El mal amenaza el sentido de la vida. E igualmente, el sentido que damos a la vida depende de cómo hayamos dado sentido al mal.
Quien no acepta ningún sufrimiento, ninguna renuncia, es que no acepta la realidad. Su vida está abocada al sinsentido. El creyente, a veces, da sentido al mal haciendo de la ideología cristiana (el pecado original, el cielo futuro, la pasión de Jesús, el castigo merecido, etc.) un recurso para «pasar por encima del mal» consolándose a lo fácil o teniendo miedo al escándalo que el mal plantea a su fe.
¿Qué experiencias del mal, del tipo que sean (sufrimiento fisico, fracaso, pecado, limitaciones psicológicas…), te han ayudado a crecer? El problema del mal, considerado globalmente, obliga a la experiencia religiosa más radical: ¿Quién es Dios? ¿El Ser supremo, sin relación con nuestro sufrimiento; el Abuelo, para los momentos de angustia; el Padre de Jesús, que no le privó del cáliz de la pasión y le dio nueva vida en el Espíritu?
La experiencia radical del mal está dentro de nosotros: el pecado como poder de muerte, la herida del no amor. Negarlo sería evitar la cuestión más grave: ¿Tiene sentido mi vida, aunque sea pecador?