Tic Tac. El ahora es nuestro tiempo

Estoy en el grupo de oración, en silencio, con otras personas, intentando serenarme después de un día ajetreado, y solo después de un rato me doy cuenta del sonido inconfundible del reloj… que a veces casi molesta…

Me recuerda el viejo reloj en la habitación de los abuelos, en la casa del pueblo, aquel reloj que hacía tanto ruido que nunca supe cómo podían ellos dormir, y no digamos cuando sonaba como despertador, aunque pocas veces tenían ellos necesidad de ponerlo.

De pronto, el tic tac del reloj en la pared ahora, en lugar de molestarme, me sorprende, me hace muy vivo cada sonido, y me recuerda que el tiempo pasa, que cada momento es como un grano diminuto en el reloj de arena, y que de muchos granos está hecha la vida, mirada desde la distancia de los que ya se fueron, de un puñado de granos, apenas un montoncillo.

El pensamiento se me va a quien ha encontrado su príncipe azul, y a quien tiene que pedir la mano de su prometida; ¿quién no estaba ayer algo o muy pendiente de este cuento real? Y mientras sigue sonando el tic tac, pienso en la mano que tengo que pedir yo, en el regalo que hacer sin protocolos para agradecer y corresponder a mi prometida… Que nadie se asuste, de momento.

Sigue sonando el tic tac del reloj de la vida, y me siento empujado a pensar que mi historia discurre en un tic tac lleno de posibilidades, y no puedo envidiar a nadie que consiga su princesa o su príncipe, porque a mí se me está ofreciendo en cada fracción de tiempo la ocasión de enamorarme de la vida, de volver a pedir la mano de este ahora irrepetible, con la ingenuidad y el encanto de la primera vez.

Lejos de agobiarme ese machacante paso del tiempo repetido en el tic tac, me hace muy presente la belleza de cada momento. Se me ha concedido el don de la vida, y una vida llena de posibles aventuras, riesgos y amor.

Ha pasado mucho tiempo desde que oía el viejo reloj de la abuela, desde mi habitación vecina junto a las cuadras, y mi hermano, al que tuve en brazos cuando nació y al que cuidaba, mañana se casa ya, ¡parece mentira!

El tiempo pasa, y es como lo describió tan bellamente Michael Ende, al hablar de las flores horarias…

«Era una flor de belleza tal, que Momo no la había visto nunca. Parecía componerse solamente de colores luminosos. Momo nunca había sospechado que esos colores siquiera existieran. El péndulo se detuvo un momento sobre la flor y Momo se ensimismó totalmente en su visión, olvidando todo lo demás. El aroma le parecía algo que siempre había deseado sin saber de qué se trataba.

Pero entonces, muy lentamente, el péndulo volvió a oscilar hacia el otro lado. Y mientras, muy poco a poco, se alejaba, Momo vio, consternada, que la maravillosa flor comenzaba a marchitarse. Una hoja tras otra caía y se hundía en la negra profundidad.

Cuando el péndulo hubo llegado al centro del estanque, la extraordinaria flor había desaparecido del todo. Pero al mismo tiempo comenzaba a salir, al otro lado del estanque, del agua negra, otro capullo. Y mientras el péndulo se acercaba lentamente a él, Momo vio que el capullo que comenzaba a abrirse era mucho más hermoso todavía. La niña dio la vuelta al estanque para verlo de cerca.

Era totalmente diferente a la flor anterior. Tampoco los colores de ésta los había visto jamás Momo, pero le pareció que era todavía más rica y preciosa que la anterior. Tenía un olor completamente diferente, más maravilloso, y cuanto más la miraba Momo, más detalles extraordinarios descubría» (Michael Ende, Momo).

Esta flor de mi ahora esconde la más bella de las princesas, eso me dice mi fe, eso me dice mi Dios.

No vale la pena apresar el tiempo que se disfruta solo si se sabe perder, y vivir.

Al final se nos regalará un reloj sin manecillas para jugar y reír con Dios y con todos vosotros, pero por ahora, el ahora es nuestro tiempo. ¡Qué bien!

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