El Evangelio de la pobreza (Camino 2)

La pobreza evangélica engendra y anuncia ternura.

«Dios, o nos encuentra pobres, o nos hace pobres» (Nekane Miren).

«Se moldea la arcilla para hacer la vasija, pero de su vacío depende el uso de la vasija. Se abren puertas y ventanas en los muros de una casa, y es el vacío lo que permite habitarla» (Relato chino)

«Recibirás en la medida en que esperes recibir» (Santa Teresita).

«Redescubrir el sentido de la pobreza, un sentimiento que no sea masoquista, es una de las tareas más interesantes en la vida de las personas» (Augusto Guerra).

«La gratuidad de nuestro Creador, en sí misma, es tan inaudita, tan grandiosa, que toda una vida dedicada al agradecimiento no basta para corresponderle» (Mariluz Melis).

COLOCARNOS ANTE DIOS COMO POBRES

Escándalo, sinsentido o necedad. ¿Cómo es posible que nos tengamos que colocar ante Dios como pobres? ¿Acaso no quiere El que vivamos en la plenitud y que todo sea nuestro? ¿No es posible el diálogo con El desde un corazón rico? La pobreza, experiencia hiriente en millones de personas y pueblos, nos parece un escándalo. Nuestras pobrezas, presentes en tantos límites, nos cuesta aceptarlas. Y nos sorprende que Dios se presente como pobre, como necesitado de nosotros, como un mendigo a la puerta de nuestro corazón.

Dificultades para ser pobres. No es fácil ser pobres; para nosotros es imposible. El reino de lo mío, aunque sea escaso, es suficiente para instalar un trono y, desde su asiento, creer, engañosamente, que se ha ganado en estatura. Los bienes no son algo malo, pero son ambiguos. Pueden convertir al ser humano en un esclavo, pueden sofocar la semilla de la Palabra sembrada en la tierra (cf Mc 4,19), pueden convertirse en una falsa seguridad (cf Lc 11,39), pueden ser un escándalo si hacemos un uso privado de ellos, sin mirar a los que están en los márgenes del mundo.

El deseo de ser pobres es un regalo. El poder presentarnos ante el Padre como pobres, es decir, llenos de confianza, abiertos, disponibles, es un regalo del Espíritu. El hace que la pobreza, lejos de ser un obstáculo, sea tierra buena para la oración. «El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene» (Rom 8,26). El Espíritu nos mueve a pobreza; a nosotros nos toca dejar que su don se convierta en grito, en manos abiertas ante El, disponibles y acogedoras de su amor. El Espíritu pone en nosotros la sed para que nos acerquemos a la fuente.

JESÚS ORA DESDE LA POBREZA

Jesús escoge ser pobre. Así es y así se presenta ante nosotros y ante el Padre. La imagen de Jesús, «despojado de sí mismo» (Flp 2,7) es la de la extrema pobreza. «Siendo rico, se hizo pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza» (2Cor 8,9). San Bernardo tuvo este diálogo con Jesús: «¿Quién te ha hecho tan pobre?» «Me ha hecho el amor», le respondió Jesús. En la vida de Jesús pobre se nos desvela la corriente inagotable del amor de Dios; de ahí el consejo de santa Teresa de poner en El los ojos y de «Parecernos en algo a nuestro Rey, que no tuvo casa, sino el portal de Belén adonde nació y la cruz adonde murió» (C 2,9).

La bienaventuranza de la pobreza. La alegría nos permite realizar caminos largos. Si no encontramos gozo profundo en la pobreza, terminaremos por abandonarla y por seguir caminos más atractivos y aplaudidos en el ambiente que nos rodea. Esta es la alegría que proclama Jesús desde el monte para los pobres de espíritu (cf Mt 5,3) y desde la llanura para los pobres de pan, de cariño, de atención, de amor (cf Lc 6,20). Esta es la alegría que descubre santa Teresa cuando dice que la pobreza le permite «señorear todos los bienes del mundo otra vez, a quien no se le da nada de ellos» (C 2,5), y también que «entender los bienes que hay en la pobreza… es un bien que todos los bienes del mundo encierra en sí» (C 2,5). En la pobreza descubre libertad, gozo, señorío; dirá: «la verdadera pobreza trae una honraza consigo que no hay quien la sufra» (C 2,6); «es un señorío grande» (C 2,5).

EN LA ORACIÓN SE DESVELA NUESTRO ROSTRO DE POBRES

La pobreza de los anawim. Importa ser pobres por dentro. «Sería engañar el mundo otra cosa, hacernos pobres no lo siendo de espíritu» (C 2,3). Los anawim son los que han interiorizado la pobreza, son los humildes de la tierra, que reconocen sus límites y se abandonan en El con total confianza. Cuando la pobreza alcanza el corazón se manifiesta en un estilo de vida sencillo y verdadero, que no hace ruido ni se jacta ante los demás (cf Sal 130); del corazón pobre brota una oración alegre y confiada. «Lo que agrada a Dios es mi pequeña alma es que ame mi pequeñez y mi pobreza, es la confianza ciega que tengo en su misericordia» (Santa Teresita).

Pobreza y oración. La pobreza es una condición para la marcha. Lo dicen todos los peregrinos. Hay mucho de sobra en notros para hacer el camino. El pobre sabe que todo lo recibe, por eso le brota el agradecimiento y el canto solidario. La pobreza nos permite decirle a Dios un sí alegre y confiado que pone en marcha, sin que lo sepamos, la generosidad de Dios, que nunca se queda corto y que devuelve el ciento por uno apenas le hemos empezado a dar lo que tenemos. La pobreza nos permite dar testimonio de Dios, como la verdadera riqueza del corazón humano. La pobreza otorga una riqueza: recibir todo de Dios.

TERNURA Y PROFECÍA

Cercanía de los pobres. La pobreza evangélica no es egoísta, no guarda lo poco que tiene para sí, sino que lo ofrece a los demás con las manos abiertas, lo da todo. Jesús, camino de Jerusalén para dar la vida, descubre emocionado el rostro del Padre, que lo da todo, en dos mujeres que, dando lo poco que tienen lo dan todo; son una pobre viuda que entrega sus cuatro céntimos (cf Mc 12,41ss) y una mujer que rompe el frasco de perfume a los pies de Jesús (cf Jn12,1-11). La pobreza evangélica hace brotar vidas abiertas a los pobres, vidas gratuitas, que hacen sentirse a los otros libres y no deudores. La pobreza evangélica engendra y anuncia ternura. Permite oír las voces de los últimos y compartir en una eucaristía común una recíproca pobreza. A santa Teresa le aterra confesarse pobre y huir de los pobres que tiene cerca y de la pobreza real.

La provocación de la pobreza. La pobreza contesta enérgicamente la idolatría del dinero, presentándose como voz profética en una sociedad, que, en tantas zonas del mundo del bienestar, corre el peligro de perder el sentido de la medida y hasta el significado de las cosas. La pobreza evangélica es profecía de Dios y de los pobres, es profecía de nosotros mismos.


Momento de Oración

Comienza tu oración con esta sencilla súplica:

Haz de mí un anawim, hazme pobre, un anawim Un anawim, un pobre. Haz de mí, Señor, un anawim

Déjate ayudar por estos pensamientos para ponerte en verdad: «¿Por qué se ha ajado la flor? Porque yo la aplasté contra mi corazón; por eso, se ha ajado. Y el río, ¿por qué se ha secado? Porque yo puse un dique para que me sirviera a mí solo; por eso, se secó» (Tagore).

Colócate ante Dios como un pobre que confía. Vuélvete a El y reconoce tu pobreza. Abre tus manos, que expresan que no tienes nada, que necesitas ayuda, que estás abierto(a) a su amor. Nada hay tan grande como la esperanza de un pobre.

Recuerda a María,la mujer pobre que aceptó ser mirada por Dios y a la que le brotó un hermosísimo canto de alabanza y de solidaridad.

Acoge al Dios que aguarda a los pobres en su reino y que da un vuelco a la situación: los soberbios son dispersados, los poderosos humillados, los ricos alejados con las manos vacías, mientas los humildes son ensalzados y los hambrientos saciados (cf Lc 1,51-53).

Recorre las entrañables imágenes del Salmo 130 y haz tuyos sus sentimientos:

«El verdadero discípulo no tiene el corazón ambicioso, ni los ojos altaneros. No busca grandezas que superan su capacidad. Ha acallado su alma y ha moderado sus deseos. Como un niño en el regazo de su madre, así está su alma en paz y en silencio en el Señor».

Escucha y guarda en tu corazón la bienaventuranza de Jesús: «Bienaventurados los pobres porque de ellos es el reino de los cielos».

Siéntete solidario(a) con todos los pobres que conozcas,con los que no tienen pan, ni vestido, ni casa; con los que no tienen trabajo, salario digno, garantías sociales; con los que viven en la miseria. Recuerda a los pobres en inteligencia, a los pobres en afecto, a los pobres por razón de su sexo, raza o religión.

SABERSE AMADO/DA MAS FUERZA QUE SABERSE RICO/A

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