Esta mañana he tenido que visitar una residencia universitaria. He ido conociendo las habitaciones de los estudiantes, con su orden o su desorden, con sus peculiaridades… Llaman la atención de modo especial las paredes. La pared es como el espacio vacío en el que uno refleja algo de sus sueños. Concede uno a la pared la virtud de concederle viajar a mundos imaginarios. Podéis imaginar, algunas de las paredes:
Me llamó la atención una habitación con las paredes llenas de chicas en posturas estudiadas, sonrisas comerciales, ademanes seductores… allí encontré caras conocidas de la tele que me miraban invitándome a detenerme en ellas. Porque de eso viven aquellas, de que las miremos y les concedamos un lugar en nuestro espacio vacío.
No me detengo en los póster de las chicas, sino en la pregunta:
¿Qué pósters adornan nuestras paredes vacías? ¿Es Dios uno de nuestros póster favoritos o no puede competir ni de lejos con la alegría que causan algunas sonrisas estudiadas?
¿Es Dios capaz de enamorar, conmover, encantar, dar vida, hacer correr sangre por todo nuestro ser?
En mi habitación tengo un icono de Jesús que mira sin intimidarme, sin quitarme libertad, como dejándome ser yo. Al mirarle recuerdo que Israel siempre concibió y vivió a Dios como un Dios fascinante, lleno de belleza.
Y me pregunto y busco esa belleza o hermosura, como decía Juan dela Cruz, que está ahí aunque velada, para mí, para ti.