«Elías tesbita, de Tisbé de Galaad, dijo a Ajab: Vive Yahvé, Dios de Israel a quien sirvo» (1 Re 17,1). Así emerge Elías en el relato del primer libro de los Reyes, después de una serie de capítulos en que el lector queda afectado por la frecuente infidelidad de Israel a Yahvé en la persona de los reyes. Elías surge como defensor del Dios vivo y verdadero.
Nos fijaremos en la oración de Elías en el sentido amplio de su relación con Dios, centrados en los capítulos 17-19 del primer Libro de los Reyes, que invito al lector a repasar previamente.
El nombre en Israel define a la persona. Elías significa «Mi-Dios-es-Yahvé». Toda misión profética, toda vocación y, por ello mismo, toda oración, está marcada por un ambiente. Ese ámbito en que nos ha tocado vivir, las circunstancias que nos rodean matizan y definen nuestra oración. Oramos a Dios según el momento que estamos viviendo y desde lo que somos.
Elías siente y sufre en propia carne el difícil momento de Israel y se hace su servidor proféticamente en un tiempo en que no está de moda -todo lo contrario- seguir a Yahvé, sino a Baal.
Nos encontramos con Elías alrededor del año 860 antes de Cristo, en la confluencia de los reinados de Omrí – Ajab (padre e hijo). Hubo tres años de sequía que Elías interpreta como castigo de Dios. Ajab consolidó el poder de su padre, se alió con el rey de Tiro y firmó tal alianza casándose con su hija Jezabel. El crecimiento económico se basaba en la injusticia y en el olvido de los pobres. Dejó de lado a Yahvé y permitió que Jezabel introdujera el culto a Baal en el templo de Samaría; los profetas compañeros de Elías fueron perseguidos y muertos. Con Jezabel vinieron más de 400 profetas de Baal. Elías se había quedado prácticamente solo en esta situación.
Aquí entraría la consideración de la oración de Elías, en este contexto viene a ser una imperiosa necesidad orar a Dios y mantener la comunión con Él.
Resumiríamos simplistamente toda la oración de Elías en la búsqueda de la verdadera imagen de Dios; orar es buscar el verdadero Rostro de Dios, su presencia viva, no domesticada ni conceptualizada por ninguna palabra o teología dominadora.
ORACIÓN LIBRE Y LIBERADORA
La oración convierte a Elías en un hombre libre y diferente. La oración aparece así como vehículo de libertad y fuente de diferencia y originalidad frente al poder dominador. Orar sinceramente es no rendirse a la solapada injusticia de los que controlan el poder (político, social, religioso, medios de comunicación…). Ponerse frente a Dios, dejarse mirar por Él, es descubrir dentro de sí la diferencia que nos hace creadores, la distancia que nos permite mirar y ver con sentido… Atravesar, incluso, la cáscara de lo religioso, de lo establecido y expresarlo con tus palabras, no conformarse con un barniz espiritual.
Esta oración lúcida no interesa al poder e incomoda a los que añoran cristianos repetidores fieles de preceptos.
Discernir esta oración, preguntarse por su autenticidad es buscar dos aparentes extremos unidos: la verdadera humildad y una peligrosa originalidad. Son dos señales de que el orante ha sido tocado por el misterio del Dios vivo de Elías en oposición a los Baales.
La oración así no es sólo un ejercicio esporádico más o menos frecuente, sino una actitud. Actitud, por cierto, poco rentable hoy desde el punto de vista publicitario. ¿Por qué?, porque lo primero que la oración ha de despertar y liberar es la capacidad de elegir (caballo de batalla de toda la publicidad). No se puede orar vigilante y sinceramente dejándose llevar de los instintos. «Oración y regalo no se compadecen», decía Teresa de Jesús.
Sintetizando, diremos que orar es pedir a Dios su luz, sus ojos para mirar y ver la vida desde Su lugar. Situarnos a distancia de los problemas y los éxitos, de las ideas propias y ajenas, de querencias, apetitos y odios… para que Dios tenga espacio y pueda reconducir nuestras opciones o relativizar nuestras ideas o contagiarnos su sonrisa cuando dramatizamos sobre menudencias.
Una oración así es poner en ejercicio la mejor fe, fiarse y abandonarse en Dios. Relativizar todo y asegurar la vida sólo en Él; sentirse pobre y débil y, por eso mismo, asegurado en sus manos. Ha sido siempre éste, camino de valientes e intrépidos aventureros, capaces de decir una palabra, pronunciar un grito, entonar una canción sin detenerse en la propia imagen, porque es en nombre del Dios Altísimo y sólo en su Nombre.
Así es la oración de Elías, porque arde en Dios: la mirada en Él y en su corazón UN nombre: Yahvé.
YAHVÉ, UN DIOS SIEMPRE MAYOR
La oración nos sitúa ante un Dios siempre mayor, del cual no somos dueños; ningún poder político o religioso es dueño de Dios. Orar desde Elías es relativizar el poder humano, asumir que la vida se vive, no se apresa. Esta es la gran denuncia de Elías a los poderes de su momento (pretendían que Yahvé justificara y formara parte del sistema político establecido…). Sólo Yahvé es el Dios vivo, digno de adoración.
Orar es crecer en sensibilidad, vincularse radicalmente al «pathos» de Dios, al sentir de Dios, que lo tiene. Dios es «simpático»: etimológicamente, capaz de sufrir con otro, de reír y llorar con el ser humano. Unirse al «pathos» de Dios es no justificar alegremente todo, no «pasar» de los problemas, no lavarse la manos o inhibirse, es -como Elías- arder en celo por el Dios verdadero y gritar la verdad que se descubre en Dios: Elías gritó la injusticia. Por eso, una oración que no despierta la vida en orden a entregarse, a ponerse en camino cuando sea preciso, es una oración neutralizada, y un amigo de Dios está lejos de ser alguien neutral, sin sal, que no toma partido.
Elías causa problemas, provoca un conflicto, es «azote de Israel» (1 Re 13,17), exaspera al Rey y a los falsos profetas. El que no quiera complicarse la vida que no ore, que no se acerque a Dios, pero no se lamente de vivir camuflado, disfrazado y huido. El fin de la oración cristiana no es la «apatheia», la ataraxia, el nirvana, la paz y tranquilidad deseables, sino la comunión con Dios en todo lo que somos y hacemos, y eso es muy comprometido, tanto como la fracción del Pan Eucarístico.
La disponibilidad de Elías ante Yahvé, su atención a la Palabra y a los mandatos de Dios le descubrían al Dios vivo y no una falsa imagen. Así, partiendo de una profunda experiencia, fue para el pueblo instrumento del Dios verdadero frente a la imagen deformada difundida por el rey.
PROCESO DE LA ORACIÓN DE ELÍAS
Centrados en los tres capítulos 17-19 del Primer Libro de los Reyes podemos sugerir un proceso, en tres momentos, de la oración de Elías que formularemos así:
1º Fuego. 2º Humildad. 3º Gratuidad.
Antes de decir una breve palabra sobre cada momento el orante ha de tener presente en su vida de amistad con Dios que la oración es un camino, proceso, una «historia de amistad».
Aunque la imagen que tenemos de Elías en estos capítulos de la Biblia es parcial, el proceso que narran es riquísimo y muy clarificador. Vamos a verlo brevemente:
1.Fuego (Mediodía)
Este momento (1 Re 17-18), que coincide con una sequía de tres años, se caracteriza por el celo de Elías, su arranque. Es una oración valiente. Elías sabe a dónde va y encuentra fuerzas. Es mediodía, su corazón rebosa. Se atreve a salir de su epicentro de seguridad para dar Dios a los demás. Elías escucha repetidas veces la voz de Yahvé y se pone en camino sin miedo al rey ni a los profetas de Baal. Su oración se caracteriza, sobre todo, por la fe desbordante en Yahvé.
2.Humildad (Noche cerrada)
«Él tuvo miedo, se levantó y se fue para salvar su vida (…) Se deseó la muerte y dijo: «¡basta ya, Yahvé! ¡Toma mi vida, porque no soy mejor que mis padres!»«. Elías experimenta su soledad. Es una oración en tierra. Dios parece apartar su mano y emerge el miedo. Es el tiempo del desconcierto; hay tormenta y la brújula no funciona. Anochece… Se impone orar en esta desnudez y ser sinceros, no disfrazar los sentimientos. Elías lo reconoce ante Dios bajo la retama: tiene miedo y se le desdibuja la esperanza, pero ora y lo hace con verdad humilde. Experimenta su pobreza y debilidad hasta el límite de estremecerse. Si algún asomo había habido de orgullo personal, ahora no tiene sentido. Elías es un niño temblando. Su oración se caracteriza por la sinceridad y la humildad.
3.Gratuidad (Amanece)
Dios sale al paso de Elías cuando más por tierra lo ve (1 Re 19, 5-18). La oración es vivida como gracia. Elías va al Horeb, el monte de Dios, empujado por la gracia de Dios significada en el ángel que lo toca, en la torta cocida y el jarro de agua. Ahora sí, ahora está en disposición interior inmejorable para oír el susurro de Dios, la experiencia del Dios vivo, a ejemplo de Moisés. Culmina aquí el proceso de su oración que habíamos definido como búsqueda del Rostro de Dios; en el mismo lugar donde a Moisés se le revela por vez primera el Dios de la Alianza. El susurro simboliza la intimidad del trato entre Dios y el profeta. Dios le regala su presencia cuando menos seguro está de sí mismo. La oración se caracteriza por el abandono en manos de Yahvé.
En los tres momentos la actitud de Elías ha sido salir y ponerse al descubierto ante Yahvé: 1º. «Sal de aquí…» 1 Re 17,3; 2º. «¡Toma mi vida…!» 1 Re 19, 4; 3º. «Salió y se puso a la entrada de la cueva» 1 Re 19,13.
En estos tres momentos, inspiradores del Carmelo durante generaciones y generaciones hallamos una hermosa página de oración, de las más bellas de la Biblia. El Carmelo, tradicionalmente, ha acentuado la primera característica de la oración de Elías -el «Fuego»- (así lo testifica el lema del escudo carmelitano: «Ardo en celo por el Señor Dios de los Ejércitos»), pero me permito sugerir que más esencial en la tradición orante carmelitana ha sido el segundo y tercer momento, humildad y gratuidad, sin minusvalorar el primero. Sólo cuando Elías ha saboreado su debilidad hasta el punto del miedo y del amargo fracaso se hace consciente de su más dolorosa y rica verdad: Dios es su única fuerza. Pan, desierto, Horeb… son la pedagogía dura y entrañable del Dios de Elías, de nuestro Dios.