«Siempre me gustó el desierto. Te sientas sobre una duna. No ves nada. No oyes nada. Y sin embargo, algo está irradiando, en silencio, a tu alrededor. Lo que embellece el desierto, dijo el pequeño príncipe, es que, en algún lugar, el desierto esconde un pozo» (A. de Saint-Exupery).
«Quizás es un privilegio el no disponer de nada más que de un corazón hambriento, sediento, desértico, un corazón que busca y pregunta, que llora y espera, un corazón que ama sin saber por qué, pero que vive y respira en «ansias de amores inflamado», un corazón que no sabe pero ha saboreado algo, «un no sé que queda balbuciendo» (Cristina Kaufmann).
«Solo si tocáis vuestra sed podréis entrar en el juego que yo aprendí junto al pozo: el hombre sediento que me pidió agua resultó ser el que calmó la mía y eso me decidió a hablar de él a los de mi pueblo» (María Dolores Aleixandre, comentando el pasaje evangélico de la Samaritana).
DIOS ES LA FUENTE
Dios se da a manos llenas. Dios sale al encuentro de quien se pone en camino hacia Él: la persona pobre, que opta por el Evangelio, se sitúa en la Iglesia y en el mundo, cultiva la amistad y acoge un estilo de libertad y disponibilidad a los planes de Dios. «Muéstrale en un punto más verdades y dala más claro conocimiento de lo que es todo, que acá pudiéramos tener en muchos años» (C 19,7). En la persona se despierta y desvela el amor, los deseos, el sentido de Dios y el deseo de plenitud. Es como un revulsivo en el hondón. «Antes yo te conocía sólo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos» (Jb 42,5).
Todo es gracia. Para una vida espiritual pujante es importante conocer por experiencia lo que Dios da en el camino de la oración. Todo viene de Él, lo esencial viene de El, lo más importante nos viene dado. Dios es amor y alegría. Prepara para todos un porvenir de paz y no de desgracia. Dios quiere darnos un futuro y una esperanza.
El símbolo del agua. ¿Cómo describir esta llegada de Dios? La Escritura habla de muchos símbolos: morada que acoge, mano tendida que acompaña, mesa preparada, fuente de agua. Nos fijamos en este último símbolo. Adonde llega el agua allí llega la vida. El agua está llena de misterios. «Preciosa en su candor, es útil, casta, humilde», como cantaba san Francisco. Santa Teresa relata sus propiedades: Limpia, deja el alma limpia de sus culpas porque une al orante al misterio de Dios; enfría y enciende, apaga pasiones y enciende deseos de verdad y amor; apaga y cultiva la sed, todo lo que da es para nuestro bien.
Como una fuente. No es de extrañar que los buscadores de Dios hayan visto a Dios como una fuente: «Dios es como la fuente, de la cual cada uno coge como lleva el vaso» (San Juan de la Cruz). No es de extrañar que la Iglesia emplee el agua en el bautismo para significar la vida divina: «Nacemos en el agua como pececillos y solo si permanecemos en ella somos salvados» (Tertuliano) y que invite a todos a sacar aguas con gozo de las fuentes del Salvador. La contemplación será algo así como una fuente de agua viva que espera al orante en pleno camino y que sacia la sed del caminante, una fuente de amor que nunca terminamos de contemplar asombrados y que a veces nos parece una locura increíble.
La promesa de Jesús. En el templo de Jerusalén Jesús gritó: «El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí, que beba. De sus entrañas manarán torrentes de agua viva» (Jn 7,37). Y la Palabra de Jesús es fiel: «fiel es el Señor; a quien busca la verdad, no lo dejará en la mentira, y a quien lo desea de corazón, no lo dejará morir de sed» (C 19,13).
LA SED DE DIOS
«Buscando mis amores». Dios no nos ha hecho para estar pasivos. Frente al escepticismo y el desánimo está la búsqueda de Dios apasionada y gozosa. Florece en los que están enamorados de un Dios que nos ha tocado el corazón con su hermosura, porque solo se pone en camino el que ha sido amado. La búsqueda está llena de imágenes, de colorido. «Exhalaste tu perfume, y respiré, y suspiro por Ti, Gusté de Ti, y siento hambre y sed. Me tocaste, y me abraso en tu paz» (San Agustín).
«Como la cierva». Si al amor responde la búsqueda, a la fuente de agua viva responde la sed. Algunas de las súplicas más bellas del Salterio tienen que ver con el agua y con la sed: «Mi alma tiene sed del Dios vivo… Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío» (Sal 41,2-3); «Mi alma está sedienta de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua» (Sal 62,2). La señal de que hemos empezado a conocer a Dios está en el ardiente deseo de conocerle más.
Un icono precioso de la sed. Es la Samaritana (Jn 4). Va al pozo que está en medio del campo a buscar agua y un hombre, cansado del camino y sediento, le pide a ella agua. Poco a poco este desconocido le descubre el manantial que hay en ella. La mujer reconoce la sed honda que la habita, recibe el agua viva de Jesús, quien como alfarero de la nueva creación, la crea y la recrea. La mujer termina adorando a Dios en espíritu y en verdad.
El don del Espíritu. «Riega la tierra en sequía», despierta el deseo secreto y la soledad sonora, escondidos frecuentemente en las capas hondas de la persona. Genera en nosotros dinamismo, todo lo contrario de la tristeza de corazón. Nos ayuda a rastrear la ruta de la vida, del amor y de la belleza. Mantiene viva en nosotros la sed de un encuentro, el silencioso deseo de una comunión con Jesús. Está presente en nuestra búsqueda, nos ayuda a vivir nuestra pequeñez orientada hacia Dios. Nos hace oír pequeñas voces en nuestro interior, como la que oía san Ignacio de Antioquia: «Ve hacia el Padre, ve hacia el Padre».
«Anhelar la fuente». La fuente y el agua son polivalentes: significan la oración perfecta, la gracia de la contemplación, la experiencia de Dios, la unión a Cristo y, con ella, la santidad. «Si os lleva el Señor con alguna sed en esta vida, en la vida que es para siempre os dará con toda abundancia de beber» (C 20,2). La contemplación excava en el orante una extraña sed de Dios. «¡Con qué sed se desea tener esta sed!» (C 19,2).
EL LENGUAJE DE LOS QUE VAN A LA FUENTE DE AGUA VIVA
La escuela de oración. «¿De qué hablabais por el camino?» (Lc 24,17). ¿Cómo sembrar en el interior de una sociedad satisfecha fermentos de inquietud? ¿Cómo pasar de la desilusión a la esperanza? ¿Cómo excavar hasta descubrir la sed de Dios? «Hablar de Dios… este es vuestro trato y lenguaje… Vuestro trato es de oración» (C 20,4). Hablar de Dios es hacer teología viva. Hablar de Dios es preludio normal para hablar a Dios. «Aconsejaría yo a quienes tienen oración, que procuren amistad y trato con otras personas que traten de lo mismo. Es cosa importantísima» (V 7,20).
Al estilo de la Samaritana. En la relación personal con Jesús se aventuró a conocer el don de Dios, en la relación con las gentes de su pueblo se atrevió a decir de forma gratuita que «su amor vale más que la vida» (Sal 62,4).
Momento de Oración
Comienza haciendo un poco de silencio. A Dios lo encuentras en una soledad, que no es ausencia de personas, sino capacidad de vivir en su presencia.
Señor, aquí estoy, aquí me tienes. Tu Espíritu me orienta hacia Ti. Tu mirada de amor ahonda mi pozo. Riega con tu agua viva todo mi ser. Como respiro el aire quiero respirarte a Ti. Quiero amarte como soy, donde estoy, en lo que hago.
Traza sobre ti la señal de la cruz para que te envuelva por completo el misterio de la salvación y sepas de dónde te viene el amor.
En el nombre del Padre, que es amor. En el nombre del Hijo, que es gracia. En el nombre del Espíritu, que es comunión.
Deja que el agua de Jesús recorra tu tierra reseca, que su luz aleje tus oscuridades, que su paz haga desaparecer de ti todo temor. La oración es la fuente de la fuerza, del entusiasmo, de la vida.
Tengo sed de ti, como tierra reseca. Dame de beber, dame de tu agua. Y no tendré más sed. Estoy contento de haber encontrado en ti, Jesús, a un amigo.
Escucha al Espíritu de fortaleza y de dulzura, que te invita a poner en sus manos toda tu vida: trabajo, descanso, sufrimiento, conflictos; que te ayuda a optar por el amor, por la comunión, por el abrazo entrañable a todos. El da sentido a todo lo que vives.
Vive la búsqueda de Dios con alegría. Comunica a los que te rodean, sin vergüenza, que has optado por Jesús. Habla el lenguaje del ánimo, el lenguaje de Dios.
Quiero decir a mis hermanos el gran gozo que hallo en Ti. Canto a la fonte que mana y corre aunque es de noche.
Recuerda que Dios trabaja el mundo en secreto a través de los orantes. «La oración no nos aleja de las preocupaciones del mundo. Al contrario, nada es más responsable que orar. Cuanto más se vive una oración sencilla y humilde más se es conducido a amar y a expresarlo con la vida» (Hermano Roger de Taizé).