Locos

Nos sorprenden personas excéntricas que no se atienen a lo prudente o lo que se lleva o lo que es razonable o lo conveniente, no se sujetan a lo políticamente correcto, a lo que es aplaudido, a lo que traerá un fruto seguro, a lo que hace subir los ahorros, a lo que apuntala la vida en cimientos inexpugnables, hay gente por ahí ridícula, ante cuyo paso nos miramos con una sonrisilla de sorna y superioridad. Todavía quedan locos y queda espacio para la locura, afortunadamente… Porque, como dijo Unamuno: «sólo los locos van de veras»

Y este comentario de hoy es una invitación a la locura aparente que nace de tener una razón para no hacer lo convenido, de tener un amor no evidente escondido en el pecho, que hace que la vida tenga sentido más allá de un aprobado social. Me sorprenden los locos que bailan al son de una música callada que les resuena dentro y quebrantan los límites a base de inocencia y verdad. Me sorprenden los locos que acarician en público sin miedo a decir, que dicen sin miedo a ser abucheados.

Hoy estoy algo poético. Y hay más al fondo de esta poesía un recuerdo, un aplauso y una rabia:

RECUERDO: el recuerdo llega de hace años, en la sala de espera del hospital dela Paz, en Madrid. Estábamos allí sentados, esperando el turno en la sección de traumatología. Una niña deficiente jugaba con su pelota. En un descuido la pelota vino a mis pies y me levanté para llevársela… y la niña se acerca y me mira despacio, levanta la mano y me acaricia la cara ante todos… lo hace tranquila… mientras a mí se me pone la cara de todos los colores. «Qué vergüenza». Me quedo allí ante el sentimiento de ridículo… pero segundos después, algo me dice dentro… Oye, vergonzoso, ¿no te das cuenta de lo que acaba de regalarte la niña? No seas bobo… aprecia. Y sorprendido, me oigo a mí mismo decir: ¡qué gesto tan hermoso! ¡qué tonto soy! Cómo, los que llamamos deficientes, tantas veces nos enseñan la vida, la verdad bien custodiada bajo nuestras estúpidas prudencias.

UN APLAUSO: hay una clase de locos que no están muy de moda: los seminaristas (aunque tan mal me suena esta palabra) que han dado un paso para que su vida sea palabra de evangelio, servicio de encuentro con el Dios de la vida, sacramento de alegría y esperanza de justicia en nuestra tierra, recordándonos los gestos, palabras y silencios de aquel inigualable rostro del Padre que fue Jesús. Estos locos dan un paso al frente, queriendo no predicarse a sí mismos, arriesgando toda su capacidad y pobreza en el intento de ser de Él, siendo de todos, partiéndose el pecho por poner en pie la vida de muchos, como hizo aquel que por amor fracasó a los ojos de casi todos: Jesús. Un aplauso por los que así procuran vivir su preparación al sacerdocio.

UNA RABIA: que el sacerdocio y la locura de los que ofrecen su vida, no será de todo verdadera palabra de Él mientras no escuchemos la rabia contenida en el pecho de tantos y tantas que lamentan todavía mucha desigualdad en la Iglesia, por el papel secundario y subordinado de las mujeres, basado en razones que no convencen a casi nadie. ¿Habrá que esperar cien o doscientos años como en tantos otros casos para dar un paso justo? Apelo a la locura de la sinceridad y de la ingenuidad abierta al Espíritu del maestro de Nazaret para rescatarla incómoda voz de los que no callan su decepción por obediencia a su conciencia. Dios reveló estas cosas a los sencillos, aunque sigan custodiándolas los prudentes y entendidos.

Miguel Márquez Calle

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