CARLOS DE FOUCAULD: AVENTURERO DE DIOS. EXPLORADOR DEL ÚLTIMO LUGAR

El Domingo 15 de Mayo de 2022, el Papa Francisco canonizaba en Roma a Carlos de Foucauld, nacido en Francia a finales del siglo XIX. Un hombre que llegó a ser sacerdote, y que quiso vivir su vocación en Argelia, con musulmanes, con los más alejados, entre los últimos de los últimos…

Miguel Márquez Calle, ocd, nos ha regalado un precioso escrito sobre este hombre de Dios y lo ofrecemos a los usuarios de cipecar.

1. El 1 de diciembre de 1916

2. Itinerario vital de un aventurero

            2.1. Infancia

            2.2. Carrera militar

            2.3. Explorador en Marruecos

            2.4. El año que cambió su vida: 1886

            2.5. La Trapa más pobre

            2.6. Nazaret: meta soñada

            2.7. Beni Abbés: un ermitaño abierto a todos

            2.8. Tamanrasset: entre los tuareg

3. El Mensaje de un explorador de Dios

            3.1. Imitar a Cristo

            3.2. Nazaret: deseo apasionado por la vida escondida y el último lugar

            3.3. Hermano universal: una caridad sin medida ni fronteras

            3.4. Pasión por la Eucaristía

            3.5. La fecundidad del fracaso

4. La familia que no conoció

5. Un provocador que sigue silenciosamente interpelando

  El 1 de diciembre de 1916

Desde hace dos años Europa vive enzarzada en la primera gran guerra de este siglo xx. Sus ecos habían llegado al corazón de África. Los lugares defendidos por los franceses están en peligro y todo occidental amenazado. Los radicales musulmanes siembran el pánico a lo largo de toda la frontera de Argelia. Desde Tripolitania, los senusi organizan la guerra santa.

Mientras tanto, termina el día en Tamanrasset el 1 de diciembre de 1916, y Carlos de Foucauld, protegido en su fortín, después de haber escrito al viejo amigo general Laperrine y a su hermana María de Blic, ahora, sentado ante una caja que le servía de mesa, a la luz anémica de una vela, terminaba de escribir a su prima María de Bondy palabras que definen toda una vida:

 “… nuestro anonadamiento es el medio más poderoso que tenemos para unirnos a Jesús y hacer bien a las almas. Es lo que San Juan de la Cruz repite casi a cada línea. Cuando se puede sufrir y amar se puede mucho, se puede lo más que es posible en este mundo”.

Caía la noche fría cuando oyó llamar a la puerta del fortín. Atravesó el patio y, asomado al corredor oscuro, gritó: – “¿Quién es?”. –“El correo”, respondió desde fuera la voz bien conocida de El Madani, un haratino al que Carlos había dado de comer muchas veces. Carlos enfiló corredor adelante, para abrir la puerta… Al hacerlo fiado de que le traía el correo, se lanzaron sobre él.

Todo sucedió en media hora… De rodillas, atado con los codos detrás de la espalda, era custodiado por un joven tuareg, Sermi Ag Tohra, de quince años. Alguien gritó: “vienen los árabes”, (los militares del fuerte Motylisnki), se creó un momento de confusión, y sonó una descarga. “El tuareg que estaba al lado del morabito le puso el cañón de su fusil junto a la cabeza e hizo fuego. El morabito ni se movió, ni gritó. Yo no le creía herido. Sólo minutos después vi correr la sangre, y que todo el cuerpo del morabito, inclinándose lentamente, caía hacia un lado. Estaba muerto”.


Años atrás, estando en Nazaret, en las clarisas, a los pocos meses de haber llegado allí para vivir la vida escondida y silenciosa, escribía proféticamente, un 6 de junio de 1897, palabras de un dramatismo lamentablemente certero: “Piensa que debes morir mártir, despojado de todo, extendido en tierra, desnudo, desfigurado, cubierto de sangre y de heridas, violenta y dolorosamente muerto…, y desea que eso sea hoy”.

La muerte del Carlos de Foucauld es el final lógico de una vida entregada, abandonada en manos de Dios, expuesta hasta el extremo. Es la muerte que le asemeja de forma definitiva a su Maestro, al que siempre quiso parecerse en todo. Se cumple otra vez la historia de los que aman hasta dar la vida, porque nunca se protegieron tanto que estuvieran a salvo. Al fin sólo queda la confianza, el abandono en manos del Padre.

“Padre mío, me pongo en tus manos;
Padre mío me abandono a ti, me confío a ti;
Padre, Padre mío, haz de mí lo que quieras;
sea lo que sea, te doy las gracias;
te agradezco todo, estoy dispuesto a todo;
lo acepto todo; te agradezco todo;
con tal que tu voluntad se cumpla en mí, Dios mío;
con tal que tu voluntad se cumpla en todas tus criaturas,
en todos tus hijos,
en todos aquellos que tu corazón ama,
no deseo nada más, Dios mío;
en tus manos entrego mi alma;
te la doy, Dios mío, con todo el amor de mi corazón,
porque te amo
y porque esto es para mí una necesidad de amor:
darme, entregarme en tus manos sin medida;
me entrego en tus manos con infinita confianza,
pues tú eres mi Padre”.

2. Itinerario vital de un aventurero

Resaltaremos algunos hitos fundamentales en el recorrido de su agitada vida; giros fundamentales, desconcertantes incluso para los más allegados, como su director y amigo el abate Huvelin, o su familia, especialmente su prima María de Bondy y su hermana, María de Blic. Son estos giros, esta ‘inconstancia’ (vista desde fuera), la que requiere un análisis por nuestra parte que llegue a comprender la raíz y la posible lógica de tal movilidad.

Señalaremos los principales lugares, en los que recorre un camino interior, que es el que nos interesa desentrañar…

La obra que despierta el interés por Carlos de Foucauld sale a la luz pocos años después de su muerte, en 1921. Tiene el mérito de haber dado a conocer al mundo a un hombre escondido en las entrañas más recónditas de África.

La vida que escribe Bazin es al estilo hagiográfico y ampuloso, canonizando y moralizando, omitiendo datos escabrosos y adelantando, al contar los excesos, la santidad posterior, como pasando demasiado rápido y con vergüenza sobre las etapas menos edificantes; resulta ingenua en algunos momentos, pero aporta datos de primera mano, está escrita con mucha admiración, y logró su propósito de dar a conocer y lanzar la figura de Carlos al mundo entero. A partir de la obra de Bazin, las biografías y los escritos acerca de su espiritualidad se multiplicarán de año en año.

La vida y la evolución espiritual de Carlos de Foucauld no puede ser fácilmente descrita de forma lineal, al modo biográfico cronológico, como tradicionalmente se podía entender. Su vida está llena de cambios de rumbo, de saltos inesperados y su personalidad, vista en la distancia, es una constante interpelación. De haber vivido a su lado, nos habría espantado en muchos momentos, por la dureza, la imprevisibilidad y la radicalidad, todo ello revestido y tejido, no obstante, de un humanismo claro, sin embargo, su interpelación más incisiva se refiere a la fuerza interior que le movía, a la fuente de la que nacía una vitalidad tan ardiente. La pregunta por quién o qué movía sus pasos nos trasladará al secreto de su vida y de su muerte.

Dios es el artesano que con materiales diversos, reciclando nuestros desperfectos y deshechos rehace la historia y la conduce. Nada queda fuera de esta tarea de reconstrucción, de segundo nacimiento: nuestro pecado, nuestros errores forman parte misteriosa del entramado que hará de base a un nuevo proyecto. Al fin, la pregunta clave no se refiere a la intachabilidad de nuestra vida, sino al amor, no a la perfección sino a la aceptación de su voluntad en el presente, a la fe en que Él es capaz de rehacer y regalar nuevamente la vida. La pregunta de Jesús a Pedro se hace crucial y única: “¿Me amas?” El amor será el que vertebre y saque a luz nuevamente a aquel que estaba perdido y vacío, y le devuelva la posibilidad de una historia de amor apasionado y fecundo, otorgando sentido, incluso a las pérdidas pasadas, haciendo de él un hombre integrado.

Leemos su historia:

2.1. Infancia y primera juventud

Carlos Eugenio de Foucauld de Pontbriand nacía el 15 de septiembre de 1858, en Estrasburgo, hijo de María Isabel Beaudet de Morlet y de Francisco Eduardo de Foucauld, vizconde de Foucauld.

Su madre infundió en los niños una piedad sincera, hecha de gestos más que de palabras; este influjo de su madre nunca se le borrará.

El recuerdo que Carlos tiene de su infancia no es triste, a pesar de perder muy temprano a sus padres, en un mismo año. Su madre muere el 13 de marzo de 1864, a los 34 años de edad y su padre el 9 de agosto del mismo año. Su hermana, María, y él quedan bajo la tutela de su abuelo materno, el coronel de Ingenieros retirado Carlos Gabriel de Morlet, que tenía 67 años. El abuelo tenía debilidad por el nieto: cariñoso, vivo, laborioso y resuelto.


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