Mi Amado las montañas,
los valles solitarios nemorosos,
las ínsulas extrañas,
los ríos sonorosas,
el silbo de loas aires amorosos,
la noche sosegada
en par de los levantes de la aurora,
la música callada,
la soledad sonora,
la cena que recrea y enamora (San Juan de la Cruz).
«Tú tuviste la osadía de llamarte a ti mismo «la Vida» y el «surtidor de agua que salta hasta la vida que es eterna». Y, desde entonces, no queda más remedio que tomarte en serio y pasar a vivir contigo porque, tú lo dijiste, es la única manera de sentirse llamado a la eternidad» (Eduardo T. Gil de Muro).
«Si el amor que me tenéis,
Dios mío, es como el que yo os tengo…
-Alma, ¿qué quieres de mí?
-Dios mío, no más que verte.
-Y ¿qué temes más de ti?
-Lo que más temo es perderte!»(Santa Teresa).
ALCANZADOS POR CRISTO
El rostro de la santidad. «Todos los cristianos, de cualquier clase o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor» (LG 40). Pero si tuviéramos que describir la santidad, ¿cómo lo haríamos? No consiste en una especie de vida extraordinaria, practicable solo por algunos genios de la santidad. «Los caminos de la santidad son múltiples y adecuados a la vocación de cada uno» (NMI 31). Teresa de Jesús describe en la séptimas moradas en qué consiste la santidad. En este capítulo nos dice que ser santos es vivir la vida de Cristo. La vida cristiana no es solo relación, imitación o seguimiento, sino compenetración de dos vidas.
Una presencia en el corazón. Para Teresa de Jesús la humanidad de Jesús no es solo un modelo para las primeras etapas del camino, sino recurso insuplantable para todo el recorrido de la vida cristiana. Jesús mismo dijo que él era «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6). Jesús, gracias a una asimilación progresiva, se convierte en presencia viva en el corazón del cristiano. Cuando en el Cantar de los Cantares se quiere definir el amor se dice que es «como un sello sobre tu corazón» (Cant 8,6). Jesús es la séptima morada, lo más íntimo, la presencia en el corazón. «Siempre queda el alma con su Dios en aquel centro» (M VII,2,4).
EL MATRIMONIO ESPIRITUAL
Cuando la vida es Cristo. Si para cualquier bautizado ser cristiano es, en el fondo, vivir en relación personal con Cristo, ahora Teresa percibe eso mismo en plenitud, desde la experiencia. Percibe que su vida es Cristo. Tiene delante el testimonio de Pablo: «El que se arrima y allega a Dios, se hace un espíritu con El» (1Cor 6,17) y «para mí vivir es Cristo» (Flp 1,21). «¡Oh vida de mi vida, y sustento que me sustentas!» (M VII,2,6).
«¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!» (Mt 25,6). Cristo viene «con forma de gran resplandor y hermosura y majestad, como después de resucitado» (M VII,2,1). Y se hace notar, «no quiere que el alma esté ignorante de que recibe tan soberano don» (M VII,2,1). En un instante comunica secretos, por lo de intimidad enamorada, muy grandes (cf M VII,2,3).
Diálogo entre iguales. Dios se muestra como esposo, como amigo que ha entregado su vida por los hombres. Por eso la oración contemplativa es una especie de diálogo entre iguales. Cristo asume nuestra carne para hablarnos así, de carne a carne, de humanidad a humanidad, de amigo a amigo. «Queda el alma hecha una cosa con Dios» ((M VII,2,3). «De tal manera ha querido juntarse con la criatura, que así como los que ya no se pueden apartar, no se quiere apartar El de ella» (M VII,2,3). Teresa utiliza, para explicar esto, ejemplos sacados de la naturaleza. Dice que es como dos corrientes de agua que se funden o dos haces de luz que entran por distintas ventanas en una misma habitación y que ya no pueden volverse a separar (cf M VII,2,6).
Lo mío es tuyo, lo tuyo es mío. Cristo y el ser humano se miran, se contemplan, «ya no se pueden apartar» (M VII,2,2). La vida es ya amistad, intercambio de amor, de voluntades. Teresa está ocupada en las cosas de Dios; Cristo se ocupa de las cosas de Teresa. «Ya era tiempo de que sus cosas tomase ella por suyas, y El tendría cuidado de las suyas» (M VII,2,1). Aprendemos a vivir en gratuidad de amor, para que el mismo amor de Dios venga a vivir ya con nosotros, en nosotros.
Dios como Madre. Teresa de Jesús ha destacado otro símbolo de amor. Dios se desvela como madre que nos da de su propia vida; de sus pechos abundantes recibimos leche, el gran amor de la existencia. Teresa ha resaltado el carácter femenino, materno, de ese Dios a quien presenta como fuente radical de vida. «Porque de aquellos pechos divinos adonde parece está Dios siempre sustentando el alma salen unos rayos de leche que toda la gente del castillo conforta» (M VII,2,6).
LOS FRUTOS DE UN ENCUENTRO
El don de la presencia. Teresa se acoge a la palabra de Jesús, que no puede fallar (cf M VII,2,8). «¡Oh, válgame Dios, qué palabras tan verdaderas!, y ¡cómo las entiende el alma, que esta oración lo ve por sí!» (M VII,2,8). ¿Cuáles son estas palabras? Una, la palabra de la paz: «les dice que vayan en paz» (M VII,2,7); otra, que ruega por ellos, como en la oración sacerdotal de la última cena, para que «sean una cosa con el Padre y con él, como Jesucristo nuestro Señor está en el Padre y el Padre en El (cf Jn 17,21)» (M VII,2,7); y la tercera, una de las palabras más incisivas del evangelio de Juan: «Yo estoy en ellos» (Jn 17,23)» (M VII,2,7).
Experiencia de gozo. La presencia enamorada de Dios deja en el alma «un grandísimo deleite» (M VII,2,3). Este gozo se extiende a la persona entera y de la persona pasa a la humanidad y a la naturaleza en una especie de contagio cósmico; la misma tierra parece sentir el gozo del don divino y se une al canto: «Rezuman los pastos del páramo, y las colinas se orlan de alegría; las praderas se cubren de rebaños, y los valles se visten de mieses que aclamany cantan» (Sal 64,13-14).
El don de la paz. El Señor viene con la paz y la paz se instala en lo más hondo del ser humano (cf M VII,2-3). Y a pesar de los trabajos y penas «el alma se está en paz» (M VII,2,10), «no se le pierde la paz» (M VII,2,6), «nada le quita la paz» (M VII,2,9). Teresa explica cómo es esto: «riéndome estoy de estas comparaciones» (M VII,2,11). Pero «así como el árbol que está cabe las corrientes de las aguas está más fresco y da más fruto, ¿qué hay que maravillar de deseos que tenga esta alma, pues el verdadero espíritu de ella está hecho uno con el agua celestial que dijimos?» (M VII,2,9).
Una cotidianeidad transfigurada. Todo está llamado a ser en Cristo. En la etapa final el orante «todo lo ve en Cristo». La oración cristiana, lejos de ser una fuga platónica de la realidad, nos educa para ver en ella a Cristo. Reflujo sobre la vida de cada día. Realista como ella es, Teresa no suelta de la mano el timón de lo terrestre. Su inmersión en el misterio de Cristo y en el propio centro interior no le alejan la mirada de la vida peatonal por la calle de lo cotidiano.
Momento de Oración
Ábrete a una presencia. El Señor está contigo. «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20)
El Señor no abandona a los suyos. El Señor ora por nosotros.
«No ruego sólo por estos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17, 20-21).
El Señor está unido a nosotros. «Permaneced en mí, como yo en vosotros… El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada» (Jn 15, 4. 5)
Salmo 45, 2-3. 14-15:
«Me brota del corazón un poema bello,
recito mis versos a un rey:
mi lengua es ágil pluma de escribano.
Eres el más bello de los hombres,
en tus labios se derrama la gracia,
el señor te bendice eternamente.
Ya entra la princesa, bellísima,
vestida de perlas y brocado;
la llevan ante el rey, con séquito de vírgenes;
la siguen sus compañeras»
Tres imágenes:
«Es como si cayendo agua del cielo en un río o fuente, adonde queda hecho todo agua, que no podrán ya dividir ni apartar cuál es el agua, del río, o lo que cayó del cielo; o como si un arroyito pequeño entra en la mar, no habrá remedio de apartarse; o como si en una pieza estuviesen dos ventanas por donde entrase gran luz; aunque entra dividida se hace todo una luz (M VII, 2,4).
Canto: JESÚS AMIGO, COMPAÑERO EN LA ALEGRÍA Y EL DOLOR TÚ NOS LLAMAS, TÚ NOS SALVAS, ERES VIDA, ESPERANZA Y PERDÓN
SEÑOR, TÚ ERES NUESTRA PAZ