11. Lo más valioso es el Amor

«En un mundo que ha tomado conciencia del drama que supone la incomprensión y el odio, en el que el racismo surge como una llaga que supura y que ya no cicatriza, el testimonio de la fraternidad, del compartir con los demás, de un ‘solo corazón y una alma sola’ adquiere un valor impresionante» (J. M. R. Tillard).

«El místico no ofrece respuestas, sino que revela la presencia de Alguien que nos acompaña en esta peregrinación que cada día nos recrea y nos renueva. Es un amigo de Dios que en su entorno sabe crear lugares de reposo y de compromiso fraterno. Intercesión y humildad son la base de esta mística» (José Rodier).

«La experiencia espiritual cristiana no es solo la gratificante y la entusiasta, sino también, o más bien, la misma vida de Cristo en nosotros, y puede ser la de la soledad, la cruz, el abandono o la serena y cotidiana paz en el cumplimiento de la voluntad de Dios» (Jesús Castellano).

«Veracidad y transparencia pide el mundo, tan sometido a la mentira y a la corrupción» (Pedro Casaldáliga).

ALGUNAS PREMISAS

Ser para los demás. Las personas que han sido enriquecidas «con toda clase de bienes espirituales y celestiales en Cristo» (Ef 1,3) quedan «con gana de que se aprovechen otros y gustan de dar a entender las mercedes que Dios hace a quien le ama y le sirve» (M V,3,1). Estos pueden hacer mucho bien en su ambiente como contagiadores del Misterio de Dios.

Vivir alerta. Los dones no son garantía de fidelidad. Los orantes tienen que vivir alerta. El crecimiento espiritual los ha introducido en una etapa de madurez, pero la vida sigue siendo lucha y riesgo. Hasta el último momento tienen vigencia las consignas sobre la vigilancia que da Jesús en el Evangelio. A nosotros no se nos hubiera ocurrido poner al final del Padrenuestro dos peticiones que hablan de la tentación y del mal que divide. «¡Cuántos debe haber que los llama el Señor al apostolado, como a Judas, comunicando con ellos, y los llama para hacer reyes, como a Saúl, y después por su culpa se pierden!» (M V,3,2).

«Hágase tu voluntad». La verdadera unión con Dios tiene que ver con «ir adelante en el servicio de nuestro Señor y en el conocimiento propio» (M V,3,1); se realiza cuando nos dejamos ayudar por el diálogo dentro de la comunidad, como camino hacia la verdad (cf Gal 2,2); se manifiesta cuando unimos nuestra voluntad a la de Dios (cf M V,3,3).«¡Oh, qué unión esta para desear! Venturosa el alma que la ha alcanzado, que vivirá en esta vida con descanso y en la otra también; porque ninguna cosa de los sucesos de la tierra la afligirá, si no fuere si se ve en algún peligro de perder a Dios, o ver si es ofendido; ni enfermedad, ni pobreza, ni muertes… que ve bien esta alma, que El sabe mejor lo que hace que ella lo que desea» (M V,3,3).

OTRO ENFOQUE DE LA UNIÓN CON DIOS

Que nadie se asuste. Los dones extraordinarios nos fascinan pero nos asustan. Tenemos a menudo la sensación de que se escapan de nuestra experiencia y de nuestras posibilidades. Santa Teresa es consciente de ello. Y proclamará con fuerza que todo cristiano está llamado a la unión con Dios. Que nadie «quede sin esperanza» (M V,3,3). La unión mística es alcanzable sin el atajo de las gracias místicas. «Poderoso es el Señor de enriquecer las almas por muchos caminos y llegarlas a estas moradas y no por el atajo que queda dicho» (M V,3,4).

Cristo es el gran don. El gran proyecto de Jesús es que sus amigos «sean uno» (Jn 17,11) como lo es El con el Padre y el Espíritu. Y para esto «no ha menester el Señor hacernos grandes regalos; basta lo que nos ha dado en darnos a su Hijo, que nos enseñase el camino» (M V,3,7). Nos hacemos «unos» con Dios amando, viviendo el «amor de Su Majestad y del prójimo… Guardándolas con perfección, hacemos su voluntad y estamos unidos con El» (M V,3,7).

El amor a los hermanos como medida. «La más cierta señal que, a mi parecer, hay de si guardamos estas cosas, es guardando bien la del amor al prójimo; porque si amamos a Dios no se puede saber, aunque hay indicios grandes para entender que le amamos; mas el amor del prójimo, sí… En pago del amor que tenemos al prójimo hará que crezca el que tenemos a Su Majestad por mil maneras. En esto yo no puedo dudar» (M V,3,8). El amor al prójimo capitaliza la perfección cristiana. «Si entendieseis lo que nos importa esta virtud (amor del prójimo), no traeríais otro estudio» (M V,3,10).

Dios en la fuente de todo amor. Al amor de Dios le corresponde ser la raíz de todo amor humano. «Si no es naciendo de raíz del amor de Dios, que no llegaremos a tener con perfección el del prójimo» (M V,3,9).

Las virtudes fingidas. También en este campo nos podemos engañar. Podemos creer que tenemos una virtud no teniéndola. Para esto el demonio «dará mil vueltas». Necesitamos la luz del discernimiento; el amor al prójimo es criterio para ello, sobre todo el que realizamos en las cosas menudas de cada día, «no haciendo caso de unas muy grandes, que así por junto vienen en la oración, de parecer que haremos y aconteceremos por los prójimos y por sola un alma que se salve; porque si no vienen después conformes las obras, no hay para qué creer que lo haremos» (M V,3,10).

No confundir amor con sentimiento. Santa Teresa conoce algunos casos e ironiza sobre ellos. «Yo gusto algunas veces de ver unas almas, que cuando están en oración, les parece querrían ser abatidas y públicamente afrentadas por Dios, y después una falta pequeña encubrirían si pudiesen, o que si no la han hecho y se la cargan, Dios nos libre» (M V,3,10).

La mirada a Cristo. La vida en el amor nos exige el mismo precio que costó a Cristo. «No penséis que no ha de costar algo y que os lo habéis de hallar hecho. Mirad lo que costó a nuestro Esposo el amor que nos tuvo, que por librarnos de la muerte, la murió tan penosa como muerte de cruz» (M V,3,12).

UNA PÁGINA PRECIOSA

«Cuando yo veo almas muy diligentes a entender la oración que tienen y muy encapotadas cuando están en ella, que parece no se osan bullir ni menear el pensamiento porque no se les vaya un poquito de gusto y devoción que han tenido, háceme ver cuán poco entienden del camino por donde se alcanza la unión, y piensan que allí está todo el negocio.

Que no, hermanas, no; obras quiere el Señor, y que si ves una enferma a quien puedes dar algún alivio, no se te dé nada de perder esa devoción y te compadezcas de ella, y si tiene algún dolor, te duela a ti; y si fuere menester, lo ayunes, porque ella lo coma, no tanto por ella, como porque sabes que tu Señor quiere aquello.

Esta es la verdadera unión con su voluntad, y que si vieres loar mucho a una persona te alegres más mucho que si te loasen a ti. Esto, a la verdad, fácil es, que si hay humildad, antes tendrá pena de verse loar. Mas esta alegría de que se entiendan las virtudes de las hermanas es gran cosa, y cuando viéremos alguna falta en alguna, sentirla como si fuera en nosotras y encubrirla» (M V,3,11).


Momento de Oración

Comienza con la señal de los cristianos: En el nombre del Padre…

Ponte en verdad: «Mucho me sorprende que tanta gente esté ocupada en querer ser lo que no es; ¿qué sentido tiene transformarse en una farsa? Tú no necesitas fingir que eres fuerte, no debes querer probar siempre que todo va bien, no puedes preocuparte con lo que los otros estarán pensando» (Mitsuo Aida).

Ábrete a la Palabra: «Y me queda por señalaros un camino excepcional… Ya puedo dar en limosnas todo lo que tengo, ya puedo dejarme quemar vivo que, si no tengo amor, de nada me sirve. El amor es paciente, es afable; el amor no tiene envida, no se jacta ni se engríe, no es grosero ni busca lo suyo, no se exaspera ni lleva cuentas del mal, no simpatiza con la injusticia, simpatiza con la verdad. Disculpa siempre, se fía siempre, espera siempre, aguanta siempre. El amor no falla nunca» (1Cor 13,1-8).

Canta:

EL AMOR… EL AMOR…

EL AMOR ES TODO LO QUE TENEMOS.

EL UNICO MEDIO DE AYUDARNOS,

EL UNICO MEDIO DE AYUDARNOS UNOS A OTROS.

Ora humilde y confiadamente:

«Dame, Señor, con perfección el amor del prójimo.

Que yo te deje hacer a ti porque tú das más de lo que deseo.

Envíame tu Espíritu de fortaleza para que me esfuerce

y procure vivir cada día este amor.

Que la voluntad de los otros sea la mía,

que su bien sea el mío.

Que ponga mi hombro para aliviar el peso de los otros,

como hiciste tú, Señor, con nuestro peso» (cf M V,3,12).

Un pequeño gesto de amor hace milagros: «Cuenta Rilke que, en París, pasaba siempre junto a una mujer a la que arrojaba una moneda en el sombrero. La mendiga permanecía totalmente impasible, como si careciese de alma. Un buen día, le regaló una rosa. Y en ese momento su rostro floreció. El vio por primera vez que ella tenía sentimientos. La mujer sonrió, luego se marchó y durante ocho días dejó de mendigar porque le habían dado algo más valioso que el dinero».

EL AMOR ES EL LENGUAJE QUE TODO EL MUNDO ENTIENDE

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