El Evangelio de Juan, resplandor de la Pascua

Secundino Castro

En este tiempo pascual, en el que la liturgia se embellece y vibra con el evangelio de Juan, me parece oportuno hacer una presentación de sus contenidos. El cuarto evangelio, tan profundo y portador de tanta riqueza; de apariencia compleja, resultado de profundas reflexiones sobre el ser de Jesús y su sentido para el hombre y el mundo, es para muchos un enigma insoluble (Schweitzer), o un caos (Wellhausen). Yo creo más bien lo contrario. Intentaré exponer aquí su esquema esencial lo más clara y brevemente posible.

El escrito de Juan contiene veintiún capítulos. Al último muchos le consideran epílogo, pero en realidad es un capítulo muy rico. Sin él, algunas cosas importantes quedarían sin esclarecer. El evangelio contiene también un prólogo (1,1-18), que puede ser considerado como síntesis recapituladora o introducción general.

El evangelio se abre (1,19-34) con la presencia de Juan Bautista (símbolo del AT), que anuncia la llegada de Jesús. Juan representa al AT que se retira, al entrar Cristo, de quien da un vibrante testimonio. Le otorga cinco títulos (expresión del AT). Afirmará tres veces no ser el Esperado; mientras también Jesús repetirá tres veces el famoso «Yo soy» (8,24.28. 58). A continuación entra en escena Jesús (1,35-51), que elige cinco discípulos, que le dan siete títulos, que sumados a los del Bautista, hacen doce: el nuevo Israel, que se adivina también por la referencia que hace Jesús a Jacob (1,51). Ya tenemos el nuevo pueblo. ¿Hacia dónde se dirige? Hacia todos los hombres: un judío: Nicodemo; una Samarita: hereje del judaísmo; y un pagano: el funcionario real (cap 3-4); el mundo conocido por el evangelista.

Jesús le había dicho a la Samaritana que «la salvación viene de los judíos» (4,22); por eso el evangelio ahora desde el capítulo 5 al 12 se va a dirigir a recrear el judaísmo. Comienza el proceso con el capítulo 5 en que el famoso paralítico, junto a la piscina, representa al pueblo de Israel, que no ha hecho el éxodo auténtico. El evangelio nos ofrece algunos datos que nos conducen a esta interpretación. Le cura, y el paralítico se pone a andar (5,9). Comienza el éxodo, que va a tener su auténtica expresión en el capítulo 6 con el paso del mar, la multiplicación de los panes, y la Eucaristía como nuevo maná.

Siguiendo en la reconstrucción de Israel, ahora Jesús se manifiesta en pleno corazón de Jerusalén, en la fiesta de los Tabernáculos, celebración que recordaba los tiempos del Éxodo (cap 7-8).En esa fiesta se daban dos momentos cumbres: el rito del agua y el de la luz. En torno al agua, Jesús se proclama la fuente que sacia: «El que tenga sed, venga a mí y beba» (7,38), y acerca de la luz, hará la gran declaración: «Yo soy la luz del mundo» (8,12). Proclamadas estas dos promesas centrales de la Escritura, Jesús abandona definitivamente el templo.

Como expresión de la fuente de agua viva y de la luz, que es Jesús, el evangelista nos brinda la preciosa narración del ciego de nacimiento, que se halla en el capítulo 9. El ciego, que lo ha sido toda la vida, de nacimiento, va a ser lavado (fuente) e iluminado (luz) en Jesús, nueva fuente de Siloé o del Enviado. De judío pasará a ser cristiano; y en un proceso creciente irá descubriendo la persona de Jesús hasta adorarlo y proclamarlo «Señor» (9, 38), después de haberle ofrendado siete títulos.

Con el ciego, hemos llegado a la confesión de Jesús como Señor. El ciego representa al nuevo discipulado, al que ahora Jesús se revela como el Pastor ideal (10,1ss), que le saca del templo, el redil, y ya no les conducirá a un nuevo redil, sino a la libertad plena, pues en esta nueva situación Jesús será la puerta siempre abierta por donde se puede entrar y salir hacia praderas sin fronteras. La alusión a Salomón (10,23), en este pasaje, nos muestra que Jesús será el nuevo Templo, sin características de redil, y el esposo del Cantar. El capítulo 10 muestra a Jesús en tres realidades: Templo, pastor y esposo. La voz del Pastor que escuchan las ovejas, se convierte aquí en «la voz de mi amado», del Cantar, que llama a la Amada [las ovejas] (10,27).

Con Lázaro resucitado (cap. 11), se nos muestra hacia donde se dirige la revitalización de Israel, a la vida eterna, a la vida sin fin, a la nueva comunidad. Jesús es la vida (11,25). Más tarde él mismo afirmará: «Yo soy el camino, la verdad y la vida (14,6). Lázaro es el resto de Israel puesto en pie, Marta y María representan dos tipos de comunidad. Marta, más apegada al judaísmo y María, la comunidad más evangélica. Las dos formas de cristianismo que aparecen en los Hechos de los Apóstoles.

La resurrección de Lázaro pone punto y final a la construcción del nuevo Israel. Por eso, quizás, en el capítulo 12 Jesús queda convertido en el centro de atracción universal. En efecto, su comunidad le ofrece una cena (12,1-8), los que suben a purificarse a Jerusalén, le buscan (11,55-56), el pueblo le recibe con palmas (12,12-15), unos griegos suplican poder verlo (12, 22-23), y hasta el mismo Padre sale a la escena para proclamar que le seguirá glorificando: «Le he glorificado y de nuevo le glorificaré» (12,28). Cristo, ayer y hoy, suyo es el tiempo y la eternidad, a él la gloria incorruptible.

Y ahora Jesús sabe que para que ese proceso, que ha seguido hasta aquí, llegue a su realización plena, debe pasar por la Pasión, cuya antesala es la así llamada última cena (cap. 13). En ella se expresa el dinamismo de la entrega, la donación sin límites al Padre y a los hombres. La cena y los discursos que le siguen (13-17) tocan la esencia de lo cristiano, y su lirismo místico y teológico alcanzan las cumbres.

Y por fin, la Pasión (18-19), esa «hora» que ha venido anunciándose a lo largo de todo el evangelio. Es un momento de inmenso dolor y de inmensa humillación para Jesús, pero que su discípulo evangelista ve con ojos de luz pascual. Todo se trasforma en gloria. Antes de ser capturado Jesús, deja su identidad proclamando tres veces el «Yo soy» (18, 5-8). Expulsado del huerto, terminará siendo enterrado en el huerto (19,40-42), donde el grano de trigo (12,24) produce una cosecha sin fin. También el preso Jesús será proclamado rey por el representante de Roma, y su cruz se transfigurará en una fuente de bendiciones (el agua y la sangre) que alcanzará a todos los hombres.

Y el huerto de su tumba se transfigurará, y de allí saldrá el Rey, como el esposo de su tálamo, ungido con cien libras de mirra y áloe (19,39), los perfumes del esposo rey del salmo 45. La mañana de Pascua el rey inaugurará la nueva creación y el nuevo éxodo. El sepulcro de Jesús se ha trasformado en un lecho, y el templo de Jerusalén en un sepulcro.

Finalmente, en el capítulo 21 se mostrará a Jesús en medio de una misión, no se trata de una pesca de peces. La red, la Iglesia se llenará de toda clase de gentes, sin que por ello se rompa. Aquí se no revelará el misterio de Pedro y el del discípulo amado. Y la última palabra de Jesús: «Tú, sígueme» (21,22), proseguirá resonando en todos los tiempos y lugares. Tú, sígueme…

Escribe K. Adam: «Todas las personas y sucesos por él pintados (el evangelista) llevan algo de intemporal en sí mismos. Son como una transparencia de lo eterno. Su Cristo es siempre el mismo Cristo intemporal, eterno, lo mismo en su vida anterior a la historia que en su aparición histórica y poshistórica. El Hijo del hombre sigue ‘en el seno del Padre’, aun cuando obre sobre la tierra. Los ángeles de Dios se ciernen sobre él aun en Galilea y Jerusalén. De ahí que Juan no sienta ya lo humano de Jesús, al modo de Pablo, como un contraste, como algo extraño a la divinidad de Jesús, como una humillación, sino como transparencia y manifestación visible de lo divino. A través de su humanidad brilla la gloria divina de Cristo».

Basten estas breves consideraciones sobre las pretensiones del evangelista para comprender el evangelio de Juan como foco de luz y torrente de gloria que ilumina y fecunda al mundo. Ya en el cap 2 se nos advertía que el proyecto de Jesús era un festín mesiánico-nupcial (bodas de Caná), y una nueva alianza (purificación del templo).

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