Dios mío, Trinidad a quien adoro
«La oración de Jesús a Dios, nuestro Padre, nos invita a tener deseos, anhelos profundos, apasionados, por la llegada del Reino, anhelo por un mundo donde todos los hombres tengan con qué alimentarse y donde nadie pase hambre… La oración nos pone en contacto con los anhelos más intensos y profundos del corazón humano» (Timothy Radcliffe).
«Por el amor, todas las cosas del mundo se transforman en sacramento, en presencia simbólica de la persona amada» (E. Drewermann).
«Aunque se retiren los montes y vacilen las colinas, no se retirará de ti mi misericordia, ni mi alianza de paz vacilará, dice el Señor que te quiere» (Is 54,8-10).
TESTIGOS ESTREMECIDOS
Mensajeros de un encuentro. Como los discípulos de Emaús que van a la comunidad para contar lo que les ha pasado por el camino, también Teresa de Jesús tiene grandes deseos de contar su experiencia, la que ha tenido al entrar en lo que ella llama las séptimas moradas, es decir, la experiencia de la plenitud de la vida cristiana, que Pablo resumió diciendo: «Para mí la vida es Cristo» (Gal 2,20). Las séptimas moradas son una auténtica síntesis de la santidad cristiana, santidad que siempre deriva de la comunión con Dios, fuente de toda santidad.
Asombro y estupor. Al hablar de cosas que, para la mayoría de la gente, son lejanas y a las que solo se puede llegar por el deseo, a Teresa le tiemblan la mano y la pluma. «¡Oh gran Dios!, parece que tiembla una criatura tan miserable como yo de tratar en cosa tan ajena de lo que merezco entender» (M VII,1,2). Y le brota el asombro: «Cada vez se espanta más el alma» (M VII,1,7). Mira la realidad con ojos nuevos.
Llegada al centro del castillo. Es un lugar luminoso; «nos importa mucho que no entendamos es el alma alguna cosa oscura» (M VII,1,3).
Contar una historia de salvación. Cuando la persona entra en contacto con los deseos más íntimos del corazón, salen a la luz ciertas capas hondas que todavía no se habían estrenado. Expresan una nueva dimensión que anida en el ser humano. Es la culminación de la gracia bautismal. De esto es testigo Teresa de Jesús. «Dios no tiene término, tampoco le tendrán sus obras. ¿Quién acabará de contar sus misericordias y grandezas? Es imposible» (M VII,1,1).
Que todo el mundo conozca la cercanía de Dios. Dios se revela para comunicarse. Nos introduce en su propia vida de comunión. «Nuestro Dios es un Dios cercano» (Clemente de Alejandría). «Mientras más supiéremos que se comunica con las criaturas, más alabaremos su grandeza y nos esforzaremos a no tener en poco almas con que tanto se deleita el Señor» (M VII,1,1). «Mi intento es que no estén ocultas sus misericordias, para que más sea alabado y glorificado su nombre» (M VII,1,1). «Que no quede por vosotras el celebrar vuestro Esposo este espiritual matrimonio con vuestras almas, pues trae tantos bienes consigo como veréis» (M VII,1,2). «Sea Dios alabado y entendido un poquito más, y gríteme todo el mundo» (MVII,1,2).
COMUNICACIÓN DE LA TRINIDAD
Promesa de Jesús. Desde el bautismo, todo creyente está sellado por la gracia de la Trinidad. Como culminación de esa gracia, Jesús hace al creyente la promesa suprema de la inhabitación.
Dios se presenta como casa de comunión, como casa de acogida. Llegamos al centro del castillo, centro del alma, centro de uno mismo. Y ahí Jesús nos presenta a su propia familia, nos introduce como nuevos miembros de la casa. «El que me ama guardará mi Palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él» (Jn 14,23). En el antiguo éxodo, la presencia de Dios en medio del pueblo se localizaba en la tienda del encuentro. En el nuevo, cada uno es morada de Dios. La santidad es un hecho trinitario, que nos transforma la vida.
El alma siente en sí la divina compañía. Teresa de Jesús refiere el acontecimiento, místico y asombroso: «Quiere ya nuestro Dios quitarla las escamas de los ojos y que vea y entienda algo de la merced que le hace… se le muestra la Santísima Trinidad, todas tres personas, con una inflamación que primero viene a su espíritu a manera de una nube de grandísima claridad, y estas Personas distintas, y por una noticia admirable que se da al alma, entiende con grandísima verdad ser todas tres Personas una sustancia y un poder y un saber y un solo Dios; de manera que lo que tenemos por fe, allí lo entiende el alma, podemos decir, por vista, aunque no es vista con los ojos del cuerpo, porque no es visión imaginaria. Aquí se le comunican todas tres Personas, y la hablan, y la dan a entender aquellas palabras que dice el Evangelio que dijo el Señor: que vendría El y el Padre y el Espíritu Santo a morar con el alma que le ama y guarda sus mandamientos» (M VII,1,6).
FRUTOS DE ESTA PRESENCIA
Experiencia de la presencia de Dios. «¡Cuán diferente cosa es oír estas palabras y creerlas, a entender por esta manera cuán verdaderas son!» (M VII,1,7). «En lo interior de su alma, en lo muy muy interior, en una cosa muy honda, que no sabe decir cómo es, porque no tiene letras, siente en sí esta divina compañía» (M VII,1,7). «Siempre que advierte se halla con esta compañía» (M VII,1,9). «Harta misericordia la hace en nunca se ir de con ella y querer que ella lo entienda tan entendido» (M VII,1,9).
No se puede dudar. «Permanece esta presencia tan si poderse dudar de las tres Personas, que parece claro se experimenta lo que dice san Juan, «que haría morada en el alma», esto no sólo por gracia, sino porque quiere dar a sentir esta divina presencia» (Relación 6,9).
La sobredosis de dinamismo en el hacer y en el servir. «Pareceros ha que, según esto, no andará en sí, sino tan embebida que no pueda entender en nada. Mucho más que antes, en todo lo que es servicio de dios, y en faltando las ocupaciones, se queda con aquella agradable compañía; y si no falta a Dios el alma, jamás El la faltará, a mi parecer, de darse a conocer tan conocidamente su presencia; y tiene gran confianza que no la dejará Dios, pues la ha hecho esta merced, para que la pierda» (M VII,1,8).
Encuentra mejoría en todo. «En todo se hallaba mejorada, y le parecía que por trabajos y negocios que tuviese, lo esencial de su alma jamás se movía de aquel aposento» (M VII,1,10). En todo busca y halla la presencia del Dios de la vida y del amor; descubre toda la realidad preñada de Dios. «El corazón absorbe a Dios, y Dios absorbe al corazón y los dos se hacen uno» (San Juan Crisóstomo).
Vidas gratuitas. El ser humano con su vocación de infinito, de algún modo satisfecha y desbordada, experimenta también su vocación de donación a los demás. No se pierde en Dios, perdiendo así la propia identidad humana; se sabe inmerso en el mar de la gracia, y de ahí saca vida gratuita para todos, especialmente para los más abandonados, como hacía Jesús. El contemplativo es un hombre familiarizado con Dios, que traduce la hondura de su amor a Dios en clave de amor a los hermanos. Se sabe amado y por eso ama de forma creativa; se hace presente a todos sin enajenarse, de forma creativa.
Momento de Oración
Un camino: «Cuando alguien desea de verdad ir a un lugar, las asperezas del camino no pueden impedírselo. Que no nos seduzca ninguna prosperidad por sugestiva que sea. Pues sería estúpido que, ante una campiña atractiva, en medio de su viaje, se olvidase de su meta» (San Gregorio Magno).
Una oración:
¡Oh Trinidad eterna!
Tú eres un mar sin fondo en el que,
cuanto más me hundo, más te encuentro;
y cuanto más te encuentro, más te busco todavía.
De ti jamás se puede decir: ¡basta!
El alma que se sacia en tus profundidades,
te desea sin cesar, porque siempre está deseosa de ver la luz en tu luz.
Como el ciervo suspira por el agua viva de la fuente,
así mi alma ansía salir para verte de verdad…
¿Podrás darme algo más que darte a ti mismo?
Tú eres el fuego que siempre arde, sin consumirse jamás.
Tú eres el fuego que consume en sí todo amor propio del alma;
tú eres la luz por encima de toda luz.
Tú eres el vestido que cubre toda desnudez,
el alimento que alegra con su dulzura a todos los que tienen hambre.
¡Pues tú eres dulce, sin nada de amargor!
¡Revísteme, Trinidad eterna, revísteme de ti misma
para que pase esta vida mortal en la verdadera obediencia
y en la luz de la fe santísima,
con la que tú has embriagado mi alma! (Santa Catalina de Siena).
Una confidencia: «Esta intimidad con El en lo interior ha sido el hermoso sol que ha iluminado mi vida convirtiéndola en un cielo anticipado. Y eso es lo que me sostiene hoy en medio de los sufrimientos. No tengo miedo a mi debilidad… porque el Dios fuerte está en mí» (Beata Isabel de la Trinidad).
Una jaculatoria para el día a día: Dios mío, Trinidad a quien adoro. La Iglesia nos sumerge en tu misterio. Te confesamos y te bendecimos, ¡Señor, Dios nuestro!
SOMOS LLAMADOS A SER UNA TRINIDAD VIVIENTE