«Todo aquel que pretenda algo en la vida no descarta las dificultades, la vida es siempre combate» (Oriana Fallaci).
«Bendito el Señor, mi roca, que adiestra mis manos para el combate, mis dedos para la pelea» (Sal 143,1). «Toda la pretensión de quien comienza oración ha de ser trabajar y determinarse y disponerse, con cuantas diligencias pueda a hacer su voluntad conformar con la de Dios… No penséis que hay aquí más algarabías ni cosas no sabidas…, que en esto consiste todo nuestro bien» (M 2,8).
«Los desequilibrios que fatigan al mundo moderno están conectados con ese otro desequilibrio fundamental que hunde sus raíces en el corazón humano… A fuer de criatura, el hombre experimenta múltiples limitaciones; se siente, sin embargo, ilimitado en sus deseos y llamado a una vida superior. Atraído por muchas solicitaciones, tiene que elegir y que renunciar… Siente en sí mismo la división, que tantas y tan graves discordias provoca en la sociedad» (Gaudium et Spes, 10).
«Se necesita mucha fe y mucho coraje para ser buenos; porque el mundo (y hasta a veces la propia Iglesia) no premian la bondad y descalifican la ternura» (José Luis Cortés).
EN QUÉ CONSISTE LA LUCHA
El Evangelio como opción de vida. ¿Qué dificultades encuentra uno cuando quiere vivir el Evangelio de Jesús? ¿Por qué no escuchamos el murmullo de la palabra del amor de Dios en nuestro corazón? ¿Qué tiene que suceder para que la luz de Dios, que «ilumina a todo ser humano» (Jn 1,9) se haga presente en nuestro interior? ¿Cómo hacer que la vida sea vida para todos, que este mundo sea el Reino de Dios que Jesús anunciaba machaconamente?
Voces contrarias dentro de nosotros. Hemos dado algunos pasos muy importantes, sobre todo, hemos tomado la decisión de recorrer el camino de la oración, que es el camino del encuentro de Dios con nosotros y de nosotros con El. Experiencias grandes o pequeñas nos han orientado hacia el Señor; queremos abrirle la puerta. Pero escuchamos dentro voces contrarias, percibimos mundos enfrentados: Afán de exhibirnos y deseo de verdad, búsqueda de la seguridad en las cosas y llamada a la libertad, oídos muy abiertos para los intereses personales y casi ceguera para los de los demás, dominio sobre los otros y actitud de servicio.
Dramática tensión. Queremos orar, tomarnos tiempo para cultivar la relación con el Señor y gozar de ella. Queremos estar con El no por deber, ni por interés, sino por el placer de estar con El, por lo que El es para nosotros, por lo que nosotros podemos llegar a ser estando con El. Pero nuestras capacidades no están preparadas para el encuentro. «Entienden las exigencias de Dios y experimentan su impotencia para responder» (M 2,2). «Estamos con mil embarazos e imperfecciones, y las virtudes aún no saben andar» (M 2,7).
La incomodidad de estar en la propia casa. «¿Puede ser mayor mal que no nos hallemos en nuestra misma casa?» (M 2,9). ¿En qué consiste esto? En que a veces nos aburrimos soberanamente en la oración y nos dan ganas de marchar. «Y hartas veces no sé qué penitencia grave se me pusiera delante que no la acometiera de mejor gana que recogerme a tener oración… Era tal la tristeza que me daba entrando en el oratorio, que era menester ayudarme de todo mi ánimo para forzarme, y en fin, me ayudaba el Señor» (Vida 8,7). Y otras veces nos cuesta una escucha sin palabras. Dios siempre habla, pero en los comienzos se le oye poco. Y además, cuesta escuchar el silencio. Hay momentos en los que no sabemos qué hacer. El vernos divididos, con un estilo de vida que no responde a lo que nos pide el Señor, sin libertad ni señorío, también eso es trabajo y no pequeño.
Los llamamientos del Señor. Aún en estas circunstancias el Señor no deja de llamarnos. «Es muy buen vecino… y tiene en tanto que le queramos y procuremos su compañía, que una vez y otra no nos deja de llamar para que nos acerquemos a El; y es esta voz tan dulce que se deshace la pobre alma en no hacer luego lo que le manda» (M 2,2). «Valora los ratos que estamos con El, sea cuan flojamente quisiereis» (M 2,3).
La perseverancia. Conviene tener paciencia necesaria para esperar, y no abandonar el camino de la oración. La verdad y limpieza de la propia vida no es un presupuesto o un punto de partida, es una conquista cotidiana, morada tras morada, y meta definitiva en lo hondo del alma. «No tengáis en poco (estas llamadas) ni os desconsoléis aunque no respondáis luego al Señor, que bien sabe Su Majestad aguardar muchos días y años, en especial cuando ve perseverancia y buenos deseos» (M 2,3).
EL GRITO DE GUERRA
¿Quién dijo miedo? Ante las dificultades que nos tientan a volver sobre nuestros pasos y a plantear la vida al margen de la sed de nuestro corazón, es bueno recordar que no somos los primeros ni seremos los últimos en tener trabajos. Ha habido hermanos que han vencido el miedo cantando, con sus canciones han anticipado la victoria. «Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros? (Rom 8,31). «Todo Israel lanzó a pleno pulmón el grito de guerra, y la tierra retembló. Al oír los filisteos el estruendo se preguntaban qué significaba y quedaron muertos de miedo» (1Sam 4,5-7).
Como los soldados de Gedeón. Nosotros, tan «tentados de comodidad, de soluciones rápidas y fáciles, de reducir la radicalidad del Evangelio a los cánones de un humanismo bonachón» (Tomás Alvarez), tenemos que recordar que la vida, como el acero, se templa en el fuego. «Siempre esté con aviso de no dejarse vencer; porque si el demonio le ve con una gran determinación de que antes perderá la vida y el descanso y todo lo que le ofrece que tornar a la pieza primera, muy más presto le dejará. Sea varón y no de los que se echaban a beber de bruces, cuando iban a la batalla, no me acuerdo con quién, sino que se determine que va a pelear con todos los demonios y que no hay mejores armas que las de la cruz» (M 2,6).
Mirarle a El. Siempre será bueno recordar a Jesús. La humanidad de Jesús, lo que él pasó, es la compañía del orante. Hay tantos pasajes del Evangelio en que, Jesús, venciendo las dificultades y tentaciones, incluso de sus amigos, endurece el rostro como pedernal, y se lanza hacia delante, a dar testimonio del amor (cf Lc 9,51). San Pablo, para resistir a las estratagemas del diablo, propone a los cristianos de Efeso estas armas: «el cinturón de la verdad, la coraza de la honradez, el escudo de la fe, el calzado de la paz, la espada de la palabra de Dios»(cf Ef 6,10-17). «El miedo llama a la puerta. La fe salió a abrir. No había nadie» (M. Luther King).
Caminar con suavidad. A pesar de que hemos hablado de lucha, de perseverancia, de no abandonar el camino cueste lo que cueste, santa Teresa, cuando arrecian las dificultades, «no ir a fuerza de brazos, sino con suavidad» (M 2,10). Siempre con la ayuda del Señor y de los hermanos.
Momento de Oración
Abre tu vida al Señor.
El sol ya ha salido. El que yo abra mi ventana, no hace que salga el sol; únicamente hace que el sol entre en mi casa, la caliente y la ilumine. Esa es la primera función de la oración: Dios ya ha salido sobre mi vida y yo le dejo entrar.
Abre mis labios, Señor, para poderte alabar. Abre mi corazón, para poderte adorar.
Recuerda:
- Si quieres orar y no puedes, si buscas a Dios y te encuentras con la sequedad entre las manos, sigue orando. Dios valora los ratos que estás con El, por pequeños que éstos sean.
- No te entristezcas si descubres que más que buscar a Dios, es a ti a quien te buscas. No creas que está todo perdido si todavía influye mucho en ti una vida de dispersión y de exterioridad. Es tiempo de sembrar, ya vendrán los frutos y los placeres.
- Si ante las dificultades del camino sientes la tentación de volver atrás, encuentra una razón para perseverar: Dios. El te espera y tiene en mucho los esfuerzos iniciales.
- Abandónate a las iniciativas de Dios. El te ama limpia y desinteresadamente. Todo lo hace bien.
- Abrázate a la cruz del Señor sin condiciones. Tenle siempre por amigo y compañero de camino, por Señor.
- Busca ayuda y apoyo en otros hermanos. Solos no podemos hacer el camino. Ábrete «a quienes tratan de lo mismo» (M 2,6).
Ora:
«Dios de la consolación, Tú cargas aquello que nos pesa, hasta el punto que avanzamos en todo momento de la inquietud a la confianza, de la sombra a la oscuridad» (Roger de Taizé).
DIOS ES AMIGO DE ANIMAS ANIMOSAS