Oración ante el misterio de la Eucaristía (Camino 33-34)

TU EUCARISTÍA, SEÑOR, ES MI ESCUELA PARA LA PAZ.

«La eucaristía ha estado siempre en el centro de la vida de la Iglesia. Por ella, Cristo hace presente a lo largo de los siglos el misterio de su muerte y resurrección. En ella se le recibe a Él en persona, como ‘pan vivo bajado del cielo’ y con Él se nos da la prenda de la vida eterna» (Juan Pablo II).

«Cuando dices: ‘Danos hoy nuestro pan de cada día’, confiesas que eres un mendigo de Dios. No te avergüences de decirlo: por muy rico que sea uno en esta tierra, siempre es un mendigo de Dios» (San Agustín).

«El sentido específicamente cristiano de esta cuarta petición se refiere al Pan de Vida: la Palabra de Dios que se tiene que acoger en la fe, el Cuerpo de Cristo recibido en la Eucaristía» (Catecismo de la Iglesia Católica, 2835).

UNA NECESIDAD VITAL

El pan. ¡Cuántas cosas sugiere el pan! Es un milagro en la casa de los pobres. Es un escándalo cuando se tira de la mesa de los ricos. El pan es alimento, vida compartida, pero cuando se acumula es algo sin sentido. En torno al pan se hacen los amigos. ‘Compañeros’ son los que comen el pan juntos. Un pan comido a solas, ¿a qué sabe? El pan es don recibido del Padre para una tarea. Por eso, el pan, el agua, el techo y el vestido ponen a prueba nuestra vida de cristianos.

El pan nuestro. El pan de Dios siempre es pan nuestro. ¡Cómo puede ser el pan de Dios y no de todos! Se desgarra la fraternidad cuando lo comemos al margen de los otros, se hace noche oscura en nuestro mundo cuando no hay pan para los últimos. Pero si al partir el pan y repartirlo, retrocede el número de pobres, se extiende por doquier la luz de la alegría.

De cada día. El pan lo pedimos para hoy. ¿Por qué pedirlo todos los días? Para poner todos los días en primer lugar a Dios y la confianza en Él, y para no ceder a la tentación de la codicia, que nos lleva a poner nuestra seguridad en las cosas que poseemos. La inquietud por el mañana indica poca serenidad y libertad para vivir el programa evangélico. Jesús nos coge de la mano para que vivamos el hoy, sin escaparnos al pasado ni al futuro, sin que vivamos el momento presente como penúltimo de nada.

Todos pueden pedir el pan. Pero especialmente aquellos que han hecho de su vida una dedicación a que sea conocido el nombre de Dios, a que llegue su reino a este mundo, y a que se lleve a cabo el proyecto de fraternidad que el Padre ha soñado.

EN CLAVE EUCARISTICA

Acercamiento al misterio. La Iglesia ha leído siempre esta petición en sentido eucarístico. «La Iglesia vive de la Eucaristía. Este sacramento marca sus días, llenándola de confiada esperanza. Es fuente y cima de toda vida cristiana» (Ecclesia de Eucharistia).

Ante tal don le brota la emoción y la gratitud y, haciéndose eco de las palabras del salmista, ora: «¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre» (Sal 116,12-13).

También santa Teresa ha leído esta petición en clave eucarística. Y nos da sus razones: Sin la Eucaristía no es posible hacer la voluntad del Padre. El Padre es quien nos da el pan de la Eucaristía. En esta petición Jesús se asocia a nosotros para pedir al Padre el don del pan eucarístico. De suerte que esas dos peticiones que ocupan el centro del Padrenuestro quedan íntimamente correlacionadas. «Bien entendió que pedía más en esto que pedía en lo demás» (C 33,1-2). «Esto os enternezca el corazón para amar al Señor» (C 33,4).

El asombro orante. «La Eucaristía es misterio de presencia, a través del que se realiza de modo supremo la promesa de Jesús de estar con nosotros hasta el fin del mundo. A través de los signos, el misterio se abre de alguna manera a los ojos del creyente» (Mane Nobiscum Domine).

«Este pensamiento nos lleva a sentimientos de gran asombro y gratitud. Este asombro ha de inundar siempre a la Iglesia» (Juan Pablo II).

No es de extrañar que cuando santa Teresa se encuentra ante el misterio de Jesús implicado en la historia humana, le brote la exclamación orante. Nada tan fuerte para ella como la presencia dramática de Cristo-Eucaristía en la historia de la humanidad. La desmesura del amor de Cristo impacta su ánimo. Se lo ha dicho directamente a su Señor: «Mirad, Señor mío, que ya que a Vos, con el amor que nos tenéis y con vuestra humildad, no se os ponga nada delante…» (C 27,3).

LA EUCARISTÍA, MANÁ DE LA HUMANIDAD

Sentido eucarístico. En la formación del orante es indispensable educar su sentido eucarístico, motivar a fondo su oración, su piedad, su vivencia del Sacramento. Estamos ante una de las páginas más hermosas y densas del libro. Teresa siente la necesidad de testificar expresamente su fe viva en el Sacramento. «¿Pensáis que no es mantenimiento aun para estos cuerpos este santísimo manjar, y gran medicina, aun para los males corporales? Yo sé que lo es, y conozco una persona de grandes enfermedades que, estando muchas veces con graves dolores, como con la mano se le quitaban (al comulgar) y quedaba buena del todo» (C 34,6).

El papa Juan Pablo II ha hecho también de su encíclica Ecclesia de Eucharistia un testimonio excepcional de su amor a la Eucaristía: «Dejadme, mis queridos hermanos y hermanas que, con íntima emoción, en vuestra compañía y para confortar vuestra fe, os dé testimonio de fe en la Santísima Eucaristía» (Juan Pablo II).

Despertar la fe. «Hace falta fomentar tanto en la celebración de la Misa como en el culto eucarístico fuera de ella la conciencia viva de la presencia real de Cristo, tratando de testimoniarla con el tono de la voz, con los gestos, los movimientos y todo el modo de comportarse» (Juan Pablo II). Las vivencias, por sencillas que éstas sean, son generadoras de fuertes convicciones doctrinales.

El Señor disfrazado. En la pedagogía teresiana de la oración como trato de amistad, es de suma importancia la presencia del amigo. Sin ella no sería posible el trato amistoso, y tanto menos la comunicación profunda. En la Eucaristía está disfrazado. «No habría sujeto que lo sufriese de nuestro flaco natural, ni habría mundo ni quien quisiera parar en él; porque en ver esta Verdad eterna se vería ser mentira y burla todas las cosas de que acá hacemos caso» (C 34,9). Pero aún así está cercano y asequible, «no hay para qué le ir a buscar en otra parte más lejos» (C 34,8).

Presente y comunicante. Cristo está ahí y está para entrar en comunión directa y personal con el creyente. El está ahí para que «nos lleguemos a El». El está ahí, no solo para comunicar sus grandezas, sino para comunicarse Él mismo, de persona a persona. Él busca siempre la comunicación personal. «A los que ve que se han de aprovechar de su presencia, El se les descubre; que, aunque no le vean con los ojos corporales, muchos modos tiene de mostrarse al alma por grandes sentimientos interiores y por diferentes vías» (C 34,10).


Momento de Oración

Ábrete a Dios, el dador de todo pan. Y, unido/a a toda la humanidad ora confiadamente, siguiendo el mandato de Jesús:

Padre nuestro, Padre de todos.

Danos el pan nuestro de cada día,

danos trabajo y salud.

Danos arrestos para trabajar la tierra y poder comer.

No nos des Tú de comer,

aunque todo, en último término, viene de ti.

Danos espíritu de justicia para que repartamos lo que es de todos.

Y danos… lo de cada día, no lo de mañana, y pasado mañana,

para que no pongamos nuestras seguridades fuera de ti,

ni robemos lo de hoy a los demás para asegurarnos el mañana.

Acoge este consejo de santa Teresa: «Acabando de recibir al Señor, pues tenéis la misma persona delante, procurad cerrar los ojos del cuerpo y abrir los del alma y miraros al corazón; que yo os digo, y otra vez lo digo y muchas lo querría decir, que, si tomáis esta costumbre todas las veces que comulgareis…, que no viene tan disfrazado, que… no se dé a conocer» (C 34,12).

Ora desde el asombro y el agradecimiento:

«Me has enamorado y cautivado.

No sé vivir sin ti.

¡Tanto me has dado! ¡Y aún busco más!

No anhelo sólo tu agua: deseo beber en tu manantial.

No anhelo sólo tus umbrales: deseo entrar en Ti.

No anhelo solo tus dones:

quisiera fundirme, en abrazo eterno y duradero, en Ti,

Jesucristo, respuesta y plenitud,

Mi Señor, Mi Dios, Mi Salvador» (Raúl Berzoza).

Vuelve a la vida por los caminos de la solidaridad. La Eucaristía no solo es expresión de comunión sino también proyecto de solidaridad para toda la humanidad.

Tu Eucaristía, Señor, es mi escuela para la paz.

En Ella aprendo tus proyectos de comunión y solidaridad.

Tu Eucaristía me fortalece para edificar,

contigo y con mis hermanos,

una sociedad más equitativa y fraterna,

al servicio de los últimos.

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