Aprender a mirarse por dentro con amabilidad: Teresa de Jesús…

Ha habido algunos seres humanos con la capacidad de hacer que la humanidad (cada persona) se mire hacia dentro con más amabilidad, con más ternura. Han hecho ellos la excursión hacia el interior de sí mismos, en soledad y valentía, se han ganado a sí mismos en la búsqueda de su propia fuente, han encontrado su propio pozo y han bebido en él, sin envidiar, asumiendo su limitación, sin medirse por otros. Son personajes, estrellas que no han permitido que nuestra mirada se quedara embobada en ellos, sino que fuera más allá, o más acá. Despiertan en nosotros el deseo de encontrar nosotros mismos «dentro», esa alegría, ese tesoro.

Recordando a Teresa de Jesús. Esta mujer, simpática y audaz, que recorrió también nuestra geografía española del siglo XVI, y sigue hoy invitándonos a mirarnos por dentro con amabilidad. Su mensaje es que en el interior de cada uno, seas quien seas, hay un mundo tan desconocido como hermoso. Un mundo que hay que buscar y amar, si no queremos perdernos a nosotros mismos.

La recuerdo para sentirla cercana a nosotros. No es la suya una experiencia sólo para admirar. No es, como decimos en ocasiones, la experiencia de algunos privilegiados que han tenido la suerte, les ha tocado la lotería de ser enriquecidos de un modo especial. «Místicos», decimos a veces, con cierto retintín de mofa, a los que están un poco idos, que no pisan tierra. Ella nos habla de algo lleno de belleza, de una realidad que no es comparable a ningún tesoro que se compre con dinero. Si al místico, al enamorado alguien quisiera hacerle elegir entre una migaja de esa experiencia limpia de Dios, de amor desinteresado y muchos millones, elegiría sin dudar. Teresa nos enseñó a buscar a Dios entre los pucheros y, siempre, dentro de nosotros, y en todo, como un compañero fiel. ¿Un Dios para algunos afortunados, para un puñado de privilegiados?

Vamos a preguntarle a un amigo, un hermano que llega de tierras cubanas, dónde vive Dios o cómo encontrarle, o si es un regalo exclusivo para los que tienen las manos limpias o la conciencia tranquila, tal vez tengáis la suerte de que os relate lo que él vivió en La Habana:

Una de las experiencias más hermosas vividas allí, fue la de un enfermo de sida, al que atendió, entre muchos otros, en un hospital de La Habana. Próximo ya a la muerte, abandonado de la única persona cercana que le quedaba, su novia… (nunca le habían hablado de Dios), lo mandó llamar con urgencia; el asunto lo requería. Quería contarle lo mejor que le había pasado en toda su vida: señalándose el pecho, con expresión de gozo indescriptible, decía: «He sentido algo maravilloso aquí, algo precioso, era amor y paz, un amor y una paz indecibles. Quería preguntarte si eso es la experiencia de Dios». Mi amigo movió la cabeza afirmativamente, conteniendo las lágrimas. Murió al poco tiempo.

Hoy recordamos a Teresa de Jesús y a este joven, despreciable para muchos, los dos inundados de Dios sin merecerlo, como tú y yo, tan ciegos como vamos.

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