Secundino Castro
Lucas en su evangelio contempla a María como tienda del encuentro (1,35) y arca de la alianza en camino (1,39-45). Ahora en la presentación del Señor la mira como Hija de Sión, mujer (casi niña) que ofrenda a Adonai en el templo el fruto del Espíritu generado en sus entrañas, la flor de Israel.
Lucas usa de una calculada ambigüedad cuando habla del templo. Parece ensalzarlo, pero pone en boca de uno de sus predilectos, el brillante Esteban, la idea de que Dios no quiso el templo, construido por un rey paganizado (Salomón), sino la tienda Hch 44-51), con la que podía acompañar a su pueblo y estar entre él. Y también se alboroza cuando nos narra que los apóstoles dejaron de subir a rezar al templo, sirviéndose de él sólo para enseñar (4,31…).
Cuando María entra en el templo, sus figuras, los viejos Simeón y Ana se desploman. Más tarde, Jesús hablará del único templo (naos), de su cuerpo. El templo tenia dos partes: el Sancta sanctorum (naos) y el resto que lo encubría (hieron). Ahora el habitat que lo contiene es María, ¡la de los evangelios!
Tres cosas expresan la novedad de éste: María, (la trascendencia bella de lo cotidiano); Las bienaventuranzas (la autobiografía de Jesús) y la geografía ingenua y dulce de Galilea), único lugar en el que pudo surgir el evangelio (Renan). Todas ellas se funden en María, la tienda encantada, o el hieron, donde se esconde y refleja Adonai. Cualquier otra inculturación del Mensaje, lo tergiversa.