¿Cuál es el rostro de Dios?

Alguien ha dicho que lo más peligroso y preocupante no es que no se crea en Dios, sino que se crea en falsos dioses (Juan Masiá sj.) Eso sí que es alarmante y tiene peores consecuencias. La pregunta hoy es si estamos en la búsqueda del verdadero Dios o estamos ya conformes y tranquilos con lo que nos han enseñado de Él.

Muchas veces los cristianos damos la impresión de excesiva prudencia, anclados, apoltronados en nuestro sitio, sin que nos inquiete, nos duela o nos moleste Dios, al que mantenemos a raya, para que no nos pida más de lo que podemos soportar; como si Dios fuera tan imprudente y desconsiderado.

En el siglo XIX hubo una joven, Santa Teresita del Niño Jesús, que se rebeló contra la imagen de Dios que le servían: un Dios justiciero, inspirador de miedo y que reclamaba sacrificios. Ella, insatisfecha con esa idea de Dios, se lanza a la conquista del verdadero rostro de Dios. Releela Escritura, el Nuevo Testamento y descubre, como un hallazgo sorprendente, la ternura de Dios.

Ante una imagen gélida y distante, Santa Teresita se sube al regazo de Dios, ‘saltándose los protocolos’ y volviendo a recuperar para nosotros algo del Dios verdadero.

Mi pregunta, al leer la historia de esta joven mujer es: ¿cómo poner en juego nosotros algo de esta osadía y audacia atrevida de niños?

Todos aquellos que nos han mostrado algo nuevo de Dios han tenido que aventurarse y arriesgarse en soledad. La confianza de Santa Teresita, como la de Abrahám y de tantos creyentes, nos ha revelado que Dios no es tan fiero como le pintan, tan implacable y devorador, ni tampoco es enjaulable en conceptos, en sentimientos, en experiencias.

Lo dice bellamente José Jiménez Lozano:

«Todo el mundo sabe ya –dijo rabí Isaac Ben Yehudá- que, sin embargo, lo que hizo Dios a Dios y creyente a Abrahám fue la confianza de éste en el leopardo al que le entregó a su hijo para que lo devorase. Sólo entonces pudo ver que los dientes de Él y sus garras eran como la flor de la albahaca, inocentes y puros. Y que tenía entrañas y lloraba.»
 
(J. Jiménez Lozano, Parábolas y Circunloquios de rabí Isaac Ben Yehudá (1325-1402), Ed. Anthropos, Barcelona 1985, p. 56)

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