No tengas miedo. Vivir y orar en el espíritu 1

LA PREGUNTA DEL PEREGRINO: «¿CUÁL ES TU ROSTRO, SEÑOR?»

En aquellos días, convertí mi vida en la de un peregrino, por fuera, y por dentro: por fuera elegí el caminar para poner la vida en movimiento, para salir, para estar al aire de algo insospechado. Por dentro, siempre la pregunta: «¿Quién eres, Dios?», y la invocación: «¡Ven, Espíritu Santo!», sin esperar nada concreto, sin exigirle a Dios…

Subía la cuesta de la ermita de una Virgen, en un rincón perdido, lleno de belleza, en Francia, y la pregunta se hacía dentro de mí más insistente, más ardiente: ¿quién eres, Dios, de verdad?, ¿cuál es tu rostro?

Pasaron unos días… me acerqué a orar a Cordes, un pequeño pueblo perdido al sur de Francia. Estábamos en una gran asamblea de oración carismática, en una comunidad de las Bienaventuranzas. Cuando me adelanté para que orasen por mí, era consciente, una de las primeras veces, de que aceptaba la necesidad de los demás, de ser curado… Me arrodillé, y, sin mirar hacia arriba, de rodillas, como estaba, sentí la cercanía de una larga túnica, y una voz de mujer susurrándome suavemente al oído, unas palabras como un conjuro, que se me revelaron como la clave de mi búsqueda de Dios, sin llegar a satisfacer mi pregunta. Sin embargo, lograron traer la paz a mi cuerpo y a mi alma fatigados.

Poniendo sus manos sobre mi cabeza, hizo silencio, después dijo algunas cosas que no entendí, y una que permanece aún viva: «no tengas miedo, no temas…»

Comprendí entonces, es más, sentí que mi peregrinación había llegado a su destino. En realidad, yo no necesitaba saber quién era Dios, sino ser curado de mi necesidad de alcanzar, de comprender a Dios, y, más aún, de mi miedo a Dios y a la vida, que, tal vez sean el mismo miedo. Y entrar en una dinámica de confianza: esto es orar en el Espíritu, es decir, dejar que nos lleve desde el corazón de nuestra debilidad, a las más valientes empresas, de las que nunca hubiéramos sido capaces. La primera y mas ardua tarea es la de dejarnos mover, arrancar, levantar… de nuestro asentamiento, para ser zarandeados como Él quiera.

Comprendí que mi pregunta por Dios era, en realidad, la necesidad de descubrir que tengo derecho a estar aquí, y la radical necesidad de sentirme querido por Dios.

«No temas, no tengas miedo…», me abre a una corriente, que se llama Espíritu, y que me hace sentirme querido por mí mismo, antes de reparar en si mis obras son buenas o malas.

La pregunta se apaciguó, aunque sigo peregrino; la búsqueda no cesa… con la convicción de que Él está ya conmigo.

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