1. Texto evangélico: Lc 5, 12-6,11
El Reino comienza a actuar con Jesús, y escandaliza, pues ataca las bases mismas de la fortaleza que el hombre construye para defenderse del Amor, el estar en orden, el cumplimiento, las «buenas obras». Según la mentalidad común, el Reino iba a venir para hacer justicia en favor de los fieles a la Ley.
El Mesías debía establecer juicio contra los malvados. Pero ha venido a establecer gracia en favor de los pecadores. Tuvo que ser, y sigue siendo, terrible que «ellos», los publicanos, las prostitutas, los drogatas, los terroristas, los opresores, los enfermos de sida, la escoria de la sociedad sea invitada al banquete mesiánico.
Los fariseos, los «justos», formaban, formamos el grupo de los practicantes, los profesionales de «las buenas obras». ¿No cuenta para Dios tanto esfuerzo, sacrificio, fidelidad a sus mandamientos y exigencias?
Jesús traía vino nuevo, la Buena Noticia inaudita, de parte de Dios: que tal era la voluntad y alegría de Dios, salvar por gracia, prescindir de las obras. ¿Se puede discutir con el Amor si quiere regalar de balde el Reino? Para los pecadores, para los «fuera de la Ley», era la gran noticia, que les permitía tener dignidad, esperanza, posibilidad de cambio. Para los que se creían con derechos adquiridos, con «méritos», Dios resultaba injusto. Esta reacción demuestra la mentira de las buenas obras, el pecado-raíz de la apropiación, el sistema de defensa frente a Dios y su amor, precisamente.
2. Es necesario, pues, que no hablemos de la misericordia de Dios suprimiendo su fuerza escandalosa
En la manera de Jesús de acercarse al leproso, al pecador, hay mucho más que compasión del superior que se inclina al pobre desgraciado. La pregunta radical que el Evangelio nos hace es ésta: ¿Dónde está fundamentada mi vida religioso-moral? ¿En mi esfuerzo, en el cumplimiento de la Ley, que me garantiza estar en orden con Dios y mi conciencia, en mi fidelidad y generosidad? ¿O por el contrario, he desmontado mi autoimagen, me he liberado de la necesidad de verme bueno ante Dios y ante mí mismo, he descubierto que no soy mejor que «los otros», me he visto desnudo, sin mérito alguno, pecador hasta la raíz, y sorprendentemente, en vez de sentirme mal, he sentido el gozo y la paz del amor gratuito e incondicional de Dios, que me quiere como soy, más, que quiere crear vida de la muerte y siente más alegría por un pecador que se convierte que por innumerables justos, a quienes no puede reprochar nada y que, por lo mismo, son -incapaces de dejarse amar gratuitamente? En otras palabras: ¿ Con qué me justifico, con mis obras o dejo a Dios que me justifique por gracia? ¿Prefiero ir a Dios con las manos llenas o con las manos vacías?
3. Descubre al fariseo que todos llevamos dentro
Se le nota:
- En la tendencia a ver la mota en el ojo del prójimo y en la incapacidad de ver la viga en el propio.
- En que sentimos más alegría al cumplir con nuestros propósitos que cuando pensamos en el amor de Dios que se complace en nuestra pobreza.
- Confundimos la experiencia de la Gracia con un amor que puede ser utilizado como justificación de nuestra irresponsabilidad. Al contrario, es el agradecimiento gozoso de ser amado lo que me abre a la entrega, no mi propio sentido de responsabilidad.
- En cuanto hacemos algo que rompe nuestra autoimagen nos sentimos separados de Dios.
- Manipulamos la confesión para tranquilizar nuestra conciencia y teniendo la sensación de que, al confesamos, hacemos la buena obra necesaria para que Dios nos perdone.
- Nos vemos con muchas faltas, pero mejores que una prostituta o un ladrón, por supuesto.
4. Lee y ora con Lc 15
Es probable que te sientas identificado con los dos hermanos. Pero es el padre el que reclama nuestra admiración, que Dios sea así, el que espera siempre, el que perdona siempre, el que no tiene en cuenta…