4. La prueba del amor

«La tentación más sutil y peligrosa en las personas espirituales es la que se da bajo apariencia de bien: de ese modo el demonio engaña y oscurece el discernimiento» (San Ignacio de Loyola).

«Yo dije al hombre que guardaba la puerta de la vida: ‘Dame una luz para encontrar mi camino en lo desconocido’. El me respondió: ‘Entra en las tinieblas y pon tu mano en la mano de Dios. Eso será para ti más útil que una luz, más seguro que un camino familiar’. Entonces me puse en camino y al encontrar la mano de Dios, marché alegre al corazón de la noche» (Minnie Louise Haskins).

«Espera en Dios, y de una u otra manera, El actuará. En su amor al hombre, a través de la esperanza, abrirá una vía que tú ignoras, para salvar tu alma cautiva» (San Juan Damasceno).

«Para dar significado a la vida hay que fijarse un objetivo mayor que uno mismo» (W. Durant).

«Qué alegría cuando me dijeron: ‘Vamos a la casa del Señor’. Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén» (Sal 121,1-2).

«Al hombre le parece siempre recto su camino pero es Dios quien pesa los corazones» (Proverbios 21,2).

EN CAMINO

Ven sin nada. Hemos tomado la decisión de iniciar un trato de amistad con el Señor, sabemos que mucho más importante que la oración es el orante y por eso nos hemos tomado en cuenta, hemos descubierto que dentro de nosotros hay voces contrarias y hemos luchado por no echarnos atrás ante las dificultades. No es poco, pero «¿está ya todo hecho?» (M 3,1,8). Queda lo más importante: Dejarnos hacer. «Todo eso que para mí era ganancia lo consideré pérdida comparado con Cristo; más aún, todo lo estimo pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo» (Flp 3,7).

Las pretensiones de los buenos. Nos hemos propuesto llevar un estilo de vida coherente con lo que pensamos y creemos, no perdemos el tiempo en cosas sin importancia, estamos dispuestos a ayudar a los demás… No es poco, pero «¿está ya todo hecho?» (M 3,1,8). No está todo hecho ni mucho menos. La oración entraña un dinamismo que le lleva a progresar hasta identificarse con la libertad y el amor de Dios. Y siempre está el peligro de que se estanque en las primeras etapas. El deseo de tener más y más experiencias sensibles, de buscar aparecer como buenos ante los demás, de decaer en el ánimo cuando desaparece el fervor, de compararnos con los demás, nos está indicando pistas por donde caminar. «La objeción más popular que se hace hacia la Iglesia es que es una institución de poder» (Rovira Belloso). Somos «siervos sin provecho» (M 3,1,8), que «sólo pueden presumir de la misericordia del Señor» (M 3,1,3).

El joven rico (Mt 19,16-22). Santa Teresa nos propone tener delante a este joven del que habla el Evangelio. Tenía una vida modélica entre las manos, esperaba el premio, y cuando el Señor le pidió que dejara todo eso y lo siguiera, le volvió la espalda y se fue triste. Lo había hecho todo menos lo que le proponía Jesús. «Sólo quien no pide nada a cambio puede llegar a descubrir el tesoro de una paz sin fondo, si persevera, si se determina a ir por un camino en el que hay que aceptar perderse uno a sí mismo» (Teresa Berrueta).

Pablo, camino de Damasco. El que había emprendido por propia iniciativa un viaje para detener en las sinagogas a cuantos seguidores del Camino se le pusieran por delante, es el que entra en Damasco consciente de su ceguera, guiado por las manos de otros y conducido hasta Ananías para reencontrar junto a él la capacidad de verlo todo de una manera nueva (cf Hch 9,1-25). Lo de atrás quedaba olvidado y daba un paso hacia delante (cf Flp 3,12-13). Comenzaba así el camino de la Ley a la Gracia, de lo que yo realizo con mi esfuerzo a lo que Dios hace en mí, de mis obras a situarme en manos del amor de Dios y dejarme querer por El.

EL CAMINO DE LA CONFIANZA

Abiertos al Señor. Cuando tomamos conciencia de lo frágil que es nuestro estilo de vida y que «tenemos los enemigos a la puerta» (M 3,1,2), lo mejor es revivir la experiencia de luz, el respeto y la conciencia amorosa del papel que juega Dios en la vida, y que expresa el salmista: «¡Dichoso quien teme al Señor!» (Sal 111,1). Solo la confianza ilimitada en el Señor podrá salvarnos de la inestabilidad e inseguridad permanente.

Llevar aceite en la alcuza. Este tiempo del orante es como el otoño, tiempo de despojo, pero a la vez de belleza porque el suelo se viste de miles de hojas llenas del color del fuego. Todo lo vivido hasta ahora, las alegrías, los dolores y las dudas son el humus de humanidad de donde puedan brotar semillas nuevas. En la noche oímos la llamada a poner un poco de aceite en nuestra lámpara, un poco de alegría interior para atravesar el invierno. Esperamos en silencio la oportunidad de florecer.

Determinada determinación. Nuestro espíritu pragmático y concreto quiere saber enseguida cómo conseguir las cosas, de qué se trata tal asunto para resolverlo cuanto antes. Queremos aprender a orar por métodos fáciles, asequibles, seguros. La determinada determinación no va por ahí. No es el empeño de mi voluntad de manera fuerte y enérgica. Consiste en aprender a recibir, a confiar. Recibirnos de Dios es vivir de balde, dejar que él obre gratuitamente en nosotros y tome la iniciativa más allá de nuestros proyectos de generosidad. «Siempre oímos cuán buena es la oración, y no se nos declara más de lo que podemos nosotros; y de cosas que obra el Señor declárase poco» (M 1,2,7).

Una súplica humilde en la aridez. ¿Cómo liberarnos de egoísmos y espejismos narcisistas en el camino de la oración? ¿Cómo no estancarnos en lo ya conseguido y «sacar de las sequedades humildad y no inquietud» (M 3,1,9)? ¿Cómo aprender a recuperarnos de la humillación del fracaso, de las incoherencias que se esconden detrás de nuestro bordado «curriculum vitae»? Lo mejor es que brote en nosotros una súplica confiada: «Pruébanos, tú, Señor, que sabes las verdades, para que nos conozcamos» (M 3,1,9).

La ayuda de otros exploradores de la tierra. Así aconsejaba santa Teresa: «Entrad, entrad, en lo interior; pasad adelante de vuestras obrillas» (M 3,1,6). Y para esto, qué bien vienen las ayudas. Como la de aquella viuda pobre que echó en el cepillo del templo todo lo que tenía para vivir (cf Mc 12,41-44), o la mujer que hizo pedazos su frasco de perfume y lo derramó en los pies de Jesús sin reservarse una gota (cf Mc 14,3-11). Ellas, y tantos otros, nos reafirman en la decisión de entregar vida, sin medir ni calcular.

Tejiendo redes. En tiempos agitados de búsqueda de seguridad, cuando hoy aquí y mañana allá se oyen los tambores de la guerra, el orante, desde su apertura al Amor, proclama con su vida que «otro mundo es posible», y que no hay espiritualidad que no lleve a una solidaridad. En su apertura al amor, descubre un modo nuevo solidario de pensar lo humano, en el que el otro es parte mía. La prueba del amor nos desvela lo que somos. No vale un estilo de vivir que nos hace perfectos, pero nos aísla y nos deja sin capacidad de encuentro y sin espacio para la misericordia hacia los otros. «La belleza, sea en el arte, sea en el ser humano, tiene que estar al servicio del hombre y del mundo» (Kandinsky).


Momento de Oración

Abre tu vida al Señor

Ora en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Si de algo quieres presumir, presume de la misericordia del Señor para contigo.

Ilumina tu corazón con la luz de los cuentos:

«Un fiel se aproximó al rabino Moche de Kobryn: ‘¿Cómo debo usar mis días para que Dios quede contento con mis actos?’ ‘Sólo existe una alternativa: procura vivir con amor’, respondió el rabino. Minutos después, se aproximó otro discípulo e hizo la misma pregunta. ‘Sólo existe una alternativa: procura vivir con alegría’, le dijo a éste. El primer discípulo se sorprendió: ‘¡Pero el consejo que usted me dio era diferente!’ ‘Al contrario, dijo el rabino. Fue exactamente igual».

Somete tu vida a la prueba del amor:

«Ya podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles; si no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o unos platillos que aturden. Ya podría tener el don de profecía y conocer todos los secretos y todo el saber, podría tener fe como para mover montañas; si no tengo amor, no soy nada. Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo amor, de nada me sirve» (1Cor 13,1-3).

Recuerda la actitud de María:

En vez de decir: «Voy a hacer todo eso que el Señor me pide», dijo: «Hágase en mí según tu palabra». Y nació una criatura nueva. Porque toda persona que escucha puede encontrar a Dios.

Ora:

«Señor de la noche y del vacío, quisiéramos saber hundirnos en tu regazo impalpable confiadamente, con seguridad de niños» (Luis Espinal).

Canta:

RESTÁURANOS, SEÑOR JESÚS, RESTÁURANOS EN EL AMOR. QUE TU PERDON Y TU BONDAD NOS DEN LA LUZ, NOS DEN LA PAZ.

CONSTRÚYENOS, SEÑOR, CON TU MIRADA

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