«Nuestras comunidades cristianas tienen que llegar a ser auténticas «escuelas de oración»… Una oración intensa, que no aparta del compromiso en la historia: abriendo el corazón al amor de Dios, lo abre también al amor de los hermanos, y nos hace capaces de construir la historia según el designio de Dios» (Juan Pablo II, en la NMI, 33).
«Lo primero que pide el creyente a la teología es que no hable tanto de la importancia, la necesidad, la esencialidad y urgencia de la oración. Ha escuchado infinidad de veces lo mismo, sin que jamás se le ofreciera una salida viable para llevar a cabo lo que tanto se le recomienda. Le va pareciendo sermoneo» (Federico Ruiz).
«La experiencia religiosa no es algo esotérico, ningún extraño apéndice o añadido a nuestra ordinaria experiencia personal. No es un mero lujo. Pertenece a la estructura de la conciencia humana y del proceso hacia nuestra plenitud como seres humanos. La experiencia religiosa es parte integrante de la aventura humana. Porque ¿qué es más humano que un amor sin límites que surge de lo más profundo del hombre, penetrando todo su ser y coloreando sus otros amores?» (William Johnston).
DIFICULTADES QUE NOS SALEN AL PASO
Oración sí, pero… La opción por la oración no es fácil, a menudo tiene que ser hecha a contracorriente de la situación ambiental. Cuando esa opción se ha tomado con los labios pero no con el corazón, cualquier dificultad, pequeña o grande, se convierte en obstáculo para la práctica concreta de la oración. Se hace entonces necesario revivir la experiencia de Job: «Antes te conocía solo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos» (Jb 42,5). Veamos algunos ejemplos.
Oración y trabajo. Hay personas que encuentran dificultad real para orar porque piensas que el trabajo es oración. Hacen un flaco favor a la oración y al trabajo. «Los que pretenden justificar el trabajo diciendo que en el fondo es oración confunden los dos términos, diluyen la misma actividad del hombre. Para que sea digno, al trabajo le basta ser lo que es: simplemente trabajo» (X. Pikaza).
«No tengo tiempo». Esta es otra dificultad que exhiben algunas personas para no orar: la escasez de tiempo. La falta de tiempo quizás está escondiendo otra razón más honda: la debilidad del amor. Las sendas del amor son escondidas y se aprenden recorriéndolas con humildad. «Si tratamos de perder un poco menos de tiempo, tendremos más. Si usamos las migajas del tiempo que perdemos para obtener pequeños momentos de retiro y oración, descubriremos que hay grandes cantidades de tiempo. Hay muchos minutos que nos pueden pertenecer a nosotros y a Dios al mismo tiempo» (A. Bloom).
«Ahora no, más tarde». Una de las causas por las que algunos desisten de hacer oración después de haberlo intentado es porque se empeñaron en conectar con Dios desde otra situación distinta de la que era realmente la suya en aquel momento y se dijeron: «lo haré cuando tenga más tiempo, cuando esté menos cansado, cuando encuentro un lugar apropiado…» Dejaron a un lado la roca firme de su realidad concreta, para soñar con arenas movedizas, por irreales.
El ambiente que no ayuda. Basta abrir el oído para escuchar cosas que no animan precisamente. Santa Teresa supo mucho de eso, oyó cómo ridiculizaban la práctica de la oración y dudaban de la experiencia de Dios amasada en ella, le aconsejaron que se dejara de esas honduras, intentaron meterle el miedo en el cuerpo. Y reacciona como lo hace una enamorada de su Amado. «No os engañe nadie en mostraros otro camino que el de la oración» (C 21,6). «Quien os dijere que esto es peligro, tenedlo a él por el mismo peligro y huid de él» (C 21,7). Le molesta sobre manera que digan que lo de la oración «no es para mujeres», que «mejor será que hilen», que «les basta el paternóster y el avemaría» (C 21,2). Lo expresa todo con una sentencia llena de ironía: «Huyen del bien, para librarse del mal. Nunca tan mala invención he visto. ¡Bien parece del demonio!» (C 21,8).
OPCIONES
¿Qué puede hacer el orante ante todo esto? Todo menos cruzarse de brazos. Si de verdad le interesa la oración luchará por ella con todas sus fuerzas. El que encuentra motivos hondos soporta cualquier como.
Mirada a Jesús. Esto, sobre todo. La oración es camino real, camino seguro, por él fue nuestro Rey (C 21,5); la oración es el camino hacia el agua viva del Evangelio (C 21,1-2).
Ideas claras y corazón enamorado. Santa Teresa, en su pedagogía de la oración, invita a dos cosas: a tener ideas claras sobre el valor de la oración y a determinarse a comenzarla, sin miedos, denodadamente. No os espantéis (C 21,1). No basta quitar los miedos, se necesita también arranque, decisión: Importa mucho y el todo- comenzar con una grande y muy determinada determinación: la de no parar hasta llegar al agua viva, aunque se hunda el mundo, tanto si llego allá, como si muero a medio camino (C 21,2). El camino no dura si no lo comenzamos con determinación. Dios es amigo de ánimas animosas.
El lenguaje de la verdad. Empezar por la verdad, aunque sea pobre, siempre será lo mejor para hacer un buen planteamiento. Mejor que escudarse en la disculpa de un excesivo cansancio es decir con toda claridad: no tengo ganas de orar. Estas frases no suenan precisamente bien y muestran a las claras la mezquindad de nuestro espíritu, pero son la verdad y con la verdad se supera esta mezquindad de espíritu mucho más fácilmente que con tergiversaciones (Romano Guardini).
Plantar cara a las dificultades. No somos los primeros que las han encontrado. Ha habido hermanos antes que nosotros que han vencido las dificultades cantando. En 1Sam 4,5-7: Todo Israel lanzó a pleno pulmón el grito de guerra y la tierra retembló y los filisteos quedaron muertos de miedo. La oración no es para desilusionados, sino precisamente para ilusionados.
La importancia de la ayuda. Cuando santa Teresa encuentra un teólogo que le dé luz respira hondo. ¡Qué grandeza de Dios, que puede más a las veces un hombre solo o dos que digan verdad, que muchos juntos! (C 21,9).
Tareas para la pastoral de la oración. La opción por la oración tiene un componente de gracia, Dios no falla: Esto es sin falta. Yo lo sé. Y a las de vosotras que lo sabéis por experiencia, por la bondad de Dios, puedo presentar por testigos (C 23,6). Desde el don pueden brotar tareas para afrontar la crisis actual de oración. Pueden ser éstas: Invitación a la oración, porque ¿quién negará que en esta época es necesario exhortar a orar?; credibilidad de la oración o de los orantes, porque no siempre los más orantes se presentan como los más justos; discernimiento oracional, para correr en busca de la verdad; evangelizar la oración, para presentar la oración como la Buena Nueva del Evangelio al servicio siempre de la vida.
Momento de Oración
Acércate a Dios desde la incertidumbre e inseguridad en la que viven muchos hombres y mujeres. Tu Dios es de todos y para todos. Tu oración no está nunca al margen de la enfermedad, del hambre, de la falta de dignidad que conviven con tantos seres humanos. . Mira con calma tu vida de amistad con Dios. ¿Dónde te nace el deseo de orar? ¿Puedes vivir sin orar? ¿Necesitas a Dios como un enamorado(a) busca a su amado(a)?
Espíritu Santo, llama de amor viva, enciende en mi corazón la llama del amor. Jesús, amigo, que te sientas a descansar junto a mi pozo, despierta en mi corazón la sed del agua viva. Padre nuestro, que a todos amas, atráeme a la intimidad contigo.
Traduce tu fe en lenguaje y ora.
Cuando oro creo que tú, Dios mío, me encuentras, Cuando oro creo que Tú eres la verdad viva. Cuando oro creo que te puedo amar como a una persona. Tú cargas con aquello que me pesa. Me haces pasar de la inquietud a la confianza, de la sombra y de la oscuridad a la luz.
Sigue el consejo de santa Teresa si estás en el camino de la oración: «no tornes atrás» (C 23,1), reserva para Dios un tiempo de cada jornada y dáselo con alegría y gratuidad (C 23,2).
Escucha este testimonio que dio una persona cuando le preguntaron si hacía oración: «Pienso que sí. Cuando en mi vida, en las horas grandes y pequeñas, siento cómo me acerco a la frontera del misterio inefable, santo, amoroso que llamamos Dios; cuando me introduzco, por así decir, en este misterio, confiando, esperando, amando; cuando yo acepto este misterio, entonces oro».
Ayuda a las personas que viven a tu lado a abrirse a la esperanza, a la vida, a Dios. No es cierto que el auténtico camino sea el que no conduce a ninguna parte. «Mientras los niños quieren encontrar razones para vivir, nosotros los proponemos los medios de lograr ser para nada, les invitamos a correr, a correr como todo el mundo, sin saber hacia dónde. Y por eso, cuando se cansan, y se cansan pronto, ya no vuelven a preguntar el camino para ir a algún sitio o para ser alguien» (Carta del Abbé Pierre a Roger Garaudy).