«Bienaventurado el que alcanza la sabiduría y adquiere inteligencia; porque es su adquisición mejor que la de la plata y es más provechosa que el oro. Sus caminos son caminos deleitosos y son paz todas sus sendas. Es árbol de vida para quien la consigue; quien la abraza es bienaventurado» (Prov 3,13-18).
«La oración cristiana no es empeño y esfuerzo del ser humano para conquistar la divinidad temible, sino la expresión normal de quien se siente hijo amado del Padre, pide seguro de ser escuchado, y celebra ese amor que experimenta» (Jesús Espeja).
«Al entrar en ti mismo, no pienses en lo que harás después, sino renuncia tanto a los buenos como a los malos pensamientos. Y no ores con tus labios… Vela por que en tu mente activa no queda nada más que un desnudo impulso hacia Dios, sin el ropaje de ningún pensamiento especial sobre Dios mismo, sobre cómo es en sí o en cualquiera de sus obras, atendiendo solo a que es como es» (La nube del No Saber).
ORACIÓN VOCAL Y MEDITATIVA
La oración es para todos. La posibilidad de la oración se ofrece a todos. No está reservada a unos cuantos privilegiados que saben discurrir con el entendimiento. Esta posibilidad de inscribe en una capacidad humana al alcance de todos: el amor. Cada uno tiene que encontrar su modo más adecuado de orar. No todo vale para todos. Hay personas que pueden discurrir, que están habituados a la meditación, y hay otras personas que tienen dificultad para discurrir y necesitan otro modo de orar. «Nadie fue ayer, ni va hoy, ni irá mañana hacia Dios por este camino que yo voy. Para cada hombre guarda un rayo nuevo de luz el sol… y un camino virgen Dios» (León Felipe).
No solo palabras. La oración vocal es la oración de las multitudes. Es indispensable en la vida cristiana. No hay oración rezada de solas palabras, porque palabras sin interioridad «mirad qué mala música hará» (C 25,3). Jamás hay que contentarse con la oración de solo palabras. «Que nuestra oración se oiga no depende de la cantidad de palabras, sino del fervor de nuestras almas» (San Juan Crisóstomo). «Conozco una persona que nunca pudo tener sino oración vocal, y asida a esta lo tenía todo; y si no rezaba, íbasele el entendimiento tan perdido que no lo podía sufrir. Mas ¡tal tengamos todas la mental! En ciertos Paternoster que rezaba a las veces que el Señor derramó sangre, estaba –y en poco más rezado- algunas horas. Vino una vez a mí muy congojada, que no sabía tener oración mental ni podía contemplar, sino rezar vocalmente. Preguntéle qué rezaba; y vi que asida al Paternoster, tenía pura contemplación…» (C 24,7).
La oración vocal: primera oración contemplativa. Más allá de la atención a los contenidos de la oración, importa avivar la atención al Otro, al destinatario mismo de la oración. «Cuando digo Credo, razón será que entienda y sepa lo que creo; y cuando digo Padre nuestro, amor será entender quién es ese Padre nuestro y quién es el maestro que nos enseñó esta oración» (C 24,2). «Nunca Dios quiera que no nos acordemos de él (Cristo Maestro) muchas veces cuando decimos la oración» (C 24,3). «Esto quiero yo entendáis vosotras os conviene para rezar bien el Paternoster: no se apartar de cabe el Maestro que os lo mostró» (C 24,5).
«A solas». Que tampoco en la oración vocal falte esa dimensión religiosa de la relación personal con Cristo o con Dios. A solas, pero con El. Exclusión de pensamientos y ocupaciones profanas: «que no se sufre hablar con Dios y con el mundo, que no es otra cosa estar rezando y escuchando, por otra parte, lo que están hablando» (C 24,4). Esto es posible en medio del grupo. Que también la oración vocal nos permita entender «con quién estamos y lo que responde el Señor a nuestras peticiones» (C 24, 5).
La meditación. Es, sobre todo, una búsqueda. Los mejores esfuerzos y los mayores elogios se han volcado en la meditación. Es muy válida para orantes con capacidad para reflexionar. Se trata de dar vueltas en la mente (recordar) a verdades de la fe o a palabras de la Escritura, para llegar a comprender (entendimiento), entablar un diálogo con Dios (voluntad) para expresarle amor, gratitud, confianza, y encarnar esa verdad en la vida diaria. Se trata de hacer la verdad para llegar a la luz: «Señor, ¿qué quieres que haga?». Esta forma de reflexión orante es de gran valor, pero la oración cristiana debe ir más lejos: hacia el conocimiento del amor del Señor Jesús, a la unión con Él.
LA CONTEMPLACIÓN
La oración de los pobres. En muchos casos es ésta la única forma de oración asequible a las personas que encuentran monotonía en la oración vocal, dificultades de atención para la práctica meditativa, necesidad de dejar la meditación cuando el tiempo está maduro para el silencio y la quietud. Aquellos que se ven privados de meditar debido a sus condiciones de vida, ¿se verán privados de orar por el mismo motivo? ¿No está la oración más allá de la reflexión? ¿Los pobres no pueden meditar? No están dispuestos para ello, no poseen la cultura requerida, no conocen el mecanismo de la meditación, o bien, están demasiado cansados Vais a entregar a Dios en la noche todo vuestro ser. Y es preciso que comprendáis bien todo lo que estas palabras encierran siempre de fe oscura, de sufrimiento a veces, de riqueza de amor (R. Voillaume).
Tratar de amistad. Santa Teresa nos comunica su descubrimiento personal: Orar es tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama (Vida 8,5). ¿Cómo se aprende la amistad? ¿Cómo se enseña? No hay una fórmula exacta, ni un método mágico. Con osadía y libertad nos dice lo que ha comprendido: El aprovechamiento del alma no está en pensar mucho, sino en amar mucho (Fundaciones 5,2). Todo lo que os despertare a amar, eso haced (Moradas 4,1,7).
Entonces, orar ¿qué es? Mucho más importante que las palabras, más que los ritos y el protocolo, más que las técnicas de recogimiento e interiorización, más que las variantes de la oración en vocal, mental, contemplativa… son los amigos, los dos: ¿Quién soy yo? ¿Quién es Él? Caer en la cuenta de con quién va a hablar y quién es el que habla (C 22,3). Si esto se hiciese bien la oración iría sobre rieles. Lo que importa es entender y ver que hablo con Dios, con más advertencia que a las palabras que digo (C 22,1). Porque hablando con tan gran Señor, es bien estéis mirando con quién habláis y quién sois vos (C 22,1).
Estar con Dios. Se trata de despertar la conciencia del Otro, de entrar en su órbita con el propio yo, tras haberse sacudido de encima las máscaras, pesos y ataduras de engreimiento, egocentrismo… El hombre está ante Dios, está con El. Este estar con El, Teresa lo matiza a base de verbos: Entender y ver que hablo con Él, estar mirando, pensarlo, pensar con quién habláis, procurar conocerlo, conocer su limpieza y quién es Él. Todo esto es para acertar a tratarlo. ‘Para ver cómo lo hemos de tratar (C 22,3). Orar es aprender a tratar a Dios. Y quizás sepa hacerlo mejor el pastorcito con su grosería que el sabio con sus teologías y elegantes razonamientos (C 22,4).
Momento de Oración
Palpa el silencio. Más allá de lo que te agobia o te preocupa. Más allá de planear el futuro. Busca el silencio. Deja tu frenética actividad, tu obsesión por el trabajo, tu búsqueda de éxitos y resultados inmediatos. Cuando el silencio habla, la vida se transforma.
Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda. La paciencia todo lo alcanza; quien a Dios tiene nada le falta: solo Dios basta.
Ten alerta el corazón. Aprende a vivir con el corazón, que es el centro de tu persona, donde está lo mejor de ti. El corazón es el lugar de tu encuentro con Dios. No te identificas con lo que haces, ni con lo que piensas, sino con lo que eres. Repite varias veces esta alabanza.
«Señor, Dios nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra» (Sal 8).
Calla y contempla. Contempla el amor de Dios hacia ti. En todo lo que te ocurre está el cariño de Dios para contigo. Siente su ternura hacia ti como la luz del sol que te acaricia, como el aire que respiras. Dios siempre está mirándote con amor. Exprésale lo que sientes.
Padre, me pongo en tus manos. Te confío mi alma, te la doy, con todo el amor de que soy capaz, porque te amor y necesito darme, ponerme en tus manos sin medida. Con una infinita confianza, porque tú eres mi Padre.
Entra en comunión con todos. El Dios que te ama, te invita a amar. El amor es lo más propio tuyo. Recuerda el modo de amar de Jesús y de María. Si callas, calla con amor. Si gritas, grita con amor. Si corriges, corrige con amor. Si perdonas, perdona con amor. Que el amor sea la raíz interior de tus obras.