Ayer una joven me disparó esta pregunta: ¿dónde podría encontrar un maestro con experiencia para que oriente mi camino? No supe darle respuesta.
No sé si a vosotros os preocupa una cosa que a mí me tiene cogido este tiempo: cuando hablamos de política, de religión, de ética, de sociedad… quién es creíble, quién convence. Tengo la impresión de que no abundan los maestros, y lo que es peor, de que no hay fe en la palabra, ni en las palabras de casi nadie. Por supuesto, tampoco en las palabras de la Iglesia.
Al salir de una película hace unos días, en la que la Iglesia no queda muy bien parada, una chica decía a sus amigos: «Mira que la Iglesia me caía mal, pero ahora, mucho más… ¡manda huevos!» A la chica no le preocupaba si la película narraba cosas reales o si era tendenciosa, se tragó la película y asumió la visión negativa de la jerarquía con toda ingenuidad y, podríamos decir, con toda estupidez.
Estos días me pregunto dónde debería estar yo situado para tener una palabra válida, para no ser de aquellos de los que Jesús decía: haced lo que dicen pero no hagáis lo que hacen… Dónde está la Iglesia que cuestiona, que cuando habla del hambre lo dice porque a ella le duele el estómago, la Iglesia que cuando habla de liberar sabe de cárcel y amenaza, que es capaz de encararse con los poderes de este mundo porque no tiene nada que perder y mucho que ganar, dónde está la Iglesia que crea opinión y remueve porque no tiene miedo de equivocarse tomando partido, que no espera a tener la respuesta más perfecta, porque entonces siempre es demasiado tarde, dónde está la Iglesia que antes de hablar ha escuchado, que antes de juzgar quiere y respeta a la persona sea de la condición y de la creencia o increencia que sea… Dónde está la Iglesia que sabe olvidarse de su propia supervivencia a favor de los otros.
Tal vez nuestros discursos llevan mucho tiempo defendiendo lo que es accesorio en nuestra vida, demasiado tiempo argumentando para justificarnos a nosotros, en lugar de emplear toda nuestra agudeza en que brille Cristo y un Dios que es vida. «Un bastón y nada más, pero ni pan ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto» (Mc 6).
Me pregunto qué es lo que más me preocupa cuando salgo a predicar al oír estas palabras del evangelio: «Se reían de él»…
Fijaos en lo que dice aquel sabio de la antigüedad acerca de la autoridad:
¿Qué han hecho el río y el mar
para ser reyes de los cien valles?
Se han puesto debajo de ellos
y por eso reinan en los cien valles.
Si el santo quiere estar encima del pueblo,
que sepa primero hablar con humildad.
Si quiere encabezar el pueblo,
que se ponga en el último lugar.
Así está el santo encima del pueblo
y no le parece pesado,
dirige al pueblo y no hace sufrir al pueblo.
Con gusto le ponen a la cabeza
y no se cansan de él.
Como no rivaliza con nadie,
nadie rivaliza con él.
Lao Tse