«Conozco tus obras, tu servicio y tu perseverancia. Sé que luchas por mantenerte fiel a tus compromisos y cumplir con constancia tus obligaciones. Pero tengo un reproche que hacerte, y es que has descuidado la alegría y todo lo que tiene de gozoso el seguimiento de tu Señor. Has negociado con tu identidad para adaptarte a los estilos de felicidad que te ofrece Babilonia, y has dejado que los valores de la acción y del trabajo primen sobre los de la fiesta, las relaciones humanas o el encuentro conmigo. Te aconsejo que sueltes de vez en cuando el maletín, el ordenador, las reuniones y tus prisas y que te acerques sin temor a aquellos escenarios que el hombre y la mujer actuales declaran significativos: el encuentro, la amistad, la fiesta, la oración…» (Adaptación libre de Apocalipsis 3).
«No eches de menos un destino más fácil, tus pies sobre la tierra antes no hollada, tus ojos frente a lo antes nunca visto» (Luis Cernuda)
«Hay en mí un pozo muy profundo. Y en ese pozo está Dios. A veces consigo llegar a él, pero lo más frecuente es que las piedras y escombros obstruyan el pozo, y Dios quede sepultado. Entonces es necesario volver a sacarlo a la luz» (Etty Hillesum).
EL ARTE DE RECOGERSE
Dios tiene su casa en la vida. La interioridad no tiene nada que ver con los rincones, sino con la dimensión profunda que tiene la vida. «Recia cosa sería que solo en los rincones se pudiese hacer oración» (Fundaciones 5,16). La mística verdadera consiste en descubrir que Dios está en el corazón de la vida, con sus dolores y gozos, sus jaleos y trajines.
Como un mendigo. Dios está llamando a la puerta de nuestra interioridad. Porque nos ama no puede estar sin nosotros. Anda mendigando nuestro misterio para entrar, hacer fiesta, darse a nosotros como lo que es, vida y amor, para que vivamos en plenitud. «Yo soy tuyo y para ti y gusto de ser tal cual soy por ser tuyo y para darme a ti» (Llama 3,6).
Teología y oración van juntas. «La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde su nacimiento, la persona es invitada al diálogo con Dios. La persona existe pura y simplemente por el amor de Dios que lo creó y por el amor de Dios que lo conserva» (GS 19). Recogerse, ¿qué es? «Llámase recogimiento porque recoge el alma toda las potencias y se entra dentro de sí» (C 28,4). La persona convoca a la vida desde dentro dándole la profundidad y el misterio de Dios. La persona «se entra dentro de sí con su Dios» (C 28,4) y allí Dios actúa y enseña. La persona recibe todo el misterio de Cristo con hondura y sentido nuevos, en ese nuevo mundo de la interioridad.
¿CÓMO HACERNOS CONSCIENTES DE LA VIDA?
¿Dónde colocamos a Dios? Dios no está en las nubes, está en la espesura de la vida. La humanidad tiene como misterio a Dios. La interioridad del hombre es morada, o templo del Espíritu. Dios tiene sus delicias ahí, en estar con nosotros. Es importante no solo creerlo, sino procurar entenderlo por experiencia (C 28,1). Esto de experimentar que somos morada de Dios no es cosa fácil cuando comenzamos a orar. Él no se da a conocer hasta que va ensanchándola poco a poco, conforme a lo que es menester para lo que ha de poner en ella (C 28,12).
Búscate en mí. Descubrimiento de la presencia de Dios en la vida. Lo que embellece el desierto es que en algún lugar esconde un pozo (Principito). Dios no es para ponerlo delante y analizarlo, sino para buscarlo y encontrarlo en la propia vida, como el tesoro que un día encontró el campesino en el campo que todos los días trabajaba (Mt 13,44). Dios me da la penetración de lo que es la vida humana en plenitud.
Dios es nuestra intimidad. Al besar nuestra pequeñez nos nace la confianza a pesar de nuestras pobrezas (Magnificat de María). No temas gusanito de Jacob, oruguita de Israel, que yo mismo te auxilio (Is 41,14). Dios es la fortaleza de la humanidad, la lleva de la mano. Somos hijos de Dios porque el amor con que Tú me has amado está en ellos y yo en ellos (Jn 17,26).
La búsqueda la provoca el amor. La Samaritana, la Magdalena, la Cananea no buscaron a Jesús convertidas sino enamoradas. Empezaron a convertirse por el amor. Oiré lo que habla Dios en mí (Sal 84,9). La búsqueda enamorada está siempre envuelta en la gratuidad. La oración no es tratar con un Dios imaginado o pensado, sino con un Dios experimentado, amado, encontrado. Acaecíame venirme a deshora un sentimiento de la presencia de Dios, que en ninguna manera podía dudar que estaba dentro de mí o yo toda engolfada en Él (Vida 10,1).
Descubre tu presencia. Dios está en cada uno, descubrirlo es la tarea; ayudar a que otros lo descubran es una hermosa misión para el mundo de hoy. Si el alma busca a Dios, mucho más la busca Dios a ella (San Juan de la Cruz). Él es nuestra vida, nuestro suelo, nuestra profundidad, nuestro todo. Tú que manas dentro de mí como una fuente que no nace de mí, pero que me moja y me riega. Tú que brillas dentro de mí como una luz que yo no enciendo, pero que alumbra mi sala de estar. Tú que amas dentro de mí como una llama que no es mi hoguera pero que pone en fuego todo mi ser (Loidi).
EJERCICIOS DE INTERIORIDAD
Cómo acostumbrarse. Hablemos un poco de cómo nos acostumbraremos a tan buen modo de proceder (C 28,8). Interesa el ejercicio humilde y concreto: Que nos forcemos para estar cerca de este Señor (C 29,6). Hagamos cuenta que dentro de nosotras está un palacio de grandísima riqueza (C 28,9). Pero el palacio no es fin para sí mismo, es morada para alguien. No nos imaginemos huecas por dentro (C 28,10). En este palacio está un gran rey (C 28,9). Nuestra interioridad está hecha para ser capacidad de Dios, morada para Él. Se trata ahora de entrar dentro, de volverse hacia el interior, para llegar a beber el agua de la fuente (C 28,5), de ser sensibles a la acción de El. Dios no nos habita como el ídolo está en su templo. Está en el palacio interior para la comunión de las personas. El se da a conocer, enriqueciendo la experiencia interior del orante. Que pueda poner y quitar como en cosa propia (C 28,12). El no ha de forzar nuestra voluntad, pues El no se da a Sí del todo hasta que nos damos del todo (C 28,12).
Consignas. Ahí, en nuestro espacio interior, Dios está tan cerca que nos oirá (C 28,2), basta hablarle bajito. Basta ponerse en soledad y mirarle dentro de sí, y no extrañarse de tan buen huésped (C 28,2). Basta aprender a hablarle como a Padre, pedirle como a Padre (C 28,2). Solo hace falta comunicarse con Él sin falsas humildades (cf C 28,3), con audacia cristiana: Dejaos de ser bobas: pedidle la palabra, que vuestro Esposo es, que os trate como a tal (C 28,3).
Momento de Oración
Deja por un momento lo que estás haciendo. Haz una pausa y abre una brecha al misterio. Recuerda que tienes compañía dentro de ti.
Recógete para estar cerca del Señor. Ejercítate en ello. Nada se aprende sin un poco de trabajo. «De mí os confieso que nunca supe qué cosa era rezar con satisfacción hasta que el Señor me enseñó este modo. Y siempre he hallado tantos provechos de esta costumbre de recogimiento dentro de mí, que eso me ha hecho alargar tanto» (C 29,7).
Ora y canta:
Vengo aquí, mi Señor a olvidar las prisas de mi vida. Ahora solo importas Tú, dale tu paz a mi alma. Vengo aquí, mi Señor, a encontrarme con tu paz que me serena. Ahora solo importas Tú, dale tu paz a mi alma. Vengo aquí, mi Señor, a que en mí lo transformes todo en nuevo. Ahora solo importas Tú, dale tu paz a mi alma.
Mira la vida, mira tu vida. Descúbrela bella, grande. Contémplala habitada por Dios, embellecida por su presencia, tocada por su amor.
Con mi pequeño candil contemplo tu vida en mí, contemplo tu amor, Señor. Tú eres mi centro. No quiero que mi vida gire en torno a ningún otro centro. Pongo en ti mis ojos. Yo sé que tú nunca me faltas, que tu vida me mana por dentro. Sé tú, Dios mío, mi acompañador. Estoy ante ti, estoy contigo. Deseo gustar el don de tu presencia. Acojo tu amor.
Ayuda a otros a descubrir que, sin alejarse de su vida, pueden hallar a Dios en su corazón. Hazlo con tu vida. Quien mejor habla siempre es la vida. El lenguaje que Dios oye y el lenguaje que mejor oyen los que te rodean es el callado amor, el servicio gratuito, la alegría, la danza.
A los que estén duros y resecos, les daré tu ternura. A los que hayan perdido la alegría del vivir, les ofreceré tu música, Señor.