Creer no resulta fácil. Cada uno de nosotros sabe cuáles han sido y son las perplejidades que el mundo de Dios, de la fe, de la Iglesia, etc. nos han producido a lo largo de los años y quizá aún nos producen. Se podrían enumerar distintas situaciones:
- A algunos nadie les ha hablado propiamente de Dios. Les pasa algo así como lo que al etíope que se encuentra con Felipe en el camino de Gaza (Hch 8, 28-40): no podía entender lo que. leía; pues, «¿Cómo voy a entenderlo si alguien no me. guía?» (v. 31)
- Así, cómo se va a creer en Dios si aunque en la televisión o en el periódico se den noticias sobre el Papa, la Iglesia, los curas, la moral, etc., nadie verdaderamente ha explicado por dentro qué es eso de creer. Sí, quizá hay una inquietud, quizá se piense «que tiene que haber algo más», quizá también hay una convicción de que este mundo debería ser de otra manera (eso que decía un filósofo: «la añoranza de que el verdugo no triunfe sobre su víctima). Pero, más allá de todo eso. ¿qué significa de fondo creer?
- A otros, el Dios que recibieron de pequeños «se les quedó anticuado». Pudo ser el sentir que un Dios demasiado severo, más adelante, cuando uno necesitaba autonomía, no dejaba vivir. O pudo ser con los años una «ausencia» de Dios por falta de .trato: se recibieron los sacramentos, se empezó por ir a misa, rezar, etc., pero aquello era demasiado formal, no era algo vivo y como un lento goteo acabó por desaparecer;
- Otros «acabaron» con Dios cuando se fundieron aquellos primeros ideales de la adolescencia;
- Otros quizá reconocen que fue a partir de un momento determinado y de una circunstancia concreta que sintieron un alejamiento de Dios;
- Otros quizá no han acabado con Dios, pero sí con la Iglesia: les resulta lejana, anticuada. Sus celebraciones no calan; no creen en «pagarle» a Dios con el ir a misa: todo ello les resulta inauténtico;
- Otros viven a Dios en la intimidad de su corazón;
- Otros sólo saben a Dios en la medida en que se comprometen con el prójimo. Una fe que no se manifieste así les parece una mentira;
- Otros puede que se mantengan fieles a Dios y a la Iglesia, pero les cuesta aceptar determinados planteamientos. Se quieren implicar con la Iglesia, la comunidad, los sacramentos. Pero, o bien se sienten críticos, distantes, o bien reconocen que es un mundo que hoy por hoy les supera;
- Finalmente, puede que haya quienes vivan más serenamente, con más sosiego su vida de fe, y sin embargo, experimenten que a esa fe le falta algo -no se sabe qué- para ser más vida.
En cualquier caso, cada uno según su particular forma de ser, la. educación que ha recibido, el mundo en que ha vivido, ha entendido ese re-ligarse con Dios de una determinada manera. Trata de analizar y poner nombre a esas dificultades, a las tuyas. Procura no evadirte entrando en críticas estériles o racionalizaciones ideológicas y mira cuáles son tus verdaderas dificultades para creer.
Lee Mc 1,40- 3,12 fijándote en la actitud de la gente: todos se vuelcan en Jesús, algo han descubierto, algo que les atrae; quizá sean sus signos, que les libra de sus dificultades, o su autoridad o su libertad. Cada uno acude a Jesús desde lo que es, lo que busca y le falta.
Aunque nuestras dificultades para creer están ahí, algo parece que se mueve dentro, hay una inquietud que mueve a buscar a Dios. Algo así como a los hombres de Galilea que vivieron en tiempos de Jesús y le escucharon y vieron actuar, quizá tú también estás esperando algo de Jesús y su mensaje. Trata de mirarte por dentro y examinar qué, esperas de Jesús, de Dios. Pon nombre a esas esperanzas: ¿la otra vida?, ¿que cambie este mundo?, ¿mi autorrealización?.