En este comienzo de curso, me pregunto ¿cómo vivir cada día? ¿Cómo afrontar esta nueva ocasión de aprovechar el curso? ¿Cómo disponernos para que no pase sin más, que no sea la preocupación aprobar sólo? Eso sería perder la gracia de este año que se me regala.
Hay una escena que me llama poderosamente la atención mientras voy de camino por la calle Zamora de vuelta a casa: un violinista que toca bellamente, moviéndose al compás, bailando su cuerpo y lleva un pantalón blanco de flores amplio, un poco estrambótico, ridículo; las zapatillas de deporte blancas. La escena no me habría conmovido tanto si no hubiera reparado en dos niños diminutos en sus carritos, además, llevados por sus padres (otra señal). Los niños estaban petrificados contemplando sin pestañear fijos en el violinista. Apenas tendrían dos años, y su atención entera en aquel personaje que se movía graciosamente.
Por supuesto me quedé mirando en la dirección contraria a la que miraba la gente. Miré enamorado a los dos niños que no se movían.
¡Qué envidiable capacidad de dejarse maravillar por aquella escena! ¡Qué toque de atención para los que caminaban aprisa al final de la mañana de un lado a otro…! Allí estaban los dos niños con la complicidad de sus padres, perdiendo el tiempo inútilmente, dejándose ilusionar por los acordes y la gracia del trovador callejero.
Como actitud para un cristiano y para cualquiera, los dos lados de la escena nos ofrecen mucha magia:
-
Cómo atreverme a vestirme con el pantalón ridículo, sin reparar tanto en la aprobación de otros. A decir verdad, aquel hombre ridículo cautivó a los dos niños porque no se vistió para los prudentes y sensatos, o para agradar a los que van a la moda. La primera invitación es a rescatar de nuestros armarios los trajes ridículos, pero llenos de la magia que nos hace ser nosotros, y experimentar alegría desnuda.
También bailar sin importarnos el juicio de los entendidos. Bailar al ritmo de la música que dicta el corazón. Eso ya es una maravilla, tal vez sólo a los ojos de los sabios, es decir, los niños.
Y desenvolver el violín que cada uno lleva guardado dentro, hacer música con lo que tú eres. Atreverse a interpretar la tuya, sin miedo, sin miedo.
-
Luego preguntarnos por nuestra mirada dormida y aprender de los niños que se maravillan ante lo que no esperan, ante algo que les detienen mientras van camino de ninguna parte, perdiendo el tiempo para lo más importante, que es vivir, sentir, mirar, admirar.
Comparto esto con los que quieran escuchar. Yo creo que lo que Dios más quiere de nosotros es que vivamos así. La alegría de Dios depende de nuestra sinceridad y de nuestra sencillez…
Miguel Márquez