Hacia un amén confiado (Camino 41-42)

«Vosotras, hijas, pedid como os pareciere; yo no hallo remedio viviendo, y así pido al Señor que me libre de todo mal para siempre. ¿Qué bien hallamos en esta vida, hermanas, pues carecemos de tanto bien y estamos ausentes de él? Libradme, Señor, de esta sombra de muerte, libradme de tantos trabajos, libradme de tantos dolores, libradme de tantas mudanzas, de tantos cumplimientos como forzado hemos de tener los que vivimos, de tantas, tantas, tantas cosas que me cansan y fatigan, que cansaría a quien esto leyese si las dijese todas. No hay quien sufra vivir. Debe de venirme este cansancio de haber tan mal vivido, y de ver que aun lo que vivo ahora no es como he de vivir, pues tanto debo» (CE 72,4).

«La espiritualidad es una aventura comunitaria. Paso de un pueblo que hace su propio camino en seguimiento de Jesucristo a través de la soledad y amenazas del desierto. Esta experiencia espiritual es el pozo del que tenemos que beber» (Gustavo Gutiérrez).

«Después, terminada la oración, dices: Amén, refrendando por medio de este Amén, que significa «así sea» (cf Lc 1,38), lo que contiene la oración que Dios nos enseñó» (San Cirilo de Jerusalén).

EL TEMOR Y EL AMOR

El temor en clave de amor. Estamos llegando al final del itinerario hacia la morada de Dios (cf Ap 21,3). Durante el camino ha habido un aprendizaje. Hemos cultivado las dimensiones de todo camino espiritual: encuentro con Cristo, vida en el Espíritu, ruta hacia el Padre. Ahora, en la experiencia de santa Teresa, como culminación de la oración del Padrenuestro, aparecen el temor, la petición fuerte de que el Padre nos libre del mal y el amén confiado. El temor es categoría bíblica, el principio de la sabiduría (cf Prov 1,7; Eclo 1,16). Es uno de los dones del Espíritu Santo. Se contrapone frontalmente al miedo. Santa Teresa habla del verdadero temor de Dios, para inculcarlo; y del miedo para echarlo fuera. El trato con Dios y la práctica de las otras virtudes cristianas dan como resultado esa doble expresión del sentido de Dios, amarlo a él, pero temiendo a la vez la propia fragilidad. Amarlo y temer perderlo.

El temor nace y crece. Brota en los primeros pasos de la oración y en el contemplativo el temor se consolida, se vuelve manifiesto. A más amor, más se afina y acendra el temor de Él. «Cuando ya llega el alma a contemplación, el temor de Dios también anda muy descubierto, como el amor, no va disimulado, aun en lo exterior» (C 41,1). Ha desaparecido el miedo, y se ha aumentado «el temor de perderos a Vos» (C 41.1).

El verdadero temor de Dios, ¿en qué consiste? El amor lo vivimos en riesgo, como quien lleva un tesoro en vasijas de barro. Cuando más fino y consciente sea nuestro amor, más entrañado llevará el sentido del riesgo: riesgo de perder el amor, de pasar del amor al odio, de la vida a la muerte. De ahí brota el temor. Tememos ofender a Dios, perder a Dios, quedar sin su amor. El temor agudiza la sensibilidad y la capacidad de discernir entre el bien y el mal. Afina el sentido del pecado. Valora la gracia. Alienta el cuidado de la vida. No es paralizante como el miedo, que es encogimiento o apretamiento del ánimo y una fuente de escrúpulos que inhabilita para el bien.

Un precioso epílogo a una página sobre el temor de Dios. En ella santa Teresa habla de la afabilidad del orante, y de la magnanimidad de Dios. Ya antes había hablado de alegría y santa libertad. Interesa ser afables y conversables. «Mientras más santas, más conversables» (C 41,7). La virtud que repele no es virtud. La virtud tiene que hacerse amable y deseable. «Procurad ser afables y entender de manera con todas las personas que os trataren, que amen vuestra conversación y deseen vuestra manera de vivir y tratar» (C 41,7). La razón está en que Dios es así. Su talante no es la dureza, ni el rigor, ni el puntillo justiciero. «Procurad entender de Dios en verdad, que no mira a tantas menudencias como vosotras pensáis» (C 41,8).

LÍBRANOS DEL MAL

Otear la vida de Jesús. Santa Teresa se mete en los sentimientos que tiene Jesús cuando dice al Padre esta palabra. La petición de Jesús tiene como única fuerza motriz el amor. «Qué gran razón tenía de suplicar al Padre que le librase ya de tantos males y trabajos, y le pusiese en descanso para siempre en su reino, pues era verdadero heredero de él» (C 42,1).

Identificarse con Jesús. Santa Teresa pasa de los sentimientos de Jesús a los nuestros. Presenta los sentimientos que tiene ella ante la realidad del mal que está ahí, en medio de la vida. Invita a una espontánea identificación con la oración y los sentimientos de Jesús, comenzando por la petición radical: que el Señor nos libre de todo mal. Y nos permita, como a Jesús, dar rienda al deseo del bien absoluto: el regreso al Padre.

Presentar al Señor los males de este mundo. En esta petición el orante presenta al Señor los males de este mundo, los dolores de los que más sufren, el hambre y el Sida que se extienden por las zonas más pobres de la tierra, la injusticia contra los más débiles. Sin pesimismo, pero en su cruda realidad. «El quiere queramos la verdad, nosotros queremos la mentira; quiere que queramos lo eterno, acá nos inclinamos a lo que se acaba; quiere queramos cosas grandes y subidas, acá queremos bajas y de tierra; querría quisiésemos solo lo seguro, acá amamos lo dudoso» (C 42,4).

AMÉN

La palabra «amén». Significa la seguridad y confianza de un niño en brazos de su madre. «Que el amén entiendo yo que pues con él se acaban todas las cosas, que así pide el Señor seamos librados de todo mal para siempre» (C 42,2). Todo lo que nos ha enseñado Jesús, y que ahora nos recuerda constantemente el Espíritu, es tan seguro que merece nuestra confianza, tan verdadero que debe ser creído, tan sólido que bien puede convertirse en cimiento de nuestra vida.

El amén es un desafío en el Espíritu. Seguiremos sintiendo de cerca el peligro del mal, nos herirán las ofensas recibidas, el pan de cada día y el trabajo y la paz y la justicia seguirán siendo conquista laboriosa, pero el saber que estamos, como un niño, en el regazo de un Dios que es Padre y Madre, nos hace ponernos de pie y gritar amén, como un desafío: «Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?» (Rm 8,31).

Jesús es nuestro amén. En la primera comunidad cristiana, el amén conservó ese carácter de ratificación absoluta: especie de seguro-garantía de la oración dirigida al Padre. Y pasó a identificarse con Jesús mismo, cuya vida fue un continuo sí a la voluntad del Padre. Ahora es nuestro amén, nuestra fuerza para poder decir también nosotros sí a Dios y a su proyecto a favor de la vida; es nuestro aplauso, con toda la humanidad, al Dios que ha derrochado tanto amor sobre nosotros (cf Ap 3,14).


Momento de Oración

Preséntaleal Señor tu camino de oración y de vida.

Te presento mi vacilante camino,

la historia de mi fe y de mi vida.

Desde la primera llamada que me hiciste.

Desde tantas palabras tuyas oídas al andar.

Con tantos hermanos y hermanas peregrinos.

Gracias por tu cercanía en el camino.

Gracias por tu palabra tan ardiente en los adentros.

Gracias, Señor. Siempre contigo.

Di amén. Repítelo muchas veces mientras caminas. Cuando lo dices…

Entras en esa riada de alabanza que recorre la creación.

Colaboras con Jesús samaritano en la salvación del mundo.

Vives con lucidez evangélica la vida y la haces inteligible.

Ensanchas el espacio de tu tienda para vivir en comunidad.

Aplaudes con toda la creación al Dios que da la vida en plenitud.

Ora con un amén confiado:

Amén a ti, Padre que has querido habitar entre nosotros

para sembrar tu reino en nuestros corazones

y darnos a todos un abrazo entrañable.

Amén a ti, Señor Jesús, nuestro compañero de camino,

que nos has abierto tu intimidad para hablarnos del Padre

y enseñarnos su ternura y su misericordia.

Amén a ti, Espíritu Santo, que nos despiertas cada día

al gozo de sabernos hijos de Dios

y nos alientas para que la humanidad, que gime,

descubra lo hermoso que es ser y vivir como hijos del Padre

y como hermanos de todos los hombres.

Sigue caminando con Jesús

Ser en la vida Romero, Romero sólo que cruza

siempre por caminos nuevos;

ser en la vida romero,

sin más oficio, sin otro nombre y sin pueblo…

Ser en la vida romero… romero… solo romero.

Sensibles a todo el viento y bajo todos los cielos,

poetas, nunca cantemos la vida de un mismo pueblo,

ni la flor de un solo huerto…

Que sean todos los pueblos

y todos los huertos nuestros (León Felipe).

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