3. El proyecto de Dios en nuestra vida

«Generaciones de hombres han rasgado la palabra Dios con sus partidismos religiosos; han matado o muerto por ella; lleva las huellas digitales y la sangre de todos ellos. Manchada o desgarrada, podemos levantar del suelo la palabra Dios y ponerla de pie en una hora de gran preocupación» (M. Buber).

Lo que pretendemos con esta ficha es caer en la cuenta del Dios que tenemos delante y descubrir cuál es su proyecto para nosotros.

«Pensar y entender qué hablamos y con quién hablamos y quién somos los que osamos hablar con tan gran Señor… eso es oración» (Santa Teresa).

En la oración lo importante no es tanto qué tratamos o cómo, sino con quién tratamos. Orar no consiste en imaginar, pensar, leer, hablar, sentir, hacer… sino estar con quien sabemos nos ama y ama a todos.

CAER EN LA CUENTA

«Dios nos ha concedido todo lo necesario para la vida… para participar de la naturaleza divina» (2Ped 1,3-4). La memoria para recordar sus dones, la inteligencia para descubrir su proyecto, la voluntad para poder amar. Antes de ponernos ante Dios tenemos que encontrar las motivaciones para estar con él. Así lo expresa san Juan de la Cruz: «Conociendo la gran deuda que a Dios debe en haberle criado, solamente para sí, por lo cual le debe el servicio de toda su vida, y en haberle redimido solamente por sí mismo, por lo cual le debe todo el resto y respondencia del amor de su voluntad, y otros mil beneficios en que se conoce obligada a Dios desde antes que naciese…»

Este proceso hay que repetirlo a menudo: «Muchas veces he pensado espantada de la gran bondad de Dios y regalándose mi alma de ver su gran magnificencia y misericordia. Sea bendito por todo, que he visto claro no dejar sin pagarme, aun en esta vida, ningún deseo bueno» (Santa Teresa de Jesús).

Hasta llegar al convencimiento con que se expresa el concilio Vaticano II: «La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde su nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios. El hombre existe pura y simplemente por el amor de Dios que lo creó y por el amor de Dios que lo conserva» (GS 19).

CON LA AYUDA DEL ESPÍRITU

El Espíritu nos ayuda a entender, por sus inspiraciones, los signos de los tiempos y las personas que escuchan su voz, que Dios se compadece de todos, ama a todos, perdona a todos, es amigo de la vida, es inocente. «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16). Nos dice cosas sorprendentes: «Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios tiene preparado a los que le aman. Y Dios lo ha revelado por el Espíritu. El Espíritu todo lo sondea, incluso lo profundo de Dios» (1Cor 2,9-10).

Nos recuerda las palabras de Jesús: «Yo he venido para que tengáis vida, una vida abundante» (Jn 10,10). También, las palabras de los testigos: «Me amó y se entregó por mí» (Gal 2,20).

Reaviva en nosotros el plan de salvación de Dios (Rom 8,28.30):

  • Dios nos conoce; «está chiflado por los hombres» (Schelling). Nos lo muestra en aquellos que aman por encima de todo.
  • Nos ha llamado desde siempre; El es quien primero y más profundamente cree en nosotros. Nos lo muestra en los que confían.
  • Nos ha santificado con «un amor que es más ensanchador que ocupador» (F. de Osuna). Nos lo muestra en los que abren fronteras.
  • Nos ha glorificado tanto, que a menudo nos cuesta creer en nosotros hasta alcanzar los niveles de estima en que nos tiene. Nos lo muestra en los que creen en los más perdidos.
  • Nos ha destinado en Cristo a que lo amemos a través de los hombres, y nunca a costa de ellos: «Si alguno dice ‘yo amo a Dios’ y aborrece a su hermano, es un mentiroso» (1Jn 4,20). Nos lo muestra en los que hacen el bien a todos.

DE DESCONOCIDOS A AMIGOS

Para muchos Dios es un desconocido, lo «divino anónimo», con quien no se establecen relaciones personales. «Por alguna razón oscura, hay algo que no marcha en nuestro mundo entre el hombre y Dios, tal como Dios se le presenta al hombre de hoy. Todo acontece hoy día como si el hombre no tuviera exactamente ante sí la figura de Dios que desea adorar» (Teilhard de Chardin).

Pero cuando nos sentamos a la mesa de los místicos, descubrimos que Dios y el hombre se buscan mutuamente, se vuelven amistosamente el uno al otro, se comunican, hacen amistad.

Es más, nos dicen que Dios no es un interlocutor frío, sino que goza en este encuentro. «Viene Dios al alma a holgarse conmigo» (Santa Teresa de Jesús). Como Dios nos ama, goza siempre que le permitimos estar con nosotros. «Al contemplarme a mí mismo en él, quedé enamorado de mi criatura» (Santa Catalina).

Hasta llegar a creer que somos únicos. «El alma siente a Dios tan solícito en regalarla con tan preciosas y encarecidas palabras y de engrandecerla con unas u otras mercedes, que le parece al alma que no tiene él otra cosa en qué se emplear, sino que todo él es para ella sola» (San Juan de la Cruz).

LA SORPRESA QUE BROTA

«¿Qué es el hombre para que te fijes en él?; ¿qué los hijos de Adán para que pienses en ellos?» (Sal 143). «¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para darle poder?» (Sal 8).

Y «un gran misterio nos envuelve y nos penetra» (San Gregorio Nacianceno). Aparece el maravilloso lenguaje del silencio, que reordena nuestro interior. No se trata de sentir, sino de creer. Es momento de «mirar a quien nos mira, de estarnos allí… con él» (Santa Teresa).

Los dones se convierten en relato de salvación para todos: «Esta callada comunicación y contemplación… llena el alma de riquezas y dones y gracias espirituales, porque siendo Dios el que lo hace, hácelo no menos que como Dios» (Juan de la Cruz).


Momento de Oración

«Dios nos visita a menudo, pero casi nunca estamos en casa».

  • Deja que tu corazón se inunde de su presencia, se llene de su amor, se esponje con su ternura.
  • Procura percibir hasta los detalles más pequeños con los que Dios te ha regalado hoy. Dale gracias. Gracias, Señor, por ti mismo Gracias, Señor, por tu presencia. Gracias, Señor, por tu amor.
  • Pregúntate con calma: ¿Quién es el Dios de mi vida? ¿Quién ha sido mi Dios en cada momento del día? ¿Estás convencido de que Dios tiene un plan para ti? ¿Qué haces para conocerlo?
  • Recuerda. Lo importante es querer estar con él, hacer presente al Amigo: Mira a quien te mira…. Busca a quien te busca. Estate con quien está contigo. Alégrate de estar con quien se alegra de estar contigo. Ama a quien te ama.
  • Dile al Señor: «¡Oh tú que has puesto tu casa en lo más profundo de mi corazón, haz que yo permanezca en tu casa en lo más profundo de mi corazón!»
  • Testimonio: «La vida me había tirado por tierra, pero el encuentro con Jesús me ha dado fuerzas para retomarla otra vez agradecida… He aprendido a amar la vida desde que sé para qué vivo» (E. Stein).

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Equipo CIPE

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