«Nadie puede acercarse a ti que eres Inaccesible. Nadie puede comprenderte si Tú mismo no te das a él. Y, ¿cómo te me vas a dar Tú, si no me das primero a mí mismo? Y mientras yo estoy aquí en el sosiego de mi silencio y de mi contemplación, Tú me respondes, Señor, en lo más profundo de mi ser» (Nicolás de Cusa).
«La entrada en la contemplación es análoga a la de la Liturgia eucarística: «recoger» el corazón, recoger todo nuestro ser bajo la moción del Espíritu Santo, habitar la morada del Señor que somos nosotros mismos, despertar la fe para entrar en la presencia de Aquel que nos espera, hacer que caigan nuestras máscaras y volver nuestro corazón hacia el Señor que nos ama para ponernos en sus manos como una ofrenda que hay que purificar y transformar (Catecismo, 2711).
«Algún día vendrá un viento fuerte que me lleve a mi sitio» (León Felipe).
«Si pudiera persuadirme a mí mismo de que podría encontrar a Dios en una cueva del Himalaya, me pondría en camino hacia allí inmediatamente. Pero sé que no puedo encontrarle fuera de la humanidad» (Mahatma Gandhi).
LA GRATUIDAD AMOROSA DE DIOS
El protagonismo de Dios. El ingreso en la experiencia mística no está marcado por un cambio de conducta ética por nuestra parte. Es obra de un nuevo tipo de gratuidad amorosa por parte de Dios. «Comienza de Dios y acaba en nosotros» (M 4,2,4). La humildad es necesaria para distinguir las cosas y poder alabar al Señor; nos ayuda a entender lo que llevamos de gracia. El humilde sabe colocarse en su lugar y dejar a Dios ser Dios. «Por la humildad se deja vencer el Señor a cuanto de él queremos, y lo primero en que veréis si la tenéis, es en no pensar que merecéis estar mercedes y gustos del Señor ni los habéis de tener en vuestra vida» (M 4,2,9).
«Calor y luz dan junto a su Querido» (San Juan de la Cruz). En lo más hondo de nosotros Dios deja sentir su presencia, y lo hace como luz y calor, como un nuevo entender y una nueva capacidad de amor. En la manifestación de Dios, «gustos de Dios» los llama santa Teresa, descubrimos zonas inexploradas de nuestra interioridad. «Veo secretos en nosotros mismos que me traen espantada muchas veces. Y ¡cuántos más debe haber! ¡Oh Señor mío y Dios mío, qué grandes son vuestras grandezas!, y andamos acá como unos pastorcillos bobos, que nos parece alcanzamos algo de Vos y debe ser tanto como nonada, pues en nosotros mismos están grandes secretos que no entendemos» (M 4,2,5).
El fuego y la fragancia. En el mismo centro de nuestro ser está la voz más profunda de todas, que es la del Espíritu. Su presencia nos embellece y enciende en nosotros el fuego del amor. «Parece que se va dilatando y ensanchando todo nuestro interior y produciendo unos bienes que no se pueden decir, ni aun el alma sabe entender qué es lo que se le da allí. Entiende una fragancia como si en aquel hondón interior estuviese un brasero adonde se echasen olorosos perfumes» (M 4,2,6).
EL AGUA VIVA
Búsqueda de símbolos. Para entender lo que nos pasa abrimos nuestros ojos a las cosas que nos rodean y en ellas encontramos lecciones para nuestro viaje. «En cada cosita que Dios crió hay más de lo que se entiende, aunque sea una hormiguita» (M 4,2,2).
Una promesa de Jesús. En el templo, en el día en que se celebraba la fiesta del agua, una fiesta que discurría entre cantos de alegría y acción de gracias, Jesús proclama: «De sus entrañas manarán torrentes de agua viva» (Jn 7,38).
Lo que vio el profeta. «El ángel del Señor me mostró a mí, Juan, el río de agua viva, luciente como el cristal, que salí del trono de Dios y del Cordero. A mitad de la calle de la ciudad, a ambos lados del río, crecía un árbol de la vida; da doce cosechas, una cada mes del año, y las hojas del árbol sirven de medicina a las naciones» (Ap 22, 1-2).
La fuente que brota de dentro. Santa Teresa habla de dos fuentes. Una simboliza el esfuerzo de la persona por alimentar la vida de oración. Esta agua está situada fuera, la extrae de manantiales precarios y lejanos y la conduce por un artificio de arcaduces que no la libran de derrames ni de polvo, ni de fango. La otra fuente tiene un origen muy distinto. «Estotra fuente, viene el agua de su mismo nacimiento, que es Dios, y así como Su Majestad quiere, cuando es servido hacer alguna merced sobrenatural, produce con grandísima paz y quietud y suavidad de lo muy interior de nosotros mismos, yo no sé hacia dónde ni cómo» (M 4,2,4).
EFECTOS QUE DEJA EL PASO DE DIOS
Viajeros de lo desconocido. Comenzamos un viaje interior, que es gozoso; pero también doloroso, porque como Abraham, no sabemos adónde vamos; entramos en zonas de la psique que están ordinariamente dormidas e inconscientes; oímos voces más profundas; nuestro ojo interior que antes estaba dormido empieza a despertarse. Tienen lugar cambios profundos: comenzamos a ver las cosas de una manera nueva; lo que antes pasaba inadvertido recobra su significado.
Crecimiento. En todo este proceso vamos creciendo; nuestra conciencia se expande y se ahonda; somos más nosotros mismos; encontramos una unidad interior, la del ser humano nuevo, creado a imagen y semejanza de Dios; caemos en la cuenta de que somos hijos e hijas de Dios, hermanos y hermanas de todos. El Espíritu Santo conduce nuestra vida.
La autoaceptación. Es la clave para la integración de la personalidad cristiana. Sólo es posible en virtud de la creciente convicción experiencial de que somos amados por Otro, de que Dios interviene en nuestra vida.
Un cierto alejamiento de todos y de todo. Vivimos una experiencia de inadaptación al ambiente. Encontramos algunos amigos que nos entiendan, pero el aislamiento está ahí, como consecuencia dolorosa de una decisión a seguir a Jesucristo, comprar el campo en el que está escondido el tesoro, encontrar la fuente que mana y corre. Sin embargo, aun cuando tenga lugar la separación, se está activando la unión con los demás a otro nivel. «Pues ya si en el ejido / de hoy más no fuere vista ni hallada, / diréis que me he perdido; / que andando enamorada, / me hice perdidiza y fui ganada» (San Juan de la Cruz).
Una señal de amor gratuito. Es el camino por donde hay que ir. «La voluntad bien me parece que debe estar unida en alguna manera con la de Dios; mas en los efectos y obras de después se conocen estas verdades de oración, que no hay mejor crisol para probarse» (M 4,2,8).
Solidaridad profunda con todos. El amor de Dios, la fuente del agua viva, el brasero de olorosos perfumes, presentes en el hondón de la persona hacen que todos los muros se rompan, vivificados con esa agua, crece el amor hacia todos, nadie queda excluido de mi compasión y amor, no existe rencor en mi corazón, entro en comunión profunda con toda la humanidad, descubro a Cristo en las personas marginadas, en las débiles, las que sufren en el mundo (cf. Mt 25, 35-40).
Abandono confiado. «Suyas somos, hermanas; haga lo que quisiere de nosotras; llévenos por donde fuere servido. Bien creo que quien de verdad se humillare y desasiere, que no dejará el Señor de hacernos esta merced otras muchas que nos sabremos desear. Sea por siempre alabado y bendito. Amén» (M 4,2,10)
Momento de Oración
Invoca al Espíritu Santo:
Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre; don en tus dones espléndido; luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo.
Si quieres entrar en esta nueva etapa de oración:
- Lo primero es amar a Dios sin interés.
- Es poca humildad pensar que por nuestros servicios se ha de alcanzar cosa tan grande.
- Deseo de imitar al Señor y no buscar sus gustos.
- Vivir el mandamiento del amor. (Cf.M 4,2,9).
«Porque trabajaremos en balde, que como no se da de traer esta agua por arcaduces como la pasada, si el manantial no la quiere producir, poco aprovecha que nos cansemos. Quiero decir que aunque más meditación tengamos y aunque más nos estrujemos y tengamos lágrimas, no viene esta agua por aquí. Sólo se da a quien Dios quiere y cuando más descuidada está muchas veces el alma» (M 4,2,9).
Texto evangélico:
«Si alguno tiene sed, que venga a mí, y beberá el que cree en mí, como dice la Escritura: de su seno correrán ríos de agua viva. Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él» (Jn 7, 37-38).
Ora con Santa Teresa de Jesús:
«Oh vida que la dais a todos. No me neguéis a mí esta agua dulcísima que prometéis a los que la quieren. Yo la quiero, Señor, y la pido y vengo a Vos».
JESÚS ES FUENTE DE VIDA NUEVA