«Si el alma busca a Dios, mucho más la busca su Amado a ella».
Dios tiene vocación de la persona, y por ello, ésta tiene vocación de Dios.
«El más profundo sufrimiento del hombre es el que siente cuando pierde su país de origen, el reino sobrenatural de su ser esencial. Es la nostalgia del hombre exiliado, lejos de su verdadera patria. De su angustia nace la necesidad de una vía interior que caminando hacia delante le lleve de nuevo a su país» (Durckheim).
UNA LLAMADA MUTUA
Dios (esposo) llama al ser humano (esposa) a la unión con él: «Ven y entra en mi huerto, hermana mía, esposa, que ya he segado mi mirra con mis especias olorosas» (Cantares 5,1). Y en este huerto «comunícase Dios… con tantas veras de amor, que no hay afición de madre que con tanta ternura acaricie a su hijo, ni amor de hermano ni amistad de amigo que se le compare… Está tan solícito en regalarla… Todo él es para ella sola» (San Juan de la Cruz).
El hombre, peregrino de novedad, llama también a Dios con deseos profundos: «Buscando mis amores,/ iré por esos montes y riberas;/ ni cogeré las flores,/ ni temeré las fieras,/ y pasaré los fuertes y fronteras» (san Juan de la Cruz).
Los deseos se hacen intensos: «Oh cristalina fuente,/ si en esos tus semblantes plateados/ formases de repente/ los ojos deseados/ que tengo en mis entrañas dibujados!» (San Juan de la Cruz).
VIVIR EL UNO EN EL OTRO
La unión con Dios, de la que hablan los místicos, no es otra cosa que el ir asemejándonos cada día más a Cristo, desplegando lo que como semilla está presente en nuestro bautismo.
San Pablo lo expresa así: «Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí» (Gal 2,20). Y san Juan de la Cruz lo comenta así:
«Hay un dibujo de amor en el alma del amante en la cual de tal manera se dibuja la figura del Amado y tan conjunta y vivamente se retrata, cuando hay unión de amor, que es verdad decir que el Amado vive en el amante, y el amante en el Amado; y tal manera de semejanza hace el amor en la transformación de los amados, que se puede decir que cada uno es el otro y que entrambos son uno».
La unión con Dios no se reduce a momentos, aunque éstos sean intensos. Lo que realmente cuenta es el amor real, la visión de fe y la esperanza que tensa la vida del orante.
Pensar que la experiencia de Dios se realiza exclusivamente en el ámbito de los tiempos de oración es un error, es ofensivo para los mejores amigos de Dios, que le han amado en medio de los trajines de la vida. Es ofensivo para Dios, que es comunicación permanente, porque su amor nunca está ocioso.
PROYECTO DE RENOVACION
Si todos estamos llamados a la unión con Dios, ¿por qué hay tan pocos que lleguen? No es porque Dios quiera que haya pocos, sino porque «hay pocos vasos que sufran tan alta y subida obra» (San Juan de la Cruz).
Para que el grano de trigo dé mucho fruto, para que el gusano de seda se convierta en una bella mariposa, es necesario un proceso de purificación, que no siempre estamos dispuestos a llevar a cabo.
«Somos muy flojos para la fortaleza y trabajo de perfección, hechos semejantes a los que se crían en regalo, que huyen con tristeza de toda cosa áspera, y se asustan de la cruz, en que están los deleites del espíritu» (San Juan de la Cruz).
Necesitamos que Dios nos conduzca por los caminos de la verdad y del amor, porque somos más egocéntricos que abiertos a Dios y a los demás. Es la gracia de la noche, con la que Dios cura la soberbia y la autocomplacencia, que nos incapacitan para ver nada bueno en los demás y para amarlos.
Dios es nuestra luz y nuestro guía. «Pruébanos tú, Señor, que sabes las verdades, para que nos conozcamos» (Santa Teresa). El mirar de Dios es amor. Y la mirada de Dios limpia, embellece, agracia.
Dios se sirve de lo que nos sucede para curarnos. Nos pone a dieta. Hace como se hace con «el enfermo, que le tienen tan adentro guardado, que no le dejan tocar el aire ni aun gozar de la luz, ni que sienta las pisadas, ni aun el rumor de la los de casa, y la comida muy delicada y muy por tasa, de sustancia más que de sabor» (San Juan de la Cruz).
CAMINOS PARA RECREAR EL AMOR
La soledad. «Yo la guiaré a la soledad y allí hablaré a su corazón» (Os 2,14). En la soledad se comunica y se une Dios con el alma.
Libertad frente a los bienes. «Quien no renuncie a sus bienes no puede ser discípulo mío» (Lc 14,33). Ante mucha gente, que le sigue, Jesús precisa las condiciones: adherirse a él para construir el reino, asumir la hostilidad que ese estilo de vida pueda suscitar, desprenderse de lo que se tiene para poner fin a la injusticia.
Abrirse a lo nuevo (Jn 2,1-12). Jesús expone la necesidad de romper con el pasado. Su obra trae una novedad radical. El vino nuevo del amor produce la purificación y le da al hombre la capacidad de amar.
FRUTOS DE LA UNION
El fin de Dios es engrandecer al alma.Y no la puede engrandecer más que igualándola consigo.
Una vida unificada y consciente: me siento uno con el Amor, uno con mi Dios y Dios conmigo; estoy despierto, soy consciente de lo que vivo.
Todo para bien.En un mundo confuso los orantes no siempre vemos claro lo que conduce al reino de Dios; pero sabemos que «Dios hace suceder todas las cosas para bien de los que le aman» (Rom 8,28).
Nadie que se acerca a Dios sale como estaba. «Muy dentro siento que mi Dios vive en mí y yo vivo en El, por El, junto a El y para El» (M. Melendo).
Momento de Oración
Recuerda tu vocación a la unión con Dios.
Sé consciente de ella.
Acógela con alegría.
Agradece tan gran don.
Mira con cariño tu vida.
¿Qué te impide vivir en el amor?
¿Estás lleno de ti?
¿Esperas que los demás cambien para hacerte feliz?
¿Tienes el corazón lleno de cosas, la vida llena de ruidos?
Invoca al Espíritu.
«El te guía hacia la verdad completa» (Jn 16,13).
El te ayuda a ser como un niño.
El te enseña a creer en el amor con que eres amado.
El despierta en ti la capacidad de responder al amor.
El abre todo tu ser para que disfrutes de ese amor.
Escucha la palabra de Jesús:
«Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré» (Mt 11,28).
Repítela varias veces en tu interior.
Abandona en él lo que te pesa y te impide ser libre y amar. Expresa tu ardiente aspiración: amar a Jesús.
Marca un compromiso para tu vida:
Sólo por hoy amaré en la certeza de que Alguien, el Amor que nos amó primero, me envuelve ahora con su amor, y así lo viviré, amando gratuita y sencillamente a los que me rodean o se acerquen a mí.
AMA AL SEÑOR, NO QUIERAS CONTENTARLO SOLO CON PALABRAS