, cuando ellas mismas sólo se encendieron gracias a aquella centellita…?
Lo mismo ocurre con la comunión de los santos. Muchas veces, sin que nosotros lo sepamos, las gracias y las luces que recibimos las debemos a un alma escondida.»
Hay un poema de Tagore que me gusta especialmente, tal vez porque no sé hacer música, ni cantar:
«Bajaste de tu trono y te viniste a la puerta de mi choza. Yo estaba solo, cantando en un rincón, y mi música encantó tu oído. Y tú bajaste y te viniste a la puerta de mi choza. Tú tienes muchos maestros en tu salón, que, a toda hora, te cantan. Pero la sencilla copla ingenua de este novato te enamoró; su pobre melodía quejumbrosa, perdida en la gran música del mundo. Y tú bajaste con el premio de una flor, y te paraste a la puerta de mi choza» (R. Tagore, Ofrenda Lírica).
El comentario de hoy es un homenaje a todos los que sentís vuestra luz a punto de apagarse, o que vuestra vida vacila en la duda, la debilidad y no sabéis para qué estáis aquí: no menosprecies tu débil llama, que puede inesperadamente ser luz de otros y fuego que encienda algo que no sabes.
Para los que sentís que la música, la musa, o la creatividad se os fue, y se asoma agorero el fracaso y la esterilidad, sabed una cosa, que Él me ha encargado que os diga: a Dios le encanta la quejumbrosa música que nace de un corazón sincero. Él disfruta con tu ingeniosa manera de hacer música con los instrumentos toscos de tu vida, ya disfruta hoy, aunque espera tenerte más cerca todavía para decírtelo a la cara. No dejes de encantar sus oídos con tu amistad.
Miguel Márquez Calle