«Cuando me abandono a este sentimiento, me invade una vida nueva que, poco a poco, comienza a colmarme y que, sin ninguna presión por parte de mi voluntad, va a impulsarme hacia nuevas realizaciones. Este aflujo vital me parece ascender de una actividad y de una fuerza que no me pertenecen, pero que llegan a hacerse activas en mí. La única suposición previa necesaria para un tal renacimiento espiritual parece ser esta capacidad pasiva de recepción que está en el fondo de la estructura de la persona» (Edith Stein).
«Usted perdone, le dijo un pez a otro, es usted más viejo y con más experiencia que yo y probablemente podrá usted ayudarme. Dígame: ¿dónde puedo encontrar eso que llaman Océano? He estado buscando por todas partes, sin resultado. ‘El océano, respondió el viejo pez, es donde estás ahora mismo’. ‘¿Esto? Pero si esto no es más que agua… Lo que yo busco es el Océano’, replicó el joven pez, totalmente decepcionado, mientras se marchaba nadando a buscar en otra parte» (A. de Mello).
CONVOCADOS A LA INTERIOR BODEGA
Hacía el recogimiento. Santa Teresa afronta un tema profundo: cómo recoger el pensamiento para interiorizar la oración y hacerla más sencilla y contemplativa. En un primer momento dirá que la oración consiste en centrar la mirada en Cristo. Recogerse es acogerse a Él, a su presencia, a su compañía. La oración es antes que nada encuentro interpersonal, diálogo de secreta amistad con quien sabemos nos ama. Cuando entramos en nosotros mismos, nos damos cuenta de que tenemos una interioridad habitada. En el corazón «están las fuentes de la vida» (Prov 4,23).
Hacia la morada interior. «Estás triste porque tu camino te aparta de la madre y de la patria. Pero cada paso y cada día te acerca más a la madre. La patria no está aquí ni allí. La patria está en tu interior o en ninguna parte» (Hermann Hesse). El camino de la interioridad busca encontrar ese hogar en nuestra tierra. Los verdaderos encuentros se darán a partir del descenso al propio corazón, a las propias raíces, de donde brota la verdad de nuestra vida, la sinceridad de nuestro obrar. En el corazón se unifica la vida y brota la oración. «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino?» (Lc 24,32).
Educar el sentido de Dios. No es cosa de un día. «¡Acostumbraos, acostumbraos!… Si en un año no pudiéremos salir con ello, sea en más» (C 26,1).
CAMINOS HACIA LA ORACIÓN CONTEMPLATIVA
El camino de la presencia. En la oración no ejercitamos el ser para, sino el estar con quien sabemos nos ama. Este encuentro se desarrolla en la gratuidad y hace del orante un testigo de la gratuidad en una sociedad del rendimiento. Todo acontece en un clima de confianza y de abandono: Lo mío es pensar en Dios, pensar en mí es asunto suyo (Simone Weil).
Hacer presente a Jesús. El orante busca la presencia del Amigo que ocupa el centro de su vida. Procura luego, hija, pues estáis sola, tener compañía (C 26,1). Siente la necesidad de estar con Jesús: ¿Pensáis que es poco un tal amigo al lado? (C 26,1). Es invitado desde dentro a centrarse en Aquel a quien ama y del que se ha enamorado: que, andando enamorada, me hice perdidiza y fui ganada (San Juan de la Cruz).
El camino de la mirada. En la oración ejercitamos la mirada. Jesús, en una de sus enseñanzas de la oración, invita a mirar: Mirad las aves del cielo mirad los lirios del campo (Mt 6,26.28). Se trata de una mirada atenta, sencilla, propia del que no está pensando en otra cosa ni haciendo planes para el futuro. La mirada del orante es una mirada no posesiva, creativa. Mira las cosas como Dios las mira. Esa mirada se encuentra con la mirada embellecedora de Dios: No quieras despreciarme, / que si color moreno en mí hallaste / ya bien puedes mirarme / después que me miraste, / que gracia y hermosura en mí dejaste (San Juan de la Cruz).
Mirar a Jesús. No os pido ahora que penséis en él, ni que saquéis muchos conceptos, ni que hagáis grandes y delicadas consideraciones con vuestro entendimiento; no os pido más de que le miréis (C 26,3). Educar la mirada: desde la mirada exterior educar la mirada interior. Santa Teresa emplea muchas veces el verbo mirar, mirarle, poner los ojos en El, volver los ojos a mirarle, hasta que miraros ha El con unos ojos tan hermosos y piadosos…, solo porque volváis la cabeza a mirarle’ (C 26,5). Se trata de volver hacia El los ojos del alma (C 26,3). Esto requerirá entrenamiento, hasta poder instalarse uno en su presencia y entrar en comunión con sus sentimientos. Arraigo en las capas hondas de mi interior, para decir con verdad: juntos andemos, Señor (C 26,6).
El camino de la escucha. No hay amistad sin comunicación. La oración tiene lugar en ese nivel de disponibilidad y de escucha que nos hace sintonizar con Jesús, con su deseo radical a amar y a dar la vida. La escucha va haciendo nuestra vida más abierta para el Espíritu. Estamos predestinados al éxtasis, llamados a salir de nuestros pequeños cálculos para entrar, hora tras hora, en el proyecto de Dios (Madeleine Delbrel).
Escuchar a Jesús. María de Betania se sentó amorosamente a los pies de Jesús y escuchaba su palabra (Lc 10,39). Como habláis con otras personas, ¿por qué os han más de faltar las palabras par hablar con Dios? No lo creáis; al menos yo no os creeré si lo usáis; porque si no, el no tratar con una persona causa extrañeza y no saber cómo nos hablar con ella, que parece no la conocemos, y aun aunque sea deudo; porque deudo y amistad se pierde con la falta de comunicación (C 26,9). El os dará qué le decir (C 26,9). Ahí mismo se pone santa Teresa a decirle cosas al Padre, para enseñar al lector: ¡Oh Señor del mundo!…, le podéis decir… (C 26,6).
El camino del realismo. El humus (de ahí humildad: andar en verdad) de lo cotidiano, con su opacidad y sus conflictos, con sus amenazas y contradicciones, con su brecha abierta también a una dimensión invisible pero presentida. La realidad vivida, reconocida, concienciada, no es nunca impedimento ni obstáculo para la oración. Orar es arrimarnos a Dios, llevando nuestros problemas, sin desentendernos del mundo. La oración no es alienante sino realista. No se trata de evadirse de las realidades, sino de captarlas en su profundidad. En el silencio del recogimiento aflora sin máscaras la realidad de nuestra propia vida. La oración es más auténtica cuando más sincera es la situación del hombre.
Estar ante Jesús tal como estamos y somos. Si estáis alegres, miradle resucitado Si estáis con trabajos o triste, miradle camino del huerto (C 26,4-5). Y desde ahí emprender la aventura de la receptividad para responder al Amor con amor, para mirar al mundo no desde el dominio sino desde la compasión, para aprender a latir al ritmo del corazón de Dios arriesgando la vida en el servicio por amor.
Momento de Oración
Haz silencio. Es sumamente importante comenzar a orar no solo con un momento de silencio, de pausa, de respiración, sino con el claro reconocimiento de que no somos capaces de orar.
Señor, eres tú el que ora en mí. No sé por dónde comenzar, que me guíe tu Espíritu.
Haz presente a Dios y hazte presente a Él. Toma conciencia de tu vida. Reaviva la fe que te dice que Dios vive en ti. Permanece en su presencia.
Vengo aquí, Padre, a estar contigo. Acompáñame. Vengo aquí, Jesús, a estar contigo. Dame tu paz. Vengo aquí, Espíritu Santo, a estar contigo. Pon en mí el gozo.
Escucha la Palabra. «El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega» (Mc 4,26-29).
Me abro a tu Palabra, Señor. La acojo en silencio. Miro tu rostro, deseoso de comunicar vida. Permanezco amándote. Me alegro contigo.
Mira a Jesús. Mira que te mira. Abarca en una sola mirada a Jesús que te mira y a ti que lo miras. El sencillo mirar te irá haciendo más afín a Jesús y a su Evangelio.
Comparte con sencillez lo que te brote del corazón. Una sola palabra dicha desde el corazón será la mejor oración.
Gracias. Amén. Juntos andemos. Yo para Ti y Tú para mí.
Emprende la aventura de mirar al mundo desde la compasión y no desde el dominio. Cultiva el diálogo y la escucha que son los nuevos nombres del amor. Aprende a latir al ritmo del corazón de Dios en una vida de servicio gratuito.